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El Tren Dentro del Túnel

by Asmodeus


Llegué a la estación del metro con un dolor de cabeza increíble. Andaba medio borracho pues había asistido a una fiesta con mi amigo Luis y acostumbrábamos platicar de música mientras vacíabamos cerveza tras cerveza. Ese día se me había hecho más tarde de lo habitual para regresarme a mi departamento (quedaba en Satélite, al norte de la ciudad). Me hubiera podido quedar en casa de Luis, pero tenía que ir a preparar un examen de mi alumno (soy maestro de piano). Creí que no iba a llegar, pero lo conseguí. Por costumbre, me fui hasta atrás donde estaba solo. Apenas me senté y me quedé jetón. O eso creí, porque alguien entró haciendo un escándalo de los mil demonios con unos tenis. El rechinido de las suelas terminó por hacerme abrir los ojos y darme cuenta de que era Nacho, un amigo con mil problemas familiares que se había salido de la Nacional de música por broncas con sus padres. Nacho parecía un chamaco extranjero cuando era más mexicano que yo. Debe ser por sus ojos medio verdes, su pelo güerito y su complexión delgada. Si, estaba flaco, pero sus ojos... siempre tristes sus ojos de cordero a medio morir. Además de su boca, labios suculentos. Vestía con sus camisas ochenteras de siempre, abierta mostrando su camiseta de algún grupo, luego se la subía para rascarse el vello que le subía un poco más arriba del ombligo, sobre los músculos de su abdomen. Los pantalones de cholo y los tenis con las agujetas desamarradas. -¿Qué hay? -¿Qué pasó? -le dije, algo embrutecido con el alcohol. Si el poli me hubiera visto... -¿Fuiste con Luis? -Se nota, ¿no? -rei. Tenía ganas de dormir y cabecé mientras lo miraba con mi sonrisa estúpida. El se quedó callado, mirándome con una sonrisa de niño. No seas cursi, le quise decir. Tres estaciones después, con los ojos medio abiertos, se sentó al lado mío, recargándose un poco sobre mi hombro. En la siguiente, me acarició el cabello para ver si me dormía. Yo no lo estaba, pero me dio hueva moverme, sentía que las chelas habían dejado de hacer efecto. El se sentó de lado y besó mi barba de tres días. Esperó un poco a que reaccionara y luego besó mis labios. Yo no me moví hasta en ese momento, lo tomé por la cintura y le di vuelta, haciéndolo darme la espalda mientras ponía sus nalgas sobre mi verga. -¡Ey! ¿Te hacías pendejo, verdad? El movimiento del metro estimulaba mi verga. Mi lengua paseó por su nuca, subiendo a las orejotas. Metí mis manos bajo su playera y acaricié su lacio vello del ombligo, recorriendo su abdomen. -Mira, sigues jugando, basket ¿eh? -le jalé el vello con una mano y con la otra le acaricié las tetillas lampiñas. El acarició mis muslos antes de tomar mis manos con las suyas de terciopelo y ponérmelas sobre su paquete. -¡Cabrón! ¡Por eso usas pantalón cholo! Era una verga larga, circuncisa, recta, calientita. Le abrí el cierre y le quité los boxers con todo y pantalón. Recorrí su verga de la punta a la base. Sus huevos eran grandes también pero puse más interés en su miembro primero. -La tuya no está muy chiquita. -Pero no se compara con ese monstruo. Se levantó cuando las puertas se abrieron. -No hay nadie -le dije, con la cabeza nublada de deseo. -¿No, cabrón? ¿Y esos pasos? Se oyeron como taconazos, pero no me importó, lo tome del cuello para besarlo. MMh, recorría mi paladar suavemente. Los pasos se aproximaron. Nacho trató de liberarse pero no lo dejé. Yo era mas fuerte que el y mis grandes brazos lo apretaron contra mí, aprisioné sus piernas con las mías para sentir su verga contra la mía. -Nos van a ver -dijo cuando respiró para seguirme besando. -No me importa -le contesté. Las puertas por fin se cerraron, entonces dejó de resistirse. Todo lo contrario, me besó con succión y más lentitud, recargándose contra mi. De pronto, se levantó y sus manos me desabotonaron el pantalón y bajaron mis calzones rápidamente. -Ay, pendejo, me dolió. Me contestó con su lengua recorriendo mi prepucio. Con las manos jaló con fuerza el vello entre mi ombligo y su zona de trabajo. -¡Ay, espérate, carajo! -Pero lo hacía tan bien, dando vueltas, lamiendo la base. Le acaricié la cabeza y le rodeaba la mano que acariciaba mi pecho velludo. Tan suave, como el pianista que era. -Siempre soñé con esto -le dije. El tiempo se pasó volando y pronto faltaba solo una estación. Me di cuenta al mirar por la ventana. Quise detenerlo pero ya no pude. Me vine con fuerza, incluso grité como si fuera primerizo. Las puertas se abrieron. Las bocinas ordenaron no permanecer en el tren. Pero no me podía mover y me quedé viendo a Nacho limpiarse lo que se le escurrió con la mano. Qué vergota tenía. El se dio la vuelta. Un chavo como de 20, poco menos de la edad de Nacho subió al tren con su cubeta y su trapeador. Se quedó calladito, calladito, sin dejar de ver nuestras vergas -Si se te antoja, adelante -rompí el silencio, levantándome, sin necesidad de que se me cayeran los pantalones pues los usaba pegados. Me le acerqué, el dejó caer sus utensilios. -Ayúdame, Nacho. Continuará...


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-Por aquí -nos dijo Carlos. Miré a los dos lados, Nacho me imitó. Entonces los tres nos metimos en el rincón. Ahí no hacía frío, bueno, casi. Menos mal que era verano. Y lo que yo quería era ver ano del Carlos. -¡Andale, cabrón, muéstranos qué tienes! -le ordené a Carlos. Me solté el cinturón y abrí el cierre de mi pantalón. Nacho de nuevo me imitó, su verga seguía parada, la

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