Gay Erotic Stories

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La Primera Vez

by Carlo Magno


Bueno, vamos desde el principio. Alberto había entrado a trabajar como jefe del almacén de la empresa donde yo laboro. Contaba en ese momento con unos treinta y dos años. Un par de ojos color verde, enmarcados en espesas pestañas y unas cejas perfectamente definidas, son el centro de atención de un rostro que perfectamente podría haber estado en algún catálogo de rasuradoras, o productos para el hombre de hoy. Su mirada es especialmente profunda, con el aspecto de un ave rapaz, escudriñando el menor asomo de miedo que pudiera saltarle a uno a los ojos. Su cuerpo, atlético, llega fácilmente al metro ochenta y nueve, con unos brazos carnosos y fuertes siempre visibles, pues suele recogerse los puños de la camisa, y un pecho que alberga una voz profunda y modulada que ya la quisieran muchos de la radio. Extraño, se comportaba como un perfecto macho, siempre con una frase viril en el momento preciso, pero había algo en su mirada... Nos hicimos amigos desde un inicio, pero poco a poco notaba algo extraño en la forma como me miraba, que me hacía sentir incómodo. Una vez entrados en conversación, solía soltarme algunos chistes o comentarios descarados, como en esa ocasión en que yo, usando el teléfono de su oficina, discutía acaloradamente con un proveedor. Violentamente tiré el fono y corté la llamada. Pensando en voz alta dije que este tipo podía meterse sus suministros en el c..., (bueno , ya saben dónde). Alberto replicó: "No pues hombre, así nomás eso duele ". (...¿?...¡!) Qué me quedaba sino reírme. En una de las muchas tardes en que nos quedábamos a trabajar extra, hablamos de romances pasados y todo eso, no sé cómo llegamos al tema, pero en un momento me soltó "¿Nunca has estado con un maricón?", a lo que yo respondí que no. "Pero ¿cómo es?, ¿no se ha presentado la oportunidad o es que de plano no te llama la atención?" siguió indagando. Yo, que ya empezaba a sospechar algo, y me precio de ser diplomático cuando la situación lo requiere, le dije que bueno, no me llamaba la atención cogerme a un gay, pero tampoco me escandalizaba, es más (y esto es cierto), he tenido amigos gay -declarados y encubiertos- y lo que ellos hagan con su vida no es de mi incumbencia. Alberto no pareció muy complacido con mi respuesta, pero discretamente abandonó el tema. En ocasiones solía desabrocharse la camisa y acariciarse el velludo pecho, o mientras yo estaba sentado frente al computador, se acercaba con pretextos de señalarme algo en la pantalla, y se ubicaba detrás y sobre mí, con una profunda respiración que me ponía sumamente nervioso. Bien, llegó una tarde de sábado, en la que sucedió un hecho que cambiaría radicalmente mi vida. Hasta entonces, yo jamás había tenido un contacto con otro hombre, es más, nunca me había pasado tal idea por la mente, así que no sabía cómo juzgar lo que me empezaba a parecer una actitud excesiva de Alberto, pero tampoco tenía mayor urgencia por detenerlo. Entré a la administración del almacén. Ya no había nadie, pero sabía que él tendría que quedarse para ayudarme a hacer unas correcciones en el sistema de control. Aprovechando que no estaba entré al baño a lavarme las manos, y encontré a Alberto cubierto sólo por unos brevísimos calzoncillos. Por el sobresalto que ambos sufrimos, presentí que había estado masturbándose. En realidad, muchos empleados del área suelen usar un overall en horas de trabajo, pues hay que manipular herramientas y repuestos de motores, así que el hecho que se cambien en el baño es algo rutinario, pero él, el jefe del área, no tenía necesidad de hacerlo, mucho menos cuando la jornada ya había terminado, y sólo él y yo estábamos en el almacén. Si el enorme bulto bajo sus