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Donde Hubo Fuego...

by Cyrano IV


"¡Ayayayayay! ¡Cómo me duele la cabeza! ¡Por las sagradas bolas de Nerón lo juro! ¡No volveré a beber nuuunca jamás nada que contenga alcohol!" (¡No vayan a creerme eso...! Ese juramento es tan ficticio como esta historia, pero siempre juro lo mismo a la mañana siguiente... ¡Pobrecitas las bolitas de Nerón!). Como pude, todavía medio dormido, me senté en el borde de la cama. También me dolía el resto del cuerpo, particularmente el culo, pero no ahí, donde tal vez ustedes estarán suponiendo, sino lo podríamos llamar "la periferia", es decir, las nalgas y el coxis, como si hubiese recibido un fuerte golpe. Por el otro lado (y eso es literal), también tenía una sensación pastosa y amarga en la boca, una acidez terrible y mareos... ¡Todo me daba vueltas alrededor! ¡Paren el mundo, que me quiero bajar! No recordaba casi nada de la noche anterior, a qué hora me vine del bar, cómo logré entrar al departamento, cuándo me desvestí. -"¿Mi ropa? ¿Dónde dejé la ropa? Aquí sólo están los zapatos que me puse ayer... ¿Me habré venido sin ropa desde el bar? No lo creo, la fiesta allá no estuvo tan buena esta vez... así que debo haberme desnudado en la entrada. ¡Rayos! ¿Qué es ese ruido? ¡Suena como si hubiera un cerdo gruñendo aquí, en el dormitorio!" Alarmado, voltee lentamente (¡también me dolía el cuello!) y vi en el otro lado de la cama el inconfundible bulto de un cuerpo humano bajo las sábanas, cubierto hasta la cabeza. -"¡Chucha madre! ¡Esta vez si que la puse buena! ¿Con quién carajo me acosté yo anoche y qué habremos hecho? Por el tamañote del bulto y los ronquidos... tiene que ser un hombre... ¡Y de los grandes! Salvo que me haya traído a casa a la novia de Frankenstein (no a la del "doktor"... ¡a la del monstruo!). Pero y... ¿ese agudo promontorio que se levanta en medio del bulto? Pues, parece una ereccción matutina, digo yo, si no es eso... entonces debo suponer que la 'noviecita' de Frankenstein suele dormir con un 'Colt .45' metido en la... (Franky debe ser muy celoso... ¡O acaso muy fogoso!)." Tambaleante a causa de la resaca, me puse de pie y, caminando como aprendíz de volatinero en la cuerda floja, rodee la cama hasta llegar al lado del epicentro de los ronquidos cochinescos velado por las sábanas. Pero me entró cierto temorcillo... -"Y si... ¿no lo conozco?. Bueno, eso es lo más probable, anoche mandé a la mierda a todos los maricones con quienes estuve bebiendo desde la tardecita y no quiero tener nada más qué ver con esa recua de putos... ¿Será el taxista que me trajo?... Pues... ¡Tampoco! Yo me vine a pie, el bar me queda a tres calles y recuerdo vagamente que hice varias escalas (más bien "toques técnicos") para no caerme, abrazándome de los postes del alumbrado, los árboles, los portales... pisé una mierda de perro... ¡Qué "suspense"! ¡Parece una película de Alfred Hitchcock! ¿Qué hago ahora? ¿Lo encañono con un plátano y le grito: 'FREEZE YOU!' como en las películas de policías? ¡Si, huevón, vas a gritarle 'freeze you' y armado con un plátano a un tipo que está dormido, roncaaando bajo las sábanas...! Primero tendrías que despertarlo y hacerlo correr ¿no? ¡Si serás...! Bueno, no tengo opción, procedamos a ver con quién tuve el... ¿placer?" Con pulso tembloroso, aguantando la respiración, tomé una esquinita de la sábana y la fui retirando muy lentamente para descubrir el rostro del roncador que tal vez respondería a buena parte de mis preguntas... -"¡Merde! ¡Es el señor Joaquín, el carpintero! ¡No es posible! ¿Así que anoche me acosté con el carpintero y ahora no recuerdo nadita de nada? ¡Con lo que me gusta este tipo! ¡Esto es como sacarse el premio gordo de la lotería y luego no encontrar el billete premiado!