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Tarde de Taxi

by Ignored


Tarde de Taxi El Unicornio Azul, Agosto 1, 1996. Lunes 30 de Abril, a Manuel no habían querido darle el día libre porque "había que desquitar el salario...". La ciudad estaba muerta por completo. No se veía ni un alma cuando salió de la oficina. Eran casi las 7:30 de la tarde. Cansado y fastidiado porque a sus hermanos sí les habían dado el día libre (obviamente ellos no desquitaban el sueldo), decidió tomar un taxi. No es porque quisiera llegar temprano a casa, sino porque estaba muy cansado y pensó que platicar con alguien en el camino le haría bien. Hizo sus cuentas y miró que le sobraba bastante para pagarlo. Miguel, un amigo que vivía en la colonia anexa a donde estaba la oficina de Manuel, le había contado que una noche se le aventó a un taxista y le mamó la verga hasta que le dolió la mandíbula. A Manuel nunca le había ocurrido algo semejante, pero la idea no le desagradaba para nada. No es que en especial le gustara mucho mamar, pero si había chance, pues... Casi 10 minutos esperó parado en la avenida a ver si algún taxi se apiadaba de él. Se acercó un bocho conducido por un viejito y éste le dijo muy amable: "¿lo llevo joven?". Manuel, que ya empezaba a darle vueltas al asunto de tomar un poco de leche caliente antes de llegar a su casa, le contestó: "no, muchas gracias, estoy esperando a unos amigos". Detrás del viejito se paró otro bocho, un poco más madreado que el primero, pero al fin y al cabo todavía rodaba. Manuel miró al conductor: chavo entre los 25 y los 30, flaco, moreno claro, bigote delgado pero bien arreglado, nariz grande, ojos como los de todos. Se fijó especialmente en las manos. Manuel siempre había pensado que para una verga grande, la chaqueta requería manos grandes. Las del taxista eran medianas. "Vamos a probar a este morenazo, a ver qué tal..." "Buenas noches", dijo Manuel, acto seguido se trepó al coche, cerrando la puerta tras de sí. "¿Adónde vas cuate?", le respondió el taxista. "Pasando Xochimilco, por favor" "Ahora sí me rayé contigo carnal, espero que te alcance, porque está muy colgado..." "Sí, verdad?... yo creo que si me alcanza. De cualquier forma en mi casa están mis hermanos y me prestan", aseguró Manuel. "Siendo así, lleguémosle hasta tu rancho... ¿Trabajas aquí cercas?" "Si, ahí enfrente" "¿De qué la giras ahí, mano?" "Soy auxiliar contable. Cuento todo el día y toda la tarde", dijo Manuel a modo de chiste. "Ah, 'ta güeno... ¿y tomas taxi diario?" "No, no me alcanzaría para comer... sólo cuando estoy cansado, como ahora" "Mmmh..." Pasaron algunos minutos y Manuel comenzó a tomar los detalles: el tipo se veía mejor desde dentro del taxi: las manos no eran tan medianas (¡qué alivio!), y el taxista venía en pants y playera. "Si se anima el moreno, va a estar fácil, nomás le bajo tantito el pants y a mamar a gusto...", pensó Manuel. Reculeó un poco en el asiento, para acomodarse y ver el bulto entre las piernas del chavo. "Los pants siempre engañan, pero se le vé buen pito al güey, ¿por dónde empezaré?" Manuel miró la identificación del taxista. "¿Tú eres Sergio? ¿o es tu hermano?", preguntó Manuel "Sergio... es que ahi traigo el pelo largo... pero para los cuates soy 'el bolas'... Unos dicen que porque siempre me pierdo, ves?, que me hago bolas. Otros dicen que por huevón. Es que tengo los huevos grandes, ja, ja, ja" A Manuel le sorprendió un poco el comentario, y trató de seguirle la corriente: "Ah 'ta güeno, y por cual de esas razones te dicen 'el bolas', eh?" "Pos claro que por la última cabrón, por los huevotes que me cargo, ja, ja, ja" "ja, ja... bueno, eso