Gay Erotic Stories

MenOnTheNet.com

El Socorrista, Parte 2

by Nachete


Sentí los lametones largos y tibios del socorrista sobre mi piel, erizándola al paso de su lengua, y yo me preguntaba si él notaría las violentas sacudidas de mi corazón. Mantuve los ojos cerrados. No había conseguido aún tranquilizar mi agitada respiración, cuando la voz del socorrista me devolvió a la realidad: ¡Eh, tú! ¿Qué haces ahí? Abrí los ojos enseguida, pensando que se dirigía a mí, que me urgía a que le procurara placer de inmediato, y levanté la cabeza presto a sus deseos; pero me encontré de frente con su nuca. El socorrista, todavía arrodillado junto a mí, acababa de reparar en la presencia de Oscar y a él se dirigía de ese modo perentorio, y sin embargo expectante. A su vez, Oscar, demudado, no sabía qué decir, puesto en pie junto a la puerta. Su frente y su torso estaban perlados de sudor. Su mano, ahora, no se acariciaba sobre el bañador, tan sólo trataba de ocultar su poderosa erección, mientras sus ojos se fijaban alternativamente en el socorrista y en mí, sin acertar a balbucir una explicación. No, si yo. ya me iba.-musitó, volviéndose hacia la salida. El socorrista se levantó de un salto y le agarró de un brazo. ¡Quiero ahí! Tú no vas a ningún sitio. - Déjame ir. -murmuró Oscar. ¿A dónde? -repuso suavemente-. ¿Qué prisa tienes? Su voz sonó cálida, amistosa. Atrajo a Oscar hacia sí con firmeza, pero sin violencia, mientras él le miraba sin acertar a adivinar sus intenciones. Yo les observaba, desnudo e incorporado en el banco: dos cuerpos parecidos, igualmente lampiños, bruñidos y bronceados por el sol, de similar estatura, uno más maduro y fornido, el otro más terso y suave. Ambos con los músculos tensos por la situación. y ambos con el bañador inflamado por una erección. Pero mirándose fijamente a los ojos. El socorrista soltó el brazo de Oscar sin dejar de mirarle, y suavemente le cogió del cuello, tirando de él hasta que sus caras se juntaron. Entonces abrió su boca e hizo algo que para mí era familiar: engulló los labios de Oscar, literalmente, y comenzó a besarle con voracidad, lenta, untuosamente, cerrando los ojos y adelantando toda la cabeza, como a cámara lenta, mientras mi amigo, paralizado, abría los ojos y crispaba las manos rendidas. Poco a poco, al cabo de algunas embestidas de la boca del socorrista, los músculos de Oscar se relajaron, sus ojos se entornaron, ladeó la cabeza y sus labios se acomodaron al beso con toda normalidad, dejándose llevar, hasta acabar entregado y colaborando en la lucha entre las lenguas mientras su piel se erizaba, brillante de sudor. Mirándoles me excité, y más cuando vi que el socorrista -sin abandonar el interminable beso- adelantaba lentamente su otra mano y comenzaba a acariciar el llamativo bulto de Oscar. Este, entonces, pareció reaccionar y dio un respingo, separándose. Me voy -dijo, sin demasiada convicción. Ya te he dicho que no vas a ningún sitio -susurró lentamente el socorrista, volviendo a asirle por el brazo. Oscar intentó soltarse suavemente, y fue aferrado con más fuerza. Se inició un breve forcejeo entre ambos, pero con una rápida llave el socorrista le sometió y acabó tumbándole de espaldas en el banco. Sujétale las piernas -me ordenó. Obedecí sin pensarlo dos veces, inmovilizando sus piernas a ambos lados del banco como antes había hecho conmigo el socorrista, quien -sentado a horcajadas en el banco- le sujetaba los bazos con fuerza. Dejadme. -jadeó Oscar. Tranquilo, no te alteres. -le contestó suavemente mientras pasaba sus piernas sobre los hombros de Oscar-. Vamos, relájate. Le había inmovilizado de tal modo, bajo sus rodillas, que tenía las manos libres para acomodar ahora la cabeza de Oscar junto a su entrepierna, en pleno contacto con su erección, y pasarle los dedos por la frente y las mejillas, en un suave masaje, sin dejar de susurrar un sensual "relájate.". Yo, sentado, mantenía mis pies sobre los pies de Oscar y mis manos sobre sus rodillas, y veía con envidia los dedos del socorrista deslizarse sobre su piel y alcanzar ahora el pecho agitado por la respiración fatigosa. Se entretuvo