¡Ah no, lo que soy yo, el lunes voy a que me hagan una regresión hipnótica y me obliguen a recordar todos los detalles!" Halé la sábana un poquito más y... ¡Zambomba! ¡Pelos, pelos, pelos por todos lados! ¡Toda una una mina a cielo abierto de pelos negros tapizando el barril de su torax, desde su cuello de toro hasta el ombligo y más allá! Sus anchos hombros y sus fuertes brazos también tenían lo suyo...¡Y esas manos! Grandes, ásperas, con esos dedos largos y gruesos. Corrí un poco más la sábana, hasta llegar al punto donde -de haber sido la novia de Frankenstein- hubiese estado el 'Colt .45'... ¡Santo Poste Telefónico, Batman! Ante mis ojos atónitos y legañosos se encontraba el mismísimo buque insignia de la gran flota imperial de las vergas, altivo, airoso, navegando soberbiamente erecto en un proceloso mar de vellos negros y retorcidos como mi conciencia... Dubitativo y atolondrado como estaba, me palpé el ano... pero no; hacía tiempo que por ese túnel no entraba ningún tren, menos aún el "Eurostar" que tenía al frente... Así que, cualquier cosa interesante que hubiese ocurrido entre nosotros, tendría que haber sido algo como un "69", en el mejor de los casos, pero no tenía yo evidencias ni recuerdos de ello... Terminé de retirar toda la sábana y me senté en el piso a admirar todo ese portento de cuerpo masculino peludo que tan profundamente dormía en mi propia cama, sin que yo tuviese ni la más mínima idea de cómo ni por qué llegó hasta allí; contemplándolo embelesado desde las puntas de los cabellos hasta los dedos de sus grandes pies. Yo recién había llegado a esta ciudad, donde prácticamente no conocía a nadie, para aprovechar una buena oportunidad de trabajo y había rentado a la carrera este pequeño departamento en remodelación, aceptando que los trabajos continuarían aunque yo lo estuviese ocupando ya. Eso no me importaba mayor cosa, pues yo estaría fuera durante el día y sólo usaría el departamento durante las noches. Faltaban unos pocos trabajos de carpintería en las puertas y en los "closets", la instalación de nuevos muebles en la cocina (el propietario insistía en llamarla "kitchenette") y la sustitución de ciertas áreas dañadas del parquet del piso. Así que el propietario me envió a un carpintero de toda su confianza para que ejecutase los trabajos a que hubiere lugar. El señor Joaquín resultó ser un hombretón de unos 45 años, muy bien llevados, por cierto; uno de esos tipos grandotes, fuertes, imponentes, que nos hacen engrosar inconscientemente la voz cuando hablamos, tratando de presumir de ser tan machotes como ellos (bueno, "ma-cho-menos") y enderezar nuestra postura e incluso estirarnos, pues dudamos constantemente si serán o no más altos que nosotros mismos. Tenía además facciones muy viriles, fuertemente cinceladas pero armoniosas, piel morena clara, cabellos negros y ondulados con las sienes plateadas, ojos color café de mirada penetrante bajo un dosel de cejas gruesas y unos mostachos castaños de concurso. Había estimado inicialmente que dos semanas sería tiempo más que suficiente para finiquitar los trabajos, pero ya llevaba más de tres, nada extraño en ese gremio... Lo extraño era que varias noches, sin importar la hora a la que yo regresara a casa, lo encontraba todavía dando martillazos aquí y allá, lo cual mantenía a mis sufridos vecinos al borde de perpetrar un linchamiento -o dos- por el continuo estrépito... Joaquín se quedaba entonces un rato más, platicando conmigo mientras bebíamos café, contándome anécdotas de cuando hizo el servicio militar, gajes de su oficio y largas historias. Era un buen narrador y generalmente su conversación me resultaba muy amena, aunque otras veces andaba yo de malas pulgas y casi me provocaba echarlo a patadas... Con otra erección, mi verga saludaba a la que reconocía como su capitana y me hizo saber que el momento había llegado de rendirle los correspondiente honores con unos cuantos cañonazos... Así que a pesar de que la cabeza (la que tengo sobre los hombros) me dolía trepidantemente debido a la resaca...