está por verse...", dijo Manuel con una sonrisota de oreja a oreja. Sergio lo miró por el retrovisor y le sonrió. A Manuel le pareció que la cosa iba bien. "¿Vas a ver a tu chava?", preguntó el taxista "No, ahora no le toca. Será mañana", dijo Manuel, "¿y tú?" "Nel, se va a quedar sin cenar ahora. No tengo ganas de verla" "¿A dónde iban a ir a cenar?" "Al hotel, cabrón" "Ah... ¿y quién se va a comer entonces ese chorizo con dos huevotes hoy, eh?", dijo Manuel socarronamente. Inmediatamente pensó que el taxista se molestaría y daría fin a la conversación, tal vez hasta al viaje. "...no sé, lo estoy pensando... ahí luego te aviso por si sobró algo, ja, ja, ja", dijo Sergio. "No chavo, a mi las sobras no me gustan, prefiero inagurar el plato... ¿cómo ves?" "Se me hace que eres puro hablador... se te arruga si te digo que sí". Manuel ya sentía que se estaba acalorando con la conversación. Pero más se sintió acalorado cuando Sergio se llevó la mano al bulto y comenzó a sobárselo. "...¿la quieres ver antes o después?", preguntó Sergio, sin mostrar inhibición. Se veía que tenía práctica para estos ligues nocturnos. "¿Antes o después de qué?", contestó Manuel. "De que te la deje ir, güey... nomás de la mitad pa' trás... tú dices, ja, ja, ja" "Yo no como nada si no lo veo primero, así que hay que ver cómo está la carne antes de probarla", dijo Manuel, "Sácatela", ordenó. "Pérate cabrón, que aquí me van a ver", dijo Sergio, mientras seguía sobándose la verga. Ya para entonces se le estaba parando y se veía nervioso. Sergio dejó de sobarse el pito y se metió a una colonia cualquiera (según Manuel), desviándose del rumbo que llevaban. "No te asustes chavo, es para que la veas de cercas... antes de cenar", aseguró. Dió varias vueltas hasta llegar a un parque, bastante obscuro por cierto. Ahí paró el coche. Sergio y Manuel miraron para todas partes, a ver si se veía a alguien. Cuando decidieron que estaban seguros, se miraron. "¿Ahora sí te la sacas, cabrón?", preguntó Manuel. "Ahora sí, güey". Y diciendo ésto Sergio se sacó la verga para mostrársela a Manuel. Bastante más morena que la piel de Sergio, su verga se veía curiosa: Aún sin que se parara del todo, parecía de buen tamaño (para agrado de Manuel) y, efectivamente, estaba adornada por dos huevos bien grandes y con la piel "arrugadita", los pelos eran gruesos, negros como la jodida, abundantes y rasurados. Sin embargo, la punta era un poco rosácea, lo que le daba un aspecto de "parche". "No, pos así si baila mi'ja con el señor!", dijo Manuel con tonito norteño. Se acercó un poco y haciendo un movimiento discreto, tomó los huevos de Sergio en su mano (bueno, casi, porque a Sergio el apodo de 'el bolas' no le venía gratis). "... efectivamente, Sergio, eres 'el bolas' por los huevotes que te cargas... se ven muy ricos...", dijo Manuel. "Anímate, güey, no te voy a morder", dijo Sergio, jalando de la camisa a Manuel con cierta brusquedad y acercándolo hasta su entrepierna. Manuel echó un segundo vistazo y se avalanzó sobre aquélla bonita pinga. Comenzó a mamarla con suavidad, porque no quería molestar a Sergio, no fuera siendo que se le acabara el numerito apenas comenzando. "Sin miedo puto, que aguanto bastante... muérdele tantito...", susurró Sergio. En su voz había algo de autoridad que a Manuel le gustaba. Acatando la orden, Manuel mordisqueó la cabeza de aquélla verga, que olía fuerte pero que lo atraía. Sergio puso su mano derecha sobre el cuello de Manuel y comenzó a empujarlo más y más hacia abajo. Se veía que a Sergio le gustaba jugar rudo. Manuel sintió como aquélla verga semierecta ahora estaba completamente levantada, gracias a