en circundar con un dedo los pezones, y al advertir que se erizaba el vello alrededor se animó a ensalivarse las yemas y pellizcarlos suave pero firmemente. En reacción, Oscar respiró hondo y cerró los ojos, mientras ante mí y bajo su slip, la erección volvió a empujar. Pobrecito. ese bañador le está incomodando -me dijo el socorrista-. ¿Por qué no le liberas de él? Me pareció una excelente sugerencia. Miré a Oscar, esperando su reacción, pero no se inmutó ni abrió los ojos. Seguía disfrutando de las caricias que recibía, así que me decidí a bajarle el bañador y deslizarlo un palmo sobre las rodillas, dejándo a la vista esa franja de piel blanca que enmarcaba su magnífico sexo. Una vez en libertad, su polla se agitó como expandiéndose y él respiró hondo. Yo estaba fascinado ante esa visión tan cercana de mi mayor objeto de deseo. Su oscuro vello púbico estaba aún húmedo, ensortijado alrededor de esa polla oscilante, poderosa y nervuda, coronada por un glande sonrosado y brillante que emergía de un terso prepucio arremangado. Su escroto sostenía firmemente los huevos, dejándolos sin embargo descansar sobre el valle formado por los muslos. Tiré de las rodillas, separándolas, para verlos resbalar hasta la superficie del banco, pero el bañador dificultaba la operación, así que se lo quité totalmente levantándole las piernas por encima de mi cabeza. Luego volví a colocar una pierna a cada lado del banco y las > separé más. Oscar se dejó hacer mansamente. Los huevos se deslizaron sobre la madera lentamente y la polla pareció aun más grande y larga. - Pues sí que estás bien dotado -dijo el socorrista con cierta ironía y media sonrisa. Y acto seguido se inclinó sobre el pecho de Oscar y comenzó a jugar con uno de sus pezones endurecidos entre los dientes, ordisqueándolo con suavidad sin dejar de acariciarle los brazos, el vientre y el pecho con las uñas. Después, sacando una enorme lengua comenzó a lamerle a lo largo de los brazos y a ensalivarle el pecho, provocando que se le erizara la piel de todo el cuerpo. Yo no podía esperar más y comencé a acariciarle el vientre y el interior de los muslos, rozándo sus huevos ardientes con mis meñiques, sin atreverme a tocar ese cetro vivo que me impresionaba y que ante mis cercanas caricias se agitaba aún más. Por fin me animé a agarrarlo, a rodearlo con mis dedos, sintiendo su dureza y su calor, mientras con la otra mano pasé a sopesar sus huevos, igual de duros y candentes. Mi erección se duplicó en el acto. Oscar aspiró con fuerza, silbante, y se arqueó un poco mientras sus inmobilizadas manos se pegaban al suelo. Comencé a masturbarlo despacio, subiendo y bajando el prepucio a lo largo de su polla y arrastrando los pesados huevos en su vaivén, mientras su glande se inflamaba y exudaba una gotita transparente y brillante que me dispuse a extender con mi dedo, provocándole un ligero quejido. El socorrista entonces le pasó un dedo por los labios entreabiertos y algo resecos, luego se lo introdujo en la boca y jugó con su lengua; de ahí pasó a > meterle dos dedos y luego tres, removiéndole la lengua, recorriendo los dientes y los labios de Oscar, que pronto comenzó a besar esos dedos, a ensalivarlos y lamerlos, para acabar chupándolos con delectación como si fuera un polo. Yo le miraba, extasiado, sin dejar de masturbarle, disfrutando de esa viva imagen del placer, cuando el socorrista me dijo, burlón: ¿Esto es lo mejor que sabes hacer? ¿Es que no has aprendido nada hoy? Comprendí de inmediato lo que quería decirme. La verdad es que yo estaba deseando en esos momentos meterme la polla de Oscar en la boca, sentirla y chuparla. Y así lo hice. Mi amigo gimió levemente al notar mi lengua en su glande, pero siguió chupando esos tres dedos. Sentí el enorme calor que despedía esa masa de carne, así como la suavidad de su piel y el tenue palpitar que la animaba, y me entregué a rodearla con mi lengua, a empaparla en saliva, a succionar sin descanso mientras se hinchaba aun más. Al tiempo, con la otra mano agarraba con fuerza sus cojones, por los que resbalaba ya un hilillo de saliva, aferrándome a su dureza y tirando de