calzoncillos no era producto de una excitación, yo no sé, tendría que estar deforme el tipo. Me hice el loco, terminé de lavarme las manos (él no hacía el mínimo intento por vestirse, de overall o de ropa de oficina) y regresé a la pequeña oficina administrativa del almacén. El llegó un rato después, ya correctamente vestido. En realidad el siempre iba bien vestido, incluso los sábados, en los que por una tradición no oficial en la empresa, todo mundo iba vestido informalmente, incluso con ropa de salir a correr. Se agachó cuidadosamente, mostrándome su espalda y un culo que hombres y mujeres volteaban a ver por igual, y extrajo del minirefrigerador cuatro latas de cerveza. Ajá, contrabando en el trabajo, bromeé. Me lanzó una y la atrapé en el aire. Eran casi las seis de la tarde. Empero, el calor afuera era insoportable. Mal día para quedarme a trabajar horas extras. Afortunadamente, acá adentro, el viejo ventilador de techo despejaba en algo el intenso bochorno que sentíamos. Alberto se hallaba un tanto molesto con los jefes, y bueno, empezó a contarme sus problemas. Yo trataba de no observarlo, para darle a entender que quería hacer rápido mi trabajo e irme a casa, pero poco a poco la charla fue cambiando de rumbo, empezamos a contarnos chistes subidos de tono, etc. Seis y 35 de la tarde. Tarea casi cumplida. Seis latas consumidas y dos más en camino. Alberto me preguntó si estaría bien que se quitara la camisa. Me sorprendió imaginarlo en camiseta BVD dentro de la oficina, pero bueno, con el calor, y la informalidad característica del sábado, le dije que por qué no. (Además, si ya lo había visto casi desnudo en el baño, bromeé). Ya empezaba yo a sentir esa extraña presencia en el ambiente. Beto, como prefería que le llamásemos fuera del trabajo, se ubicó enfrente de mí al momento de quitarse la prenda. Le miré rápidamente, como quien no quiere la cosa....seguí moviendo mis dedos sobre el teclado, casi por inercia. Se quitó lentamente la camisa, hinchando sus músculos. ¿Qué, nunca habías visto a otro hombre desnudo?, me dijo señalando con la cabeza hacia el baño. Entendí que le interesaba conocer mi reacción por la escena del baño. ¿Qué?, ah no, es normal, nomás que creí que no había nadie en esta ala y ¡zas! casi me choco contigo -le dije- ¿Porqué preguntas, ah? No, es que me pareció que te incomodó. Como si me hubieras pescado dándome un pajazo... Mentiroso, pensé, como si no hubiera visto con mis ojos semejante paquete a punto de reventar bajo la tela. ¿Has visto lo que me dejó Carrizales?. Sacó unos calendarios de bolsillo de su escritorio y me los dio. Los típicos calendarios publicitarios con ...mujeres desnudas, ...pechos, ...más mujeres desnudas, ...dos hombres besándose, ....¡¿Qué?! Retrocedí rápidamente, sin dar crédito a lo que estaba viendo. Dos tipos guapísimos besándose mientras cada uno daba masaje al miembro del otro. "¿Y esto?", "Ah bueno, hay para todos los gustos, la publicidad es así" replicó con una naturalidad pasmosa. La conversación, la foto ésta del calendario, la cerveza, los ojos de Alberto que no se despegaban de mí por un solo instante...Oye, ya regreso, voy a mear. Llegué al WC, extraje mi miembro que ya empezaba a palpitar e hincharse. Repentinamente Beto entró al baño. Se ubicó a mi costado, en el lavabo, mojándose el cabello con delicado esmero, mientras su mirada a través del espejo descendía hasta mi miembro. Me sentía confuso, en cierta medida culpable, pues sabía que era yo quien estaba permitiendo que las cosas fueran más allá de lo convencional. Estaba en mitad de una meada de medio minuto, producto de la cerveza. Alberto volteó, sacó su falo y apuntó al mismo excusado, un pequeño hilo empezó a salir, tímidamente. Yo terminé, sacudí, una, dos, tres veces, y al intentar