su labor. "Ah, cabrón, por poquito y también te ponen 'el burro', verdad güey?", dijo Manuel. "¡Cállate pendejo y llégale a tu vicio!", ordenó Sergio. Manuel obedeció y siguió mamando lo mejor que pudo. Ahora se sacaba la verga de la boca para echarle un vistazo ya completamente parada y lamer los huevos de Sergio. Sergio gimió de placer cuando Manuel se metió una de aquéllas pelotas de tenis en la boca y la apretó entre la lengua y su paladar (apenas y podía con ella, a decir verdad). Tratando de graduar la presión, Manuel apretaba más y más, hasta que Sergio lo tomó del pelo y le dijo: "...cabrón, ¿te quieres quedar sin hijos, güey?. Si me chingas el huevo ya no te voy a poder hacer un hijo, pendejo". Manuel dejó de apretar un poco y ahora probó con el otro huevo. "Para que queden parejos", pensó. Sergio tenía a Manuel agarrado del pelo, como quien agarra a un perro y lo empujaba hacia abajo, siempre hacia abajo. "¡Lléguele bien, puto!... ¡lléguele a su gusto, cabrón!.... si bien que te gusta güey, nomás es cuestión de hallarte el modo...", dijo Sergio. Ya para entonces bien prendido. Tomando sus testículos en la mano (bueno, casi), Sergio le metió la verga en la boca a Manuel casi a la fuerza y hasta el fondo, y comenzó a subirlo y bajarlo del pelo con mayor fuerza para hacerse una chaqueta con la boca de Manuel. Mientras tanto Sergio se jalaba los huevos una y otra vez. Los apretaba como quien tiene una presa valiosa y no quiere soltarla. "Este cabrón mama de película... a ver qué tal se abre el puto...", pensó Sergio. "¡Abra el hocico, cabrón!", ordenó Sergio. Manuel ni tardo ni perezoso abrió la boca bien para tragarse aquél rico palo que este cuate le ofrecía. "¡Abralo!", decía Sergio. Manuel trataba de darle gusto a Sergio, pero se veía que era difícil de complacer. Manuel intentaba tragársela toda, pero parecía que su ambición era más grande que su garganta... Manuel sintió cómo los huevos de Sergio comenzaban a pegarse hacia su vientre. Sergio eyacularía de un momento a otro. Manuel comenzó a despegarse para evitar tragarse el esperma. "¡Ya casi te toca tu leche, cabrón!.... ¡Abra bien el hocico, güey!", dijo Sergio. Tomando ahora con mayor fuerza a Manuel del cuello, comenzó a chaquetearse con la boca de Manuel con mayor rapidez. Manuel sabía que sería difícil despegarse a tiempo, así que dejó que Sergio hiciera lo que quisiera. "Ah, ah, ah... ahí te voy, güey!", dijo Sergio, que mientras jadeaba, gemía, y se torturaba los testículos, empujaba a Manuel para asegurarse de que se tragara hasta la última gota (es pecado desperdiciar). Manuel sintió el primer chorro en el paladar y comenzó a apretar la boca un poco más, para que Sergio sintiera rico al venirse. "¡Eso es puto, tú sí sabes cómo...!". A Manuel le pareció que este cuate no se había venido en semanas, era demasiada leche la que escupía. Manuel tragó semen varias veces, ya que Sergio parecía que no terminaba de vaciarse nunca. "Ay, güey..., ah, ah, ah...", dijo Sergio al final. En ese momento, se olló que alguien tocaba por la ventanilla del bocho. "Buenas noches...", dijo una voz profunda. Sergio se sobresaltó y Manuel hizo lo propio. Todavía abajo, no podía ver quién los había interrumpido al final de la acción. "... muy bonito, cabrones, cojiendo aquí en el parque, no? Para que todos los vean, no?, a ver, ¡bájense del coche!", dijo el hombre que estaba afuera del auto. "No oficial, no es lo que usted cree...", dijo Sergio increíblemente nervioso y tartamudeando. Era un poco estúpido: Sergio con el pants casi en las rodillas, la vergota (y sus sendos huevotes) a la vista, el otro cabrón todavía incorporándose y