ellos suavemente hacia mí. Pronto Oscar comenzó a gemir y a empujar las caderas acompasando sus movimientos a mis chupadas. Su polla llenaba mi boca y el glande chocaba contra mi paladar y amenazaba ahogarme, > pero ambos estábamos encantados. El socorrista me miraba con sonriente aprobación, sin dejar de jugar con la lengua y la boca babeante de Oscar. Sacaba su mano y se la pasaba por el bañador, para volver luego a meterla en la boca de Oscar y de nuevo acariciarse su erección, empapándose de saliva el slip por encima de su bulto. Luego torció la cabeza de Oscar y la puso en contacto con su polla, hinchada bajo el bañador mojado. Retiró entonces la mano ensalivada y se dedicó a mojarse y pellizcarse a sí mismo los pezones, que de inmediato se pusieron duros y puntiagudos. Oscar no necesitó abrir los ojos para adivinar lo que rozaba y calentaba sus labios. Primero besó ese bulto con suavidad, como percibiendo su tamaño, lo pellizcó con sus labios y lo recorrió de principio a fin; enseguida sacó la lengua y comenzó a lamerlo con toda la fuerza y dedicación que le permitía su inmobilidad. Una película de saliva saturó el fino nailon y formó una superficie anegada y brillante que se ondulaba por efecto de las pulsiones que se sucedían bajo la tela. El socorrista tensaba sus pectorales al tiempo que respiraba cada vez con más fuerza, y Oscar volvía la cabeza y estiraba el cuello al máximo para tratar de llegar hasta el último pliegue de su golosina, lamiéndole tan pronto la polla como los huevos y hasta intentando bajarle el bañador con los dientes, lo que el hombre impedía con oportunos tirones. Yo observaba la escena fascinado sin dejar de chupar, cuando noté que los movimientos de Oscar se hacían más violentos y su glande se inflamaba aún más, al tiempo que se hacían cada vez más largos y audibles sus gemidos. Supuse que se iba a correr cuando noté las palpitaciones de sus huevos entre mis dedos, y me preparé para recibir el estallido de su esperma en mi boca como quien espera degustar un manjar desconocido. Sentí una mano empujando mi frente y separándome de mi presa. Suéltale -dijo el socorrista mientras me apartaba-. No quiero que se corra así. Me incorporé un poco y me quedé sentado mirando desde arriba como la enrojecida y chorreante polla de Oscar se agitaba en el aire, descomunal, brillante, mientras él tensaba los músculos, extendía las manos inmóviles sobre las baldosas, estiraba el cuello cuanto podía y mordisqueaba ansiosamente el bulto del hombre. Este ahora se retiró unos centímetros dejando a Oscar con la lengua fuera pugnando sin éxito por alcanzarle. Te gusta, ¿Eh? -su voz sonó algo burlona. Oscar miró al techo un instante, respiró hondo y volvió a cerrar los ojos, haciendo un leve gesto afirmativo con la cabeza. Estaba brillante de sudor y su expresión era una mezcla de sorpresa, ansiedad y cierta angustia: no cabía duda de que se lo estaba pasando en grande. Vale, te voy a dar una oportunidad, chico. Y si te portas bien, tal vez acabes teniendo un premio. La voz del socorrista volvía a tener ese tono arrogante que tanto me molestó anteriormente. Había algo más que seguridad en las palabras con que se expresaba. Sin necesidad de alzar la voz o resultar imperativo, conseguía imprimir a sus frases un tono dominante. Era un chulo, decididamente, y sin embargo Oscar no se inmutó, no espondió, se quedó callado y a la expectativa. Dale la vuelta-, me dijo sin mirarme, puesto en jarras y sentado a horcajadas sobre el banco. Yo me quedé de una pieza, momentáneamente confundido, sin saber qué hacer; y, de inmediato, ante mi sorpresa, Oscar se incorporó sin decir palabra, se dio la vuelta y se tumbó boca abajo en el banco, aplastado, dejando su barbilla apoyada en la tabla central, a escasos centímetros del jugoso paquete del socorrista que perecía oler solosamente, a juzgar por su respiración profunda y sonora. Sus manos volvieron a posar las palmas mansamente sobre el suelo y las piernas se estiraban a los lados del banco, con el empeine pegado a las losas. Su espalda lisa y ancha, brillante de sudor, presentaba marcas de los listones