guardarlo, él alargó la mano izquierda y lo sujetó con suavidad. Mi pene reaccionó violentamente, creciendo de improviso hasta los 20 cm de rutina que he logrado alcanzar. Bajé la vista y pude observar su pene rojizo, con gruesas venas color azul, recorriéndolo en toda su longitud. Sin duda está mejor provisto que yo, pues llega fácilmente a unos 22 o 23 cm de largo, pero el mío es relativamente más grueso. Oye ¿qué haces? Le dije, con la voz entrecortada. Tú tranquilo nomás, cierra los ojos, me dijo con esa voz de barítono, mientras empezaba a masturbarme con una mano y a hacérselo a sí mismo con la otra. ¿"Cierra los ojos"? Por supuesto que no. La cabeza me daba vueltas, mi pene empezaba a dolerme del inusual estirón que estaba dando, con todas las venas a punto de reventar, y el tío éste friccionando con fuerza. Soltó por un momento, estiró la mano hacia la puerta, la cerró y oprimió el seguro. Les juro que me estremecí de cabo a rabo. Beto se arrodilló, me bajó el pantalón deportivo y los calzoncillos hasta los tobillos, y sin decir nada, se introdujo mi pene en la boca. ¡Qué maravillosa visión desde acá arriba! Su cabello sedoso y húmedo, entre mis manos, en tanto que lo tomaba de la nuca y lo atraía hacia mí. Lamía mi miembro de forma muy suave, con paciencia y firmeza a la vez. Todo empezaba a resultar natural, como por instinto, cual una memoria dormida que sólo esperaba el momento adecuado para decirme qué hacer. Soltó mi verga y empezó a lamer los testículos, que estaban del tamaño de unas pequeñas naranjas, yo estaba sorprendido de todo lo que no conocía de mi propio cuerpo. Con sus manos trataba de separar mis muslos para hundirse más en mis genitales. Pronto su lengua llegaba más atrás de mis testículos, casi hasta el ano. Evidentemente sobreexcitado, me tomó con fuerza de la cadera y me obligó a voltearme, de espaldas a él. Así le era mas sencillo hundir su cara en mis nalgas, y lamer mi escondido orificio anal. Mientras, él seguía masturbándome con una mano, y con la otra dándole masaje al monstruo ése que se manejaba, interrumpiéndose sólo por instantes para separar mis nalgas y continuar dándome esa mamada anal que me hacía retorcer de placer. Yo era incapaz de luchar contra el éxtasis del momento. Me limitaba a disfrutar, apoyándome con ambos brazos en la pared, en tanto que allá atrás, Alberto me llevaba por caminos hasta el momento desconocidos para mí. ¡Voy a darla! Le grité, y sólo entonces se detuvo. Se incorporó lentamente, lamiendo mi espalda a medida que iba subiendo mi camiseta. Puso su miembro entre mis nalgas, en realidad se sentía enorme, caliente, pulsante, húmedo. Me asusté. "No, eso no", e intenté quitarme de la trayectoria de semejante misil, pero el seguía insistiendo. "Despacito nomás, si te duele me dices y me detengo". Sí ahora cuéntame una de vaqueros, que si me metes eso, me mandas al hospital. "Ya pues, entonces me froto contra ti, ¿bien?" Puso su mástil entre mis nalgas, a todo lo largo del canal que las separa, y empezó a moverse como si en realidad estuviera dentro de mí. Empezó a chillar de satisfacción, besándome el cuello, mordiéndome en las orejas, mientras me daba un abrazo de oso y me pellizcaba los pezones. A punto de eyacular, se detuvo (menos mal porque no sé cómo hubiera reaccionado si lanzaba su esperma en mi virgen trasero). Me estrechó fuertemente y me propuso ir con él a su departamento. Traté de negarme, pero en un santiamén ya estábamos vestidos nuevamente, computadoras y luces apagadas, cerrojo en las tres puertas del almacén, y ahí vamos, en su automóvil, a mil por hora, a su departamento, a media hora de allí. Tras los primeros diez minutos ya estábamos fuera de la ciudad, en carretera abierta, hacia los nuevos complejos residenciales. "¿Sabes manejar?", "Claro