chorreando una mezcla de semen y saliva por las comisuras. Hay que ser ingenuo. "¿Cómo de que no, cabrón?, si este pendejo todavía trae tu leche en la boca... ¿qué parezco ciego, o qué?", dijo el policía. Sergio trató de acomodarse el pants y su miembro lo más pronto que pudo, mientras Manuel salía del bocho limpiándose los labios y tragando las últimas gotas de Sergio. "Ahora sí ya nos cargó la chingada", pensó Manuel y se acomodó su nada despreciable bulto. "Pinches putos, en vez de irse a un hotel se vienen aquí a molestar a los vecinos... ¿qué no saben que alguien puede verlos desde su casa? ¿qué les parecería que un niño los viera haciendo sus porquerías?", dijo el oficial, mientras señalaba al rededor del parque donde, efectivamente, pudieron haber sido vistos desde varias ventanas. "No poli, permítame explicarle...", insistió Sergio "¿Explicarme, cabrón?, ¿qué vas a explicarme puto?... Si los ví desde que llegaron", señalando hacia el frente, donde una patrulla estaba estacionada sobre la misma acera que ellos, pero bien disfrazada por los árboles. "Van a tener que acompañarme... cierra tu pinche carro güey, a donde vas a estar estos días no lo necesitas... y lo mismo va por tí, experto ordeñador..." Manuel notó algo raro en el policía, pero pensó que era su imaginación... estaba un poco aturdido (por la meneada de cabeza que Sergio le acomodó y por la sorpresa de haber sido descubierto) y sólo acertó a decir: "¿Y ahora qué vamos a hacer, oficial?" "Vamos a la delegación, pendejo, así que muévanle para la patrulla...", dijo el oficial y cerró las puertas del taxi, asegurándose de que estuvieran bien cerradas. "De la delegación le avisas a un cuate para que pase por tu bocho, no sea que te lo desarmen por andar de caliente..." El policía los guió (bueno, casi casi los empujó) hasta la patrulla, la derecha sobre la pistola, la izquierda abriendo la portezuela trasera. "Súbanle putos, que vamos de paseo", dijo el azul. Mientras se subían, a cada uno lo empujó casi para que se pegaran contra el techo del auto, ellos lo interpretaron como desprecio. El oficial cerró la portezuela con fuerza y se subió al auto. Había una malla metálica bastante cerrada que separaba a "los invitados" del conductor. "Ah, qué cuates éstos, nomás les da uno tantita libertad y mira lo que hacen... pinches exhibicionistas...", dijo el oficial. "Nomás que lleguemos a la delegación verán, cabrones, se los van a chingar bien y bonito... mínimo una semanita a la sombra sí se la echan y luego la multa quién sabe a cuánto llegue... lo peor va a ser cuando les llamemos a sus familiares y ustedes traten de explicarles que no estaban cojiendo en el coche, sino que todo fue una equivocación... bonitos se van a ver, putos, lloriqueando como maricas que son, ja, ja, ja..." Manuel recordó que no había pagado el taxi (y además no pensaba hacerlo, bastante buen servicio ya le había dado a Sergio), así que pensó que con ese dinero y el que trajera Sergio chanza y los dejaba ir... "Oficial, ¿cree que haya modo de que nos arreglemos?", preguntó Manuel. "Mejor arregla tu pinche mente cochambrosa, güey...", murmuró el oficial. "... pos todo depende, verdad?", dijo ahora en voz más audible, "Dile a tu picador, a ver a qué acuerdo llegan ustedes... y chance y les pueda echar la mano en la delegación... ", ahora los miraba por el retrovisor. Manuel seguía percibiendo algo extraño en el azul... Manuel miró a Sergio y preguntó en voz baja: "¿Cuánto traes, mano?". "No, pus apenas empezaba, unos setenta, tal vez cien... ¿y tú?" "Como ochenta, no creo que llegue a más...", susurró Manuel "¿Qué le parecen cien para olvidarnos de