del banco, al igual que sus nalgas redondas, duras, blanquísimas, entre las cuales vislumbraba yo el agujero fruncido, orlado de vello oscuro. La visión que me procuraba ahora Oscar de su culito era maravillosa y me excitó brutalmente hasta el punto de que comprobé que había vuelto a empalmarme sin casi darme cuenta y mi polla se agitaba señalando a Oscar. El socorrista le pasó las uñas por los brazos en un arañazo ralentizado y provocó que su piel se erizara desde el cuello hasta los muslos. Vamos, acércate -ordenó a media voz. Oscar tensó sus músculos y se estiró sobre el banco para llegar con su lengua al nailon que ansiaba, de modo que sus nalgas se endurecieron ante mis ojos formando sendos hoyuelos y bajo ellas, pegados a las tablas del banco, aparecieron sus cojones tersos, brillantes, enrojecidos y semiaplastados,> mientras yo imaginaba su erección pugnando entre la madera y el vientre. El socorrista sonrió y se deslizó unos milímetros por el banco al encuentro de la lengua de Oscar, como para premiar su esfuerzo. Este comenzó a ensalivar de nuevo el bañador y aumentó la ya considerable erección del hombre, de modo que comenzó a aparecer un extremo de su rabo por el borde del slip, el mismo que yo ya había visto en las duchas. Pero Oscar no se conformó y haciendo fuerza con las manos extendidas en el suelo comenzó a tirar del bañador con los dientes, haciendo aparecer la casi totalidad de la polla por arriba y los apretados tersos y redondos huevos por un lateral inferior. En un momento de arrebato intentó alzar las manos como para ayudarse y el socorrista se las pisó con rapidez inmovilizándolas con las plantas de sus pies. Oscar consiguió sin embargo romperle el fino nailon del bañador a dentelladas, y entre jirones asomaron por fin dos gruesos huevos y una verga enhiesta y brillante entre una espesa mata de suave vello rubio. Por poco me desmayo. De inmediato, Oscar comenzó a lamer y besar esa aparición, recorriéndola de abajo arriba, hasta que el socorrista decidió ayudarle -tirando de la nuca- a metérsela en la boca, poco a poco, haciéndola penetrar hasta el fondo. Oscar logró dominar una arcada cuando su nariz se hundió al fin entre el vello pubiano del hombre. Entonces comenzó un lento vaivén, engullendo y liberando la verga ensalivada y cada vez más hinchada, y mostrándome a mí, a su vez, bajo sus nalgas musculosas, la> aparición periódica de los rotundos huevos aplastados contra el banco. Como estímulo, el socorrista pasó sus uñas por la espalda de Oscar, dejando unas líneas paralelas lanquecinas a su paso, y la piel del culo se le erizó de inmediato, provocándome una brutal excitación. Mi expresión debía ser tan franca que el socorrista me invitó con un expresivo gesto de las manos a tomar posesión de aquello que tanto me atraía, y me entregué a acariciar esa piel sin vello, esas piernas suaves, esas nalgas duras y pálidas que se movían adelante y atrás como un señuelo. Antes de darme cuenta -y sin dejar de acariciar sus muslos- ya estaba lamiéndolas, ensalivando los cachetes y recorriendo con mi lengua la raja en busca del ano, como había visto y sobre todo sentido hacer al> socorrista en mi propio cuerpo, tratando de provocar en Oscar el inmenso placer que yo había experimentado, y deduciendo de sus gemidos que estábamos en el buen camino. Comencé a presionar con suaves lengüetazos ese agujero apretado y pude ver que se dilataba poco a poco, espasmódicamente, como abriéndose para mi lengua. El socorrista seguía tirando de la nuca de Oscar hacia sí, y parecía querer ayudarme cuando ordenó con la suavidad de quien no duda en que será obedecido: "De rodillas". Oscar, sin dejar de chupar, recogió las piernas y se apoyó en las rodillas, ofreciendo un culito más levantado y abierto, que me encandiló. A su vez, al no estar ya recostado en el banco, permitió a su polla liberarse de la presión del vientre sobre la madera y pude verla, enorme y algo amoratada, frotándose sobre el banco en sus idas y venidas, arrastrando dos cojones dispuestos ya a explotar. Volví a aplicar mi lengua y Oscar ronroneó> largamente, al tiempo que su ano se