¡me masturbé con unas ganas...! La súbita aceleración de la circulación sanguínea, causada por el pajazo, provocó que sintiera mi cabeza a punto de estallar, pero no en balde dicen que para un gustazo, un trancazo... o mejor aún, un pajazo, como en este caso (¡me salió todo en verso... y sin mucho esfuerzo!). La erección de aquel hombre comenzaba a menguar y su maravillosa verga se iba reduciendo e inclinando lentamente hacia un lado, como barco que se hunde. El pajazo había aliviado mi pulsión, así que me puse de pie y me dirigí al baño a lavarme y a tomar un analgésico. Luego fui la cocina a preparar café (¡también me bebí una botellota de cerveza! ¡Burp! ¡Sorry, Nerón...!) y luego serví otra taza (de café, no de cerveza) para Joaquín, dirigiéndome de regreso al cuarto. ¡Bingo! Él venía saliendo del baño justamente en ese momento y si acostado y dormido me había dado un espectáculo fantástico, despierto y de pie era algo sencillamente sublime. Parecía un profesional de la "Lucha Libre", pues no tenía cuerpo de físicoculturista, sino más bien de levantador de pesas. Confundido y un poco "cortado", al no saber por qué ni en cuáles circunstancias habíamos terminado durmiendo juntos y en cueros, le ofrecí cautelosamente la taza de café, la cual él agradeció con una sonrisa, se sentó en el borde de la cama y luego del primer sorbo, me preguntó con un dejo de malicia: -"Y... ¿Cómo se siente hoy, amigo mío?" -"Bueno, al menos ya logré meterme los ojos de nuevo en las cuencas... ¿Quiere una bata, Joaquín?" -"¡No, mi amigo, gracias! Mi ropa ya debe estar seca, la tendí anoche en la baranda del balcón junto con la suya... Ahora mismo la busco para vestirme y me voy." -"¿Ropa seca? ¿En la baranda del balcón? ¿La mía también?... eh... No entiendo, Joaquín. ¿Acaso usted estuvo anoche probando un nuevo detergente o algo así?" Me miró con expresión socarrona, como diciendo: "¡Pobre huevón, como que me vio cara de ídem!" -"Usted, mi joven amigo... ¿Acaso no recuerda nada de lo que pasó anoche cuando llegó?" -"Sobre mis pelotas se lo juro, Joaquín: Nadita de nada." -"Entonces, permítame hacerle un recuento... Usted llegó como a las siete, ebrio como el aguardiente, no podía siquiera meter la llave en la cerradura, así que yo le abrí la puerta. Caminaba como un muerto viviente, pisó una mancha de aserrín en el piso y resbaló. Yo venía detrás de usted y apenas tuve tiempo de atajarle en el aire por los sobacos, amortiguando su caída, aunque de todas formas dio de culo contra el piso, donde se echó y pretendía quedarse a dormir, como hacían mis hijos cuando eran unos críos. Así que, como a un crío, le tomé en brazos para obligarle a levantarse y entonces, usted vomitó, arrojando hasta la bilis y bañándonos a ambos desde el pecho hasta los pies." -"¡Ugh! ¡Qué vergüenza! Pero no recuerdo..." -"Pues no me extraña, porque después de eso, se desmayó. Como yo serví en la milicia, recordé lo que hacían en el cuartel con los conscriptos que regresaban en el mismo estado que usted, en su primera salida en meses, así que le quité los zapatos, billetera y demás y me metí con usted bajo la ducha fría, aprovechando de paso para