que sí, hombre" le respondí. Cambiamos de asiento y tomé el mando. Me lo temía, el aprovechó para sacar mi miembro, y darme una mamada aún más deliciosa que la que me brindó en el baño. Y claro, con esa sensación de poder ser descubiertos, mas la velocidad, el rugido del motor. Alberto se estremecía, y respiraba entrecortadamente, ahogándose como un bebé hambriento al que alimentan después de muchas horas, incapaz de meterse toda mi verga a la boca. Simultáneamente daba masaje con su mano el tramo que quedaba fuera. Hasta que las contracciones empezaron, y él dejó a la vista mi pene, para poder contemplar como eyaculaba. El chorro no se hizo esperar, salpicando el tablero y hasta el parabrisas. Con furia lo volvió a mamar, tragando todo mi esperma, literalmente ordeñándome. Yo tenía el acelerador pisado hasta el fondo. Tomé mi pañuelo y se lo di para que limpiara el interior del vehículo. En esas estábamos cuando me indicó que virara a la derecha. El conjunto de edificios emergió tras la hilera de eucaliptos. (A propósito, ¿cómo paga un departamento en un lugar así?, me pregunté). Reduje la velocidad y ingresamos. El vigilante en la caseta de la entrada saludó a Alberto de forma mucho, muy personal (Hmm.....). Estacioné donde me indicó y descendimos. El cielo ya había oscurecido. Su departamento, ubicado en el octavo piso, ocupaba la totalidad de éste. Poseía dos terrazas, y enormes ventanales oscurecidos, de modo que podíamos divisar casi toda la campiña, pero conservando la privacidad suficiente. Puso a medias las luces, dejándonos en una agradable penumbra. Sacó cerveza del minibar (yo hubiera preferido un cognac, pero en fin...) y se fue al dormitorio principal. Regresó vistiendo sólo un short como los que se usan para jugar soccer. Se sentó enfrente de mí, y de inmediato su enorme miembro se deslizó fuera por un lado, paralelamente a su pierna izquierda. "¿Cómo es posible?, esto no puede estar pasando", dije en un tono reflexivo, casi para mis adentros, reclinándome en el sofá y cerrando los ojos. "¿Y porqué no?, ¿acaso no te gusto como tú me gustas a mí?". De un salto casi felino ya estaba a mis pies, apoyando su mentón sobre mis rodillas, y obligándome a naufragar en su mirada de águila. Empezó a subir, hasta besarme apasionadamente en la boca. ¡No, esto era demasiado!. Me reprochaba a mí mismo el no luchar contra este sentimiento que crecía incontenible dentro de mí. Finalmente cedí, y correspondí a su beso con otro más prolongado. Alberto empezó a desnudarme. "Ponte de pie" entre orden y súplica. Así lo hice. Me quitó la camiseta, regocijándose con cada músculo marcado en mi vientre y pecho con horas de sacrificio en el Gym. Nuestras pieles en contraste, lucían como el mutuo complemento perfecto. Yo soy de piel trigueña, y ensortijados cabellos oscuros, bastante musculoso, y Alberto lucía blanco, de abundante vello castaño cubriendo su cuerpo tan atlético como el mío, pero el hecho de ser más alto le confería un aire esbelto, como una estatua de Miguel Ángel. Sin dejar de besarnos y lamernos mutuamente, terminé de desnudarme. Beto se desplomó en el sillón, entre sentado y acostado, me tomó de la cabeza y me guió hacia su pubis. Nunca había tenido un miembro viril a esa distancia de mi rostro, y tratando de corresponder a lo que él ya había hecho por mí, lo tomé con suavidad y lo introduje en mi boca. Un sabor ligeramente salino, la sangre fluyendo y haciéndolo palpitar. Él detuvo el movimiento de mi cabeza con sus manos, y empezó a moverse rítmicamente dentro de mi boca, adentro y afuera, adentro y afuera, cortándome todo suministro de aire ante la embestida de semejante trozo de carne. Tuve que interponer mis manos contra su pelvis, pues amenazaba con llegarme hasta la garganta. Sus testículos, pequeños