dilataba y permitía el paso de mi lengua. Comencé a penetrarle con mi lengua y hallé el paso franco. Entraba hasta el fondo. Aprovechando la cercanía, deslicé mi mano por debajo y así fuertemente sus huevos, que parecían de piedra y les acompañé en su frotación por el banco, provocando de paso una mayor hinchazón en su polla, que ya había impregnado de líquido preseminal el asiento del banco. Separé mi cara de su culo y observé el agujero entrabierto, palpitante y mojado sin dejar de amasarle los huevos. Oscar se rebullía ya como una perra en celo, movía su culito en pompa como si buscara que lo violaran y me estaba excitando como nunca nada ni nadie en toda mi vida. En esto, de pronto, el socorrista alzó la mano que tenía libre y la descargó con fuerza sobre las nalgas de Oscar en un sonoro azote que me sobrecogió. Mi amigo se detuvo con un respingo, su piel se erizó y una impresionante marca roja con la forma de una mano abierta brotó de inmediato sobre una de sus nalgas. El socorrista sonreía cuando -tirando de su nuca- le dijo: "No pares." Yo tenía la polla de Oscar en mi mano y, mientras veía enrojecer su piel con un rictus de dolor, pude comprobar -no sin sorpresa- que su erección aumentaba. Oscar prosiguió su labor, yo miraba alternativamente su marca en el culo y su agujero abriéndose y cerrándose como la boca de un pez, y a los pocos segundos el socorrista descargó un nuevo azote en la otra nalga, esta vez más fuerte que el anterior, a juzgar por la marca que dejó; pero Oscar ahora no se interrumpió, apenas emitió un leve gruñido y, como la vez anterior, su erección aumentó. Yo miré asombrado al socorrista que pareció leerme el pensamiento y me dijo con naturalidad: "Le gusta". Y luego, dirigiéndose a Oscar le preguntó con desinterés: "¿Verdad que te gusta?" No hubo contestación alguna. "Dale un azote", me ofreció, e insistió ante mi cara de asombro, "Venga". Yo le di un cachete suave, no quería hacerle daño, y Oscar prosiguió sin detenerse. “Así no, eso es una caricia, le gusta un poco de dolor. Dale más fuerte". Obedecí y dijo: "Otro". Y luego otro, y otro, y otro. Yo le daba cada vez más fuerte, hasta que llegué casi a igualar la intensidad de los dos primeros. y su erección aumentó en cada azote. Al tiempo, el ano se dilataba y contraía constantemente, así que al terminar los azotes comencé a masajearle con mi dedo, quería compensarle en parte, y su culo mojado de saliva recibió mi dedo como un regalo. Empujé despacio y entró hasta los nudillos, así que probé con dos dedos a la vez. Costó más pero poco a poco fue entrando el par de dedos hasta el fondo, momento en que Oscar emitió lo que me pareció un ligero> murmullo de satisfacción. El socorrista insistió en que combinara esa penetración con nuevos azotes, y así lo hice. Al rato, Oscar tenía ya el culo enrojecido pero lo seguía moviendo provocativamente. ¿Ves como le gusta? Ya te lo dije. ¿A que te gustan los azotes, perrita? Oscar no cambió de actitud y siguió chupando- Sí, lo sé, te gusta. Conozco a las de tu clase y tú eres una buena perrita, cachonda y obediente. Por eso te voy a dar tu premio, el que te prometí si eras buena. Me miró y repitió el gesto de invitación. "Es tuyo", dijo con naturalidad, "fóllatelo".> Cuando me repuse de la sorpresa miré a Oscar, por si advertía algún gesto de repulsa, pero él seguía sin interrupción succionando la enorme verga de la que goteaba abundante saliva, y sobre todo continuaba moviendo el culo en un provocador y rítmico contoneo. De un salto me pegué a su culo, sentado como estaba, y acerqué mi rabo a su agujero. Mi calor debió quemarle porque se retrajo un instante, pero en seguida volvió a ofrecerse apretándose contra mi polla. Se le veía haciendo un esfuerzo por acercarse a una polla con la boca y a la otra con el culo, así que me aproximé y enfilé su agujero. Le costaba entrar, así que dejé caer saliva sobre mi polla y empapé bien su ano, ayudándola a entrar y lubricándolo con mis dedos. De ese modo comenzó a entrar despacio y sin interrupción durante unos segundos, hasta que llegó al fondo y Oscar gruñó quedamente y se detuvo, aunque