enjuagar la ropa." -"¡Rayos! Y... ¿Después...? ¿Cómo fuimos a parar ambos a la cama... en cueros?" -"Bueno, bajo la regadera iba desnudándole y luego le metí a la cama... Usted se veía muy mal ¿sabe?... Se estremecía y tosía mucho, así que preferí no dejarle solo. Temía que pudiera ahogarse con su propio vómito estando dormido, eso ocurrió alguna vez en el cuartel, según me contaron. Por otra parte, toda mi ropa estaba mojada, de modo que terminé de lavarla, al igual que la suya y la puse a secar, limpié la entrada y me vine luego a la cama a velar su sueño. Cada vez que usted tosía, yo saltaba alarmado y le ayudaba a incorporarse para que respirase mejor. Pero yo estaba cansado y se conoce que el sueño me venció, aunque recuerdo haber escuchado al reloj dar las seis esta mañana." -"Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares... Joaquín, yo no sé como darle las gracias... Ni tampoco conozco las palabras que expresen cabalmente la vergüenza que siento por todo esto... En su casa deben haberse preocupado al ver que usted no llegaba. ¿Les avisó de algún modo?" -"¡No, hombre...! Yo estoy separado hace tanto tiempo... Nadie me espera en esta ciudad. Y en cuanto a lo otro... ¡Joder! Usted hubiese hecho otro tanto por mí. Yo también me paso de copas de vez en cuando y bien sé como es eso. Los hombres somos todos unos brutos y hacemos esas burradas." -" Joaquín, eh... ¿Puedo abrazarlo? ¿Me permite?" -"¡¿Cómo?!!!" (poniéndose de pie como un tiro y casi volcando el café) "¿Acaso así, en cueros?" -"Así, en cueros..." -"Pues, hombre, no me parece una buena idea. Luego que me vista, tal vez." -"¿Por qué no ahora?" -"¡Hostia! Porque esas cosas, entre hombres, pues son delicadas. ¡Uno no sabe a dónde pueden llevarle!" -"¡Ah...! ¡Yo si lo sé! ¡Al Séptimo Cielo! Digo, si uno sabe cómo volar hasta allí." -"Pues se equivoca usted de copiloto. Yo soy un animal muy terrestre. Eso de volar abrazado con otro hombre no es de mi agrado." Decidí entonces jugar la carta que ocultaba en la manga, bueno, entre las nalgas, habida cuenta que ambos estábamos en pelota: -"Usted me ha contado que en el ejército tuvo un amigo que fue algo muy especial... ¿Cómo se llamaba...? Lo menciona tanto y con tanto cariño, que algo me dice que tal vez usted y ese amigo volaron muy alto." -"¡Pero es muy distinto, coño! ¡Son cosas comprensibles entre chavales bisoños! ¡Uno está encerrado en un cuartel en un lugar extraño, lejos de todo lo que conoce y quiere, nostálgico, echando en falta los afectos...!" -"Y su amigo, ¿cómo se llamaba...?" (yo lo sabía, pero quería 'halarle la lengua') "...lo consoló un poquito." -"¡Coño! ¡No...! bueno, si... ¡Qué carajo! Hace ya tanto tiempo de eso... Le llamaban Curro. Desde que nos conocimos congeniamos y nos hicimos buenos amigos, pero a partir de una noche en que hacíamos juntos la guardia... eh... fuimos más allá." -"¿Lo ve? Entonces... ¿Por qué no me abraza imaginando que yo soy Curro? ¿Acaso yo no le simpatizo? ¿No congenio con usted? ¡Ándele! ¡Es tan fácil!" -"¡Joder! Usted es joven aún, mi amigo, pero es mucho mayor que el Curro de entonces. Y yo tampoco soy el chaval de antaño... Ya estoy muy viejo para la gracia y además... ¡Yo soy hombre serio, coño, así que lo mejor es que paremos este asunto aquí...! Voy al balcón a buscar mi ropa, si la suya está seca se la traigo." -"¡Espere un momento, Joaquín...! Puede decirse que usted me salvó la vida y yo... Yo no quisiera ofenderlo por nada en este mundo... Es que... Darle las gracias por todo, estrecharle la mano, me parece tan poca cosa para expresarle lo que siento... ¿Sabe? Así como le pasa a usted, tampoco yo tengo a nadie que