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El Bus No Sólo es Más Ecológico ...

by M. H.


El bus no sólo es más ecológico ... Calor, sudor y demás fluidos viriles Sentir el agradable calor de un hombre y poder aspirar su viril aroma es quizás uno de los mejores regalos que nos ofrece la naturaleza. Para mí no hay mejor sensación que estar junto a unas piernas masculinas fuertes e incitantes. Por eso me gusta tanto tomar un bus a las horas puntas en las que los pasajeros se amontonan y en los que se viaja junto y apretados durante un buen trecho del camino. Ayer por la tarde tuve la suerte de entrar entre los primeros y ocupar un asiento junto al pasillo. En unos momentos el bus se llenó, la gente estaba muy apretada. En mi hombro derecho y en la cabeza sentí una presión enorme. Un hombre de mediana edad con una bolsa de plástico en la mano se caía sobre mí. Me pidió disculpas. Yo le dije que no se preocupara, que pusiera la bolsa sobre mis piernas y se agarrara lo mejor posible. Agradecido me dio la bolsa y se agarró como pudo a mi hombro, pero seguía tambaleándose. Cada vez que se movía notaba el calor de su muslo en mi brazo, yo llevaba camiseta de manga corta. La sensación de compartir su calor me excitó muchísimo. En una frenada del bus el hombre casi se cae, y yo lo agarré por el muslo, metiendo la mano por su entrepierna desde atrás y sujetándolo por el interior. Mi mano salía casi por delante. Yo trataba de mirar hacia otro lado, esquivando sus ojos, pues desconocía la forma en la que él iba a reaccionar. El no decía ni hacía nada. Mi mano estaba sujeta a su muslo sin moverse, pero no porque no tuviera ganas, sino porque la situación era sumamente embarazosa. En otra de las frenadas mi vecino de viaje aprovechó el movimiento del bus para apretarme la mano con ambos muslos, momento en el que me estremecí por todo el cuerpo. Cuando volvió a separar algo los muslos aproveché para mover ligeramente mi mano. Otra vez volvió a juntar y a separar sus muslos, mientras tanto bastante calientes. Notaba que mi mano sudaba, o quizás el que sudaba era él y yo notaba el sudor a través del tejido del pantalón. Casi sin darme cuenta, mi mano empezó a acariciarle el muslo por dentro, naturalmente con la palma, y más tarde con los nudillos el otro muslo. No cesaba de hacerle caricias y de pronto me dí cuenta que llevaba shorts. Mi gran oportunidad. Bajé la mano hasta el final de los shorts, la metí por debajo y pude apreciar que tenía unos muslos muy sensuales, velludos y fuertes. Mi mano empezó a explorar sus muslos con todo detalle, para no perderse ni un centímetro cuadrado de ese vello ardiente y sudoroso. Hacia arriba, en la misma ingle descubrí una especie de calor húmedo, sobre todo al tocarle los huevos, pues me di cuenta que no llevaba ropa interior. Por muchos esfuerzos que hacía no llegaba por ese camino a tocarle la polla. Me incliné algo hacia adelante y descubrí que era porque la tenía completamente tiesa y hacia arriba. En otra de las paradas del autobús el dueño de estos muslos giró 90 grados, de tal forma que ahora sentía en mi cara un aroma completamente distinto. Por la tela de los shorts y el zipper emanaba un olor muy viril que atraía mi cabeza como un imán. Ninguno de los otros viajeros se dio cuenta de como ahora el hombre me apretaba con su abdomen en mi cara. Con mi mano, que tuvo que dejar su posición entre los muslos, le acaricié el paquete, a la vez que con la boca trataba de bajarle la cremallera. Al fin lo conseguí. De pronto salió disparada y me golpeó la cara una suculenta polla, con un glande sonrosado, húmedo y oloroso. En el agujerito del pene pude comprobar que había unas cuantas gotas de manjar. Tapando mi cara con la bolsa de plástico para que nadie me viera lamí y saboreé esas gotitas anunciadoras de que algo bueno saldría después por ese tubito por el que también sale la orina y cuyas gotas residuales hacen que muchas pollas tengan un agradable sabor salado a orina reciente. La sensación y calor de su muslo primero, y el calor de su polla y el sabor de esas gotitas de manjar casi me enloquecieron. Ya no me importaban los demás. Me importaba solamente esa hermosa verga que tenía ante mi cara, y que no cesaba de acariciar con la mano y mi lengua. No sé exactamente como lo hizo, pues no me di cuenta, pero de pronto al seguir acariciándole se acercó más a mí y de pronto me la metió en la boca. Yo estaba agarrado ahora a sus nalgas, mientras sentía los golpes rítmicos de los movimientos de sus caderas contra mi cara y profundizar su polla en mi boca y garganta. A los pocos segundos empezó a estremecerse, y empezó a correrse en mi boca, apretándome fuertemente la cara para que no sacara su polla de mi boca y me bebiera todo su néctar. Fue el momento en que el bus paró otra vez y se bajó mucha gente. El también se bajó. Yo me quedé sentado limpiándome la cara y la boca para quitar los restos de semen. En la parada siguiente me bajé yo, crucé un parque y detrás de unos arbustos me hice una paja recordando la vivencia del bus. Llegué a la conclusión de que el transporte pública no es sólo más ecológico, sino también más sexual.

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