ésto, oficial?", preguntó Sergio "¡No mames, cabrón! Con eso no te alcanza ni para pagar el estacionamiento de tu pinche bocho ahí en el parque... siquiera ofrezcan unos ochocientos...", dijo el policía. Manuel, viendo que se acercaban más y más a la delegación, se puso a meditar y luego de un rato dijo: "Bueno, pero tenemos que ir por ellos a mi casa, oficial... no traigo esa cantidad conmigo...". Sergio lo miró extrañado, al mismo tiempo aliviado de haberse cojido a un cuate de lana. "Ochocientos, eh puto?, ni un peso menos, cabrón.", señaló el oficial, "¿para dónde me jalo?" "Pasandito Xochimilco, oficial", contestó Manuel "¡No mames, eso está después de la chingada!", respondió el policía "Pues ahí vivo, ahí tengo el dinero...", dijo tímidamente Manuel "Bueno, vamos pues...", dijo el azul Y, "pasandito Xochimilco", Manuel daba indicaciones: derecha, izquierda, de frente, etc. Hasta que llegaron a una casita blanca y entonces Manuel dijo: "Aquí es oficial, pare el auto, por favor". "No te tardes, cabrón, que el oficial se pone nervioso...", le murmuró Sergio Manuel entró 5 minutos a su casa (que a Sergio le pareció una hora) y con cara triste se subió al coche, junto al patrullero. "Híjole oficial, qué cree?, que no lo tengo, mis hermanos lo tomaron para el gasto y ya no tenemos esa lana... ahora qué hacemos?", dijo Manuel con cara de víctima. Ya tenía armado su plan, lástima que no podía decírselo a Sergio. "Pues ya se chingaron ahora sí, putos, ni una uña voy a meter por ustedes y además, les vamos a echar montón con los cargos: faltas a la moral, faltas administrativas, comercio carnal...", respondió el azul, que ahora estaba casi anaranjado del coraje. El patrullero bajó del auto, bajó a Manuel y lo trepó de nuevo atrás con Sergio. Se subió y arrancó el auto, con dirección otra vez a su delegación. "¿Oiga oficial, y si nos arreglamos de otro modo?", preguntó Manuel. Sergio le lanzó una mirada de extrañeza que Manuel no contestó. "¿Pos de qué modo, te quieres arreglar, putito?... dinero no traes...", contestó majaderamente el poli. "¿Qué le parece una mamada de verga de campeonato, una sabrosa cojida y los cien pesos, que es lo que traemos?", contestó con aplomo Manuel. "¿Ah, qué cabrón, ahora me quieres vender la carne que ya está usada, verdad?... a mí no me gusta batir el atole, cabrón, ¿quihúbole?", respondió el oficial "Pero acá "mi picador" no me había cumplido todavía... estoy limpio... ¿qué opina, si?" Sergio no daba crédito, este güey no sólo se le estaba lanzando al policía, sino que además le juraba que estaba limpio... vaya tipo. Hubo una pausa, una duda en el rostro del oficial, joven, de unos 35, tal vez 38, morenazo, dedos gruesos como un pepino, observó Manuel. "Nomás porque me cayeron bien, cabrones, pero que sean doscientos con todo y la cojida", dijo el oficial. Sergio, perplejo, sólo alcanzó a decir: "Ciento cincuenta y yo lo ordeño con la boca, poli, ya no tenemos más lana." "Está bien... pa' dónde cuate, tu que vives por aquí...", dijo el azul. Manuel no se había equivocado, "... este policía jala parejo", pensó. Otra bola de indicaciones y llegaron a un paraje solitario, algo así como un camino vecinal que no conducía a ningún lugar "transitado" (si es que en la zona rural donde vive Manuel se le puede llamar a algo "transitado"). "Aquí mero, poli", dijo Manuel. El patrullero paró el auto, apagó las luces y los ayudó a bajar del auto. "A la primera jugarreta te doy un plomazo en la pierna, ¿eh, cabrón?", le dijo a Manuel. "No hay bronca, poli... somos de fiar", contestó. "Bueno, bueno, mucho ruido y pocas nueces, ¡encuérense que vamos a cojer!", dijo el