me espere en esta ciudad y todos necesitamos a veces un abrazo. Yo necesito uno ahora como pocas veces antes... Y estoy seguro de que usted también... ¡Ándele! ¡Uno solito! ¿Quién va a saberlo? Y... ¿A quién más le importa...?" (El que no llora... ¡No mama!) El gigantón se quedó unos minutos con la vista perdida en el vacío, como si rebobinara la cinta y analizara cada una de mis palabras una y otra vez. Finalmente suspiró, levantó la cabeza, me miró fijamente a los ojos y lentamente tendió sus brazos hacia mí en actitud de "¡Ven acá!" Yo no me hice de rogar... Me zambullí de cabeza en aquel mar océano de vellos, con la certeza de que emergería en otro mundo más amable, en otra dimensión. Créanme, no era solamente lujuria, había mucho más en aquellas profundidades donde tiempo y espacio quedaban neutralizados, una enorme simpatía, una cálida sensación de bienestar, de paz... El abrazo no era como el de un "quarter back" desinflando el balón, era más flojo, más suelto y sin embargo, al poco tiempo comencé a sentir que su falo alzaba el vuelo y comenzaba a clavarse en una de mis ingles, lo cual me indicaba que Joaquín sin duda aún recordaba muy bien a Curro... Si, donde hubo fuego, cenizas quedan y algo me decía que aquel fuego había sido un incendio memorable cuyas cenizas aún humeaban cuando el viento soplaba a favor. Sin pedir permiso ni advertir de mis intenciones, de lo más natural, comencé a besar el cuello y los hombros de aquel atlante, recorriendo sutilmente con mis labios y en forma descendente cada una de las etapas de la larga ruta hacia El Dorado, abriéndome paso lentamente a través de la tupida jungla de vellos anteriormente sólo recorrida por otro explorador, casi treinta años atrás... Besé la altiplanicie su pecho, sus erectas tetillas de brillante color coral, el plexo solar, el abdomen convexo pero firme, el foso de su ombligo, el bajo vientre, me perdí en la maraña impenetrable del pubis y, una vez de rodillas ante él, miré hacia arriba, captando en su rostro petrificado por el ansia un brillo fugaz, algo como un destello en sus ojos que me animaba a continuar. Pero antes quise reconocer la zona, besando y lamiendo la parte superior de sus muslos, las ingles, el escroto y finalmente... Contacto. Acerqué aquel cabezón a mi cara... y aún me costaba creerlo. Corrí el prepucio hacia atrás y contemplé la rutilante joya de su bálano rosa purpúreo, sedoso, nacarado. Me crucé aquel regalo de los dioses en la boca al modo en que lo haría con una armónica, lo sostuve suavemente entre mis dientes, recordando cómo mi perro sostenía grande huesos en su hocico, jadeando de satisfacción. Luego separé mis labios y los cerré en torno a esa cabeza roja, haciendo rotar mi lengua sobre toda su superficie, deleitándome con su aroma y su gusto tan particulares, los cuales se me antojaban más deliciosos que los de cualquier otra verga que hubiese conocido anteriormente, mientras acariciaba casi con violencia sus pilosas nalgas, duras como rocas, velludas como terciopelo. Si pudiese retroceder el tiempo a placer y hacer que aquellas maravillosas sensaciones iniciales se repitieran una y otra y otra vez con igual intensidad... Pero el "show" debía continuar. Había encontrado un tesoro, algo realmente excepcional, memorable, como si fuese mi primera vez, como si todo lo vivido y experimentado en lo pasado sólo hubiesen sido pruebas piloto para conquistar esta cumbre... Cambié el estilo y procedí a deslizar mis labios por su macroverga, chupándola como si fuese una paleta helada (¡el helado más caliente del mundo), casi desde su base hasta la punta, mientras que con una mano le presionaba suavemente el