en relación el resto del conjunto, saltaban desordenadamente, así que por indicaciones de él, los sostuve con una mano, amortiguándolos y dándoles masaje al mismo tiempo. No me atrevía a abrir los ojos. Finalmente, se vino encima de mí, justo en el momento en que lo sacó de mi boca, para poder rociarme con su jugo viril. Lo esparció por mi cuello y pecho, lo que reconozco fue más agradable de lo que yo había previsto. Me empujó hacia la alfombra, boca arriba, y se echó encima de mí, frotando nuestros cuerpos con todo este semen embadurnándonos. Empezó a enderezarse, hasta sentarse en una posición apropiada para cabalgar sobre mi miembro que ya requería atención inmediata. Se elevó, y con mi ayuda, descendió lentamente hacia la punta de mi pene ansioso. Por dos segundos pensé en un condón, pero ya era imposible tomarnos una pausa para pensar en eso. Lo así de las caderas y lo atraje hacia mi cuerpo. Increíble pensar que semejante glande el mío pudiera caber en el pequeño ano retorcido que podía adivinar entre sus nalgas. Tras unos fallidos intentos iniciales, mi pene empezó a encontrar el camino adecuado, y Alberto se dejó caer, metiéndose de golpe más de la mitad de la verga. Yo ahora no me atrevía a cerrar los ojos, para no perderme detalle de su rostro sufriendo con cada centímetro que mi falo ganaba dentro de su culo, sudando frío; apoyó sus manos en mi vientre, y trató de levantarse, pero ya era tarde. Yo me había aferrado a sus caderas y si él no bajaba hacia mí, era yo quien subía para perderme en su ano, extasiado ante el sonido de sus carnes chocando contra las mías, y el acuoso sonido propio de la penetración facilitada por un poco de saliva que él tuvo la precaución de poner sobre mi taladro de carne justo antes de engullirlo con su trasero. Empezó a gritar, llamádome "cachero, cabrón", y a pedirme que lo destrozara sin piedad, profiriendo tantas obscenidades que por un instante me intimidó. Sintiendome a punto de eyacular, bajé un poco el ritmo. Beto tomó su propio miembro y empezó a masturbarse, todavía con el culo atravesado por mi verga. Su pene estaba a media erección pero con el masaje empezó a despertar otra vez. Decidí darle una mano -literalmente- y le corrí un pajazo hasta que se vino a borbotones sobre mi vientre y pecho, gritando a todo pulmón. Entonces, continuó con su cabalgata sobre mi pene, hasta que eyaculé dentro de su intestino, en un orgasmo tan violento que incluso golpeé repetidas veces mi nuca contra el piso, alfombrado afortunadamente. Se echó al costado mío, me abrazó, y descansamos. Desperté sintiendo sus manos explorando mi trasero, Una fría y viscosa sensación me previno del lubricante que estaba aplicando en mi ano. Abrí los ojos, y con sorpresa descubrí que ya estábamos en la enorme cama de su dormitorio. No hice nada para impedirle que encima de mí, empezara a presionar su verga en mi culo. El dolor era casi insoportable, de no ser porque venía mezclado con placer. Empujaba con fuerza, pero su glande aún no lograba pasar de mi esfínter. Entonces me puse sobre mis rodillas, elevando el culo para facilitarle la labor. De un movimiento rápido, entró en mí. Centímetro a centímetro seguía avanzando, mientras yo me sentía partir en dos. Tuve que morder la almohada para no gritar. El me sujetó de la cadera, y empezó a entrar y salir pero finalmente, me liberé de sus manos. El reaccionó con furia apasionada. Me tomó con fuerza y tras poner un poco más de sex-wax en mi orificio, me perforó sin piedad, bombeando como una máquina, hasta que se vino dentro de mí, y su semen caliente trajo un poco de alivio a mi maltratado recto. Continuó penetrándome por unos minutos más, en tanto que su erección se resistía a desaparecer.


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