oficial. Más pronto que de inmediato, Manuel y Sergio estaban como Dios los trajo al mundo, Sergio ya estaba algo excitado y Manuel de plano se lanzó a la bragueta del oficial. Con agrado, descubrió la razón de esos gruesos dedos que ostentaba el uniformado: su verga era de un tamaño más o menos normal, pero mucho más gruesa que la de Sergio incluso, tanto que apenas y le cabía en la boca a Manuel. "Eso es, cabrón, mámale rico!", dijo el policía. Sergio se masturbaba al lado del oficial, mirando a Manuel en la penumbra y escuchando los gemidos del policía... Brincó del susto cuando el azul lo rodeó con un brazo y comenzó a chaquetearlo con lentitud... Sergio no entendía del todo, pero se dió a la tarea de besar al policía en todas partes... se detuvo en las nalgas y empezó a lamerle el ano lo mejor que pudo... "Ay cabrones, ah, ah...", decía el patrullero. A estas alturas ya no importaba el uniforme, así que lo botó a un lado para estar más a gusto y poderle bombear en serio a Manuel. Sergio, recordando el trato con el oficial empujó a Manuel que cayó de espaldas al pasto... y arremetió con toda la boca abierta hacia el vergón de aquél policía... "¿No que muy machito, cabrón? ...si a tí también te gusta el atole con popote, puto...", dijo el policía. Sergio, que se excitaba con cada palabrota que escuchaba, le entró con más ganas, tantas que el poli sólo alcanzó a gritar: "¡Ya cabrón, que me vengo!". A Sergio pareció no importarle, pero le bajó al ritmo "... es muy pronto todavía para tomarme mi leche...", pensó. Ya Manuel se las había ingeniado para darle su segunda mamadita al Sergio. El azul tomó su macana por los extremos y la colocó en el cuello de Sergio. Empujando la macana hacia su vientre, el poli le enseñaba a Sergio lo que significaba autoridad. Sergio, enardecido gemía mientras llenaba de esperma la boca de Manuel, quien se venía casi al mismo tiempo que él, batiéndose todo. Manuel ya no sabía cuales mecos eran suyos y cuáles los de Sergio... poco importaba ya, "una vez entrados en gastos...", pensó. "Ah, ah, ah...", decía Sergio... seguía con aquél pitón en la boca, casi sin poder pronunciar palabra, pero feliz de venirse y mamar al mismo tiempo. "No mamen, cabrones, ya me dejaron atrás...", dijo el poli, quien tomó la macana con decisión y comenzó a impulsar brutalmente a Sergio hacia sí. Sergio meneaba la lengua como podía para hacerle gozar al patrullero, hasta que sintió cómo éste lo agarraba del copete, le sacaba la verga de la boca y le bañaba la cara de mecos al mismo tiempo que decía: "¡Ahí te van puto, que te aprovechen!" Manuel, que miraba la escena ahora puso el pie en el pecho de Sergio y lo tiró al pasto de un empujón. Se dejó ir con todo al pito del policía para extraerle "hasta la última gota...". El poli sonreía feliz. "Bueno, cabrones... esto es el entremés, ¿verdad?", dijo el patrullero. "Simón, poli, ¿qué quiere que le hagamos ahora?", preguntó Sergio "A ver tú, ¡íncate que te voy a cojer!", dijo dirigiéndose a Manuel. Era increíble, el poli se acababa de venir y el pitote aquél no cedía ni un milímetro, al contrario, parecía que necesitaba más ordeña. Manuel se incó en el pasto y se alistó para recibir aquella gorda serpiente en el culo... El policía hizo algunas muecas y dió varios escupitajos en el culo de Manuel. "éste güey me va a romper todo el culo, tiene un pito tremendo", pensaba Manuel; sin embargo, tomó aire varias veces y se concentró para que no le doliera tanto. El policía se arrodilló detrás de Manuel y con una delicadeza inhumana, penetró poco a poco a Manuel. "Para que veas que no soy tan culero...", dijo el azul. Tomó de la pierna