escroto y con la otra le amasaba y le rascaba las nalgas con las uñas. Así estuvimos unos minutos, hasta que Joaquín tomó mi cabeza entre sus manazas y pausadamente comenzó a manejar él mismo la situación, balanceando su pelvis hacia delante y hacia atrás como si estuviese follando con mi boca, mandándome aquel grueso trinquete hasta las amígdalas y retirándolo luego hasta casi sacármelo de la boca, exigiéndome todo el tiempo que chupara más, que aumentara la succión para apretar más su gran tranca con las paredes internas de mis mejillas e intensificar la excitación, para lo cual yo también introducía una mano entre sus nalgas y masajeaba dulcemente su ano con mis dedos ensalivados... El placer de ese hombre era mi placer, sentir sus profundos gemidos y sus roncos gruñidos amplificaba mil veces el arrebato paradisíaco que yo experimentaba... ¡Yo gozaba cada vez más viendo cuanto lo hacía gozar a él! Sus gemidos aumentaron en intensidad y frecuencia, clara señal de advertencia de que un aluvión de leche se descargaría en cualquier momento... Pero yo no deseaba que eyaculara en mi boca, pues no quería que la fiestecita terminara tan abruptamente. Había maquinado planes más ambiciosos y placenteros para ambos... Me "desconecté" de Joaquín suavemente y de igual modo lo fui empujando hasta hacerlo acostar panza arriba en la cama. Acto seguido, me subí sobre él y calcé su verga mojada de mi saliva en el canal entre mis nalgas, formando así la figura del "perro caliente invertido", es decir, el panecillo arriba, la salchichota abajo... Así, a horcajadas sobre aquel enorme garañón, comencé a cabalgar rítmicamente, masturbándolo con mis glúteos, sintiendo el excitante golpeteo de su cabezón en mi escroto... Él acariciaba mis muslos y mis rodillas con sus manotas ásperas o me masturbaba suavemente con la derecha y me acariciaba los huevos con la izquierda, entrecerrando los ojos y jadeando, transportado cada vez más y más alto por el placer "in crescendo", como si estuviese en el elevador de un gran almacén erótico... ¡Primer Cielo!... ¡Segundo Cielo!... ¡Tercer Cielo!... Luego de unos minutos, decidí que era el momento para hacer entrar aquel obús por mi retaguardia y en consecuencia, me alcé un poco y ajusté la cabeza de su verga contra mi esfinter, bajándome luego poco a poco para que el "Eurostar" entrara en el túnel. Sus primeros cabezazos me alarmaron, pues presentí que me partiría el culo, por lo cual decidí que mejor usaría un lubricante que facilitara en algo las árduas y delicadas maniobras con semejante misil balístico intercontinental, tanto en la paulatina dilatación de mi ano -lo cual le pediría a él que hiciera con sus grandes dedos- como en la posterior y tan ansiada inserción. Me incliné hacia su cara y le murmuré en un oído que me esperara dos minutos. Luego, como en una película antigua en cámara rápida, corrí a buscar el lubricante... El problema era que yo no había terminado de desembalar las cosas que había traído al cambiarme y el tubo de lubricante podía estar en cualquiera de las n+1 cajas cuya apertura no había sido indispensable aún. Como loco, comencé a abrir cajas y a volcar su contenido en el piso del baño, hasta que... ¡Eureka! ¡Hallé el tubo de "I-D Lube" entre 10.000 cosas más! De vuelta al dormitorio... ¡Sorpresa! Joaquín no estaba allí. Comencé a dudar de mi integridad psíquica... ¿Habría sido solamente una alucinación? ¿Tan mal estaría yo por la falta de sexo durante estas semanas de ajetreo que ya imaginaba cosas?... Me acerqué a la cama y pude ver en las sábanas las inconfundibles manchas de una muy copiosa eyaculación, producto, a no dudarlo, de una artera puñeