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El sabor

by Flavor adict


No hace mucho, el gusto al sabor de la piel me capturaba, exacerbaba y dominaba. Pero tener la posibilidad de saborear mi encanto, no era fácil, no todas las pieles saben igual, ni mi razón me dejaba poner mi lengua y mis sentidos en cualquiera. Él de manera semejante, cual pavorreal, se paseaba por mi oficina, extremando el contacto, dejándome tocarle la espalda, dejándome pasear mi mano izquierda, mis dedos, de su parte superior de la camisa blanca, hasta la parte baja, justo donde el cinturón ceñía el pantalón. Mis dedos sentían la respuesta, el casi imperceptible calor que le impregnaba a su piel. Siempre, era lo mismo, el abrazo de saludo, el sentir su pelo en mi mejilla, su oreja con mi oreja, su respiración en mi hombro. Hombre recio, abogado, de piel rosada blanca, amplios hombros, pecho grande y fuerte, cintura corta, pantalones casi a punto del reviente, por delante y por detrás. Su sonrisa, su amplios dientes, su barba cerrada, su pelo café, güero, no, café. Al observar sus mangas, al final de ellas, la piel se vuelve un poco obscura, el bello negro, pequeño, fascinación de mis ojos, extiende su atracción a mis labios, que desean besar ahí, que desean probar ahí. Quien si yo, puede romper la barrera que separa, un saludo del acercamiento, quien sino yo puede planear como romper cualquier oposición a probar su piel. Es tarde en la oficina, la solicitud de información y más información nos dilata todo, hasta que ya tarde, llega, me abraza, me deshace, me excita. La plática me relaciona y me oportuna a ofrecerle refugio en mi departamento, él ya no llegará a tiempo, fuera de la ciudad con su familia y mañana temprano, apenas tiempo de una ducha y salir corriendo nuevamente. Me sonrié, me dice que no, que como creo, que pueda ser así. Poco a poco lo convenzo, que se deje, que qué puede suceder. El coche llega tarde a su destino, así como los dos ocupantes, que poco a poco llegan a su encuentro. El departamento, pequeño, una cama, un sillón, un cobertor, un cubrecama, que no se preocupe, que puede pasar. La cama para él, el frio para mí. No acepta, que para él no es la primera vez que duerme con un amigo, mi boca se abre y se saliva. Sonrie, si cabemos, ven, que no sea tímido, que al fin en la madrugada podemos acomodarnos mejor. Mi risa nerviosa, su risa contagiosa. Él para esto, extiende su camisa en el perchero del pasillo. dejando ver lo que sabía, sin conocerlo, lo sabía. Sus brazos, belludos, sus biceps grandes, su hombros poderosos, su olor me incluye, me pide una sola cosa, no voy a insistir, no debo incluir lo de esta noche en el conocimiento de nadie. Él debe de dejar su ropa casi intacta, porqué mi ropa no le queda, ni por equivocación. Me pide permiso para ir a la recámara, entrar en la cama y que por favor, lo acompañe en un rato más. Mis piernas tiemblan, mi emoción se desborda, mi ánimo se impacta. Oigo como poco a poco, se desnuda y como cuelga todo, hasta los calcetines. Y ahora, yo que hago, el mejor hombre, casero, apapachador, de apariencia ardiente, de ánimo ligero, en mi cama. Me desnudo, hasta dejar ver mi ropa interior en el reflejo de los espejos. Asisto a mi cita, apago las luces y observo que me ha dejado el suficiente espacio para que mi cuerpo resida en esa cama. Buenas noches, el despertador para el compromiso matutino, mis dientes lavados aprecian la espesa saliva que mi boca produce. Siento su calor, su olor mezclado con el detergente y enjuague de mis sábanas. Los minutos pasan sin que nada me haga ni moverme. EL suave hedor del sueño me inunda, pero su presencia en mi cama me adormece más. Su respiración acompasada dirige mis pensamientos, hasta que una rodilla me acompaña en mi pierna, que junto con todo mi cuerpo, se exalta. Yo de lado, con mi espalda hacia él, él hacia mí, yo hacía tiempo que no tenía erecciones sin tocarme, ahora todo ha cambiado, mi enderezado pene lo llama, él sin perder tiempo, se acerca más. Una de las sensaciones más placenteras en mí, es sentir a un hombre en mi espalda. Sentir ahora que su cuerpo se acerca me detiene hasta la respiración, que se acomode para sentirme, para que mis nalgas lo acojan, para que fulguren sin que yo me mueva. Siento como me abraza por detrás, su pecho con mi espalda, su pene que yo pensaba pequeño, lo siento grande en las comisuras de lo que sabe que es, solo de él. La ceguera del lugar, extiende mis percepciones, su bello pequeño de los brazos en mi cadera, su espeso pelo de su pene y su nada despreciable bello de su torso lo veo sin mirarlo. Mi cuerpo contorsionado por la excitación, me acerca más, hasta que decido, voltearme y abrazarlo yo a él. Nos juntamos, nos acercamos más, sin que nada lo pueda evitar, mis labios húmedos se abren para probar lo que pueda. Sus labios con sabor a taco, su respiración caliente la palpa mi sentido del gusto, hasta que saboreo y abro su boca, que tímida se abre, los labios los juntamos, la saliva fluye, mi sentido detecta lo salado y lo ácido que solo su boca sabe. Pero no es un sabor añejo, es nuevo, es limón con un poco de sal, sin tequila, solo degusto y pienso en lo que su boca me puede hacer. Primer movimiento dejado a la suerte, no sin antes apretarnos más, lo que indica una total aprobación a lo que sigue. Ahora me sabe a chicle sus labios, en lo que mi lengua acude a sus mejillas, lo beso y lo pruebo, lo lavo y lo siento, con más sabores. Él hace lo mismo, pero no en mi mejilla, sino en mi cuello, lo que provoca otra contorsión y otro resuello. Desfogo mi gusto por él, me como su oido, su pelo, sus cejas, sus ojos, su gran nariz. Sin temperamento, se sube sobre de mí, abriendo mi corazón, abriendo mis piernas. Lo que yo pensaba que era un comienzo pretende ser mi final. Subo mis pies para yo sentir lo que su mujer quiza siente, pero que la costumbre mata, la anatomía definida y la cabeza de su pene, junto con su cuerpo, pretende ya posesionarse de mi estatura. Adios a mi ropa, sigo viendo sin ver, sigo sintiendo todo su cuerpo, sigo sin hablar, ni él tampoco. ¿como sabe tanto de mí?, donde estoy, donde está mi entrada a la pasión, mi espacio consagrado solo a él. Ya mis rodillas se encuentran casi en su mente, o será que ahora su mente se encuentra más abajo y quiere intercambiar ideas de sexo. Tonterías de juventud, la de él, estupideces mias de dejarme cojer sin condón, pero ahí seguimos, mientras los condones están a menos de un metro de nosotros. La mente triunfa y me trato de incorporar. Él pierde su momento, yo gano más vida, acudo al cajón, lo tomo, lo abro y junto con el sabor químico que me imagino debe de tener la KY, me acerco paulatino. Él se ha quedado frio, ya que me espera, mostrándome lo que mi mano palpa, su espalda y sus nalgas, que pronto descrubriré a que saben. Extraigo mi instrumento de mi boca y lo deslizo en su espalda. Cada avance propone un quejido, que no me opone, sino me responde que debo de llegar. Quizá el bello más raro es el de las últimas vertebras. Ese pequeño monte de pelo, sin ser muchos, detiene mi camino, que disfruto en lo que olor y sabor corresponde. No me puedo imaginar una noche de sexo sin que intervenga mi lengua, que osada al fin, se hunde entre sus nalgas, ni tan limpias o incolumes como las mias, pero que hurgan en busca de lo que a mi me gusta, aún cuando mi frenillo, el de la lengua, protesta, porque de querer tanto penetrar, duele y por varios días. Mi bigote y mi nariz me ayudan, su posición tambien, porqué sabrán, él me ayuda a que lo penetre. ¿A que sabe?, a culo, con lo estrépito que suena la palabra, pero que quieren, me gusta vencer la pasión por ahí. mis manos ahora por primera vez detectan la humedad que ahora se acumula en su pene, en su parada verga. Lo abrazo desde diferentes ángulos. Me encanta. Pero la fiesta debe continuar. Su naturaleza de casado, con hijos, solo pretende penetrar, no ser penetrado. Por lo que me empuja y me conduce a que vuelva a estar en la misma posición del inicio, él sobre de mí, yo sintiendolo todo. Toma mi mano, toma el condón, lo pone y lo lubrica. Quien diga que una penetración así, es fácil, es porque su kilometraje le ha permitido ya la elasticidad, para mí, no es fácil, sino dificil. Esa verga dura hasta el infinito, ese grosor inmenso, esa cabeza suave, plastificada ahora, se hunde en mí. Soltamos placeres vocales, "métemela papacito", hasta donde quieras. Arde el méndigo, mientras el mendigo espera su dádiva. Pero lo sabe hacer, poco a poco sin roce todavía. No hay más curso que el deleite. A moverse, a gozar en la combinación de besos, de abrazos, de sexo, de saliva, de sabores, de olores, de espera, de empuje, de sacar, de apretar, de que me venga sin tocarme, única oportunidad que tengo de hacerlo sin mi mano. Aumenta el consuelo, no me olvides nunca. Pero no quiere venirse en el condón, se sale, se quita el plástico y de rodillas implora que lo pruebe. Su olor inconfundible, mezclado al químico del nonoxydol, entra en mi boca, en mi lengua, siento los fluidos formarse, siento como algo va y viene de punta a abajo, algo líquido viaja en su pene, ese líquido transparente, que ahora no veo, pero que sabe dulce, profundo, agotante. Su cabeza roza mis muelas del juicio, mi campanilla. Huelo su sexo, me está cojiendo, avanza y se detiene, empuja y se va para atrás. Me duelen los extremos de la boca, las quijadas, de tanto tamaño, de tanto sabor. Sin aviso, avienta una mezcla de sustancias, que engolosinan mi boca, su grito en conjunto con el sabor se extiende a borbotones, se sale de mi boca, no alcanzo a tragar, solo saboreo. Por lo pronto mis labios se impactan en sus pelos, justo, casi yo, ya sin aliento. Se avienta y menciona lo chingón de venirse y lo que represento yo ahora. Que sucedió después, tema de otro día, de otro domingo, tecleando, recordando a los buenos muchachos que se vienen a trabajar al DF y se vienen en chilangos calientes como yo. (referencias ampliadas en rup07000@yahoo.com)

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El sabor

No hace mucho, el gusto al sabor de la piel me capturaba, exacerbaba y dominaba. Pero tener la posibilidad de saborear mi encanto, no era fácil, no todas las pieles saben igual, ni mi razón me dejaba poner mi lengua y mis sentidos en cualquiera. Él de manera semejante, cual pavorreal, se paseaba por mi oficina, extremando el contacto, dejándome tocarle la espalda, dejándome pasear

El sabor, Part 2

Hoy lo volví a ver, en su deseable esplendor. Yo de 1.83, él de 1.75, con sus fuertes 95 kilos que mi cuerpo pesó horizontalmente no hace mucho tiempo y que la máquina del centro comercial verticalmente le indicó. Su cercanía, su camisa blanca, sin las acostumbradas manchas amarillas en la axila, con el bello de 1 día en su cara, sus amplias manos, su acostumbrado pelo saliendo por

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Web-04: vampire_2.0.3.07
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