sin abrir la boca ¿Te duele? -pregunté, alarmado, deteniéndome en seco. - No, no le duele, descuida. Y tú, perrita, no te pares. Oscar prosiguió y en su movimiento me animó a mí a seguir. Sentía su culo apretado y caliente alrededor de mi polla a punto de explotar. Pasé mis piernas> por delante de sus muslos y le abracé así, tirando de él, y a la vez con mis manos en sus caderas le apretaba contra mí, mientras mis huevos resbalaban sobre el asiento del banco lubricado con su líquido preseminal y se estrellaban contra sus nalgas en cada embestida. Yo estaba en una nube. No podía creerlo, estaba follándome a Oscar, mi admirado y guapísimo Oscar, veía su espalda bruñida por el sudor y notaba mi polla prieta, rodeada de su carne: el polvo de mi vida. A ver, de pie, estoy a punto- se apresuró el socorrista, y levantó a Oscar del suelo, sin soltarle la cabeza. De hecho, los tres nos levantamos a la vez y continuamos en pie, con una pierna como siempre a cada lado del asiento, aunque Oscar con las manos directamente apoyadas en el banco. Esa postura nos permitía imprimir una mayor energía a nuestro ritmo y empezamos a embestir con fuerza, tratando de acompasarnos. Yo seguía tirando de las caderas de Oscar, mientras que el socorrista lo hacía de sus orejas. ¿Te gusta que te follen, perrita? ¿A que te gusta mi premio? -bramó el socorrista con un rictus-. Te estoy follando la boca, te voy a regalar toda mi leche, verás como te gusta. No vas a dejar ni una gota. Mi amigo musitó unos gemidos y se llevó una mano a la polla, comenzando a masturbarse. No te toques, perrita, las manos en el banco, ¿Me oyes? Oscar obedeció y volvió a apoyarse en el banco, temblando. Yo estaba a punto de correrme. El socorrista tensó aún más todos su músculos y aumentó el ritmo de las embestidas hasta que una convulsión me anunció que se corría. Toma, perra, toma! Trágatelo todo, come de mí, aliméntate de mi leche.-concluyó. Oscar emitió un gemido largo y agudo y su culo se cerró aún más alrededor de mi polla. Se le oía tragar sin descanso y eso me excitó definitivamente hasta provocarme el orgasmo con un alarido ahogado, mucho más fuerte que el anterior. Sentí mi leche brotar y llenar su culo, y él debió sentirla penetrar en su interior porque atenuó sus movimientos y los acompasó a los míos al tiempo que volvía a gemir con un gorgoteo. El socorrista sacó su polla de la boca y se la meneó con fuerza para acompañar a sus últimos chorros de esperma, que se estrellaron contra la cara y los ojos de Oscar mientras yo seguía corriéndome en su interior. Tiré de los brazos de mi amigo y estreché su espalda contra mi pecho sin dejar de agitarme, él puso sus manos en mis nalgas y tiró más de mí contra él, y en ese momento se corrió sin tocarse con un bramido apagado y> movimientos espasmódicos incontrolados. Su semen saltó hasta el pecho y los brazos y piernas del socorrista, que le miró con una sonrisa entre sorprendida y burlona. Yo le tomé la polla y le ayudé a terminar, Sus últimos brotes de semen resbalaron sobre mis dedos. Antes de que Oscar terminara de eyacular el socorrista se dio la vuelta y se metió en las duchas. Cuando ambos acabamos saqué mi polla despacio y le besé en la espalda. Se fue a la ducha sin decir nada. El socorrista volvió y se marchó tras dedicarme media sonrisa y un "hasta la vista". Oscar y yo nos vestimos dándonos la espalda, en silencio, y abandonamos el club. Pero al salir pude ver una lágrima resbalando por su mejilla. Me fui convencido de que tendríamos que hablar de esta experiencia. Fin de la Segunda Parte. Autor: NACHETE http://facelink.com/nachete energynachete3@yahoo.es

###

1 Gay Erotic Stories from Nachete

El Socorrista, Parte 2

Sentí los lametones largos y tibios del socorrista sobre mi piel, erizándola al paso de su lengua, y yo me preguntaba si él notaría las violentas sacudidas de mi corazón. Mantuve los ojos cerrados. No había conseguido aún tranquilizar mi agitada respiración, cuando la voz del socorrista me devolvió a la realidad: ¡Eh, tú! ¿Qué haces ahí? Abrí los ojos enseguida, pensando que se

###

Web-02: vampire_2.0.3.07
_stories_story