a Sergio y comenzó a mamarle la verga. Se veía que no lo hacía a menudo, porque no le ponía ningún chiste, "... pero una mamada es una mamada...", pensó Sergio. Todo iba muy bien, hasta que al poli se le subió la calentura completa otra vez y le dió su macana a Sergio: "Hazme lo mismo que yo te hice... sin piedad, cabrón... cuando cojo con un hombre, me gusta que sea hombre, ¿entiendes?", dijo el oficial ya enardecido. Sergio tomó la macana y repitió la operación de chaqueteo con la boca del oficial. Entre más fuerza le imprimía, más gemía el poli... estaba loco de placer. Mientras tanto, éste le estaba poniendo una chinga a Manuel que ya no gemía, gritaba del dolor... "¡Ay, culero!... ¡no mames, cabrón!... ¡me estás rompiendo todo, güey!...", decía Manuel, pero el oficial ni caso que le hacía. Sergio al ver esa escena se "apiadó" de Manuel y le dijo al oficial: "ya suéltalo, mano, tienes una vergota preciosa pero le estás rompiendo el culo a éste pobre güey...". Por respuesta, el patrullero sacó aquélla boa del culo de Manuel y eyaculó directamente sobre su espalda mordiendo la verga de Sergio. Sergio no pudo evitar venirse en ese momento y descargó todo lo que traía en la garganta del policía. "Chíngale, ahora sí se va a encabronar...", pensó Sergio. Lejos de eso, el poli le succionó el pito a Sergio hasta que salió la última gota de esperma. "Ahora te toca a tí, machito", dijo el patrullero. Sergio no daba crédito, pero "un trato es un trato... ya me tenía que tocar...". Acto seguido el patrullero se puso en cuatro patas y ordenó a Sergio: "¡dame todo lo que tengas, puto, a ver si es cierto que muy hombrecito!". Sergio se arrodilló y, sin ningún cuidado, se la dejó ir entera al oficial. "¡¡¡Pinche cabrón, hijo de tu puta madre!!!", fué lo único que alcanzó a decir el azul, pero no se movió un centímetro. Sergio arremetió contra aquél culazo moreno con gran alegría hasta que se vació en la espalda del azul... Cansados, adoloridos, pero eso sí, bien cojidos, el poli dejó a Manuel en la puerta de su casa: "ahí luego nos vemos cabrón, ya sé dónde vives y cuando quiera te vengo a buscar... ¿algún problema?...", dijo en tono de burla el policía. "Ninguno, poli, cuando quieras... nomás deja pasar unos días para recuperarme, no?", respondió Manuel. A Sergio lo dejó en su taxi y le dijo al despedirse: "¿Andas por ésta zona, güey?... yo patrullo por aquí de lunes a jueves... los fines de semana me toca en otro lado...". Sergio, sólo dijo: "por acá nos vemos, cabrón... a ver si ahora me toca a mí ponerme de 'perrito', no?". "Cuando quieras" Al día siguiente, Manuel no se podía ni mover. Salió a traer un mandado y de regreso sintió que alguien lo seguía: "¡Quihúbole, mano!... tanto tiempo sin vernos...". Volteó y con una sonrisota de oreja a oreja dijo: "¿Qué onda poli? ¿todavía de servicio?" "No, mano... ¿te espero a que te desocupes?", preguntó el oficial. Manuel estaba en un dilema: si decía que sí le volvería a romper el culo que todavía no se le había cerrado, si decía que no, tal vez le fuera con el chisme a su familia... "Hoy sólo una mamada, ¿te parece?...", susurró el policía. "Juega mi poli".

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Tarde de Taxi

Tarde de Taxi El Unicornio Azul, Agosto 1, 1996. Lunes 30 de Abril, a Manuel no habían querido darle el día libre porque "había que desquitar el salario...". La ciudad estaba muerta por completo. No se veía ni un alma cuando salió de la oficina. Eran casi las 7:30 de la tarde. Cansado y fastidiado porque a sus hermanos sí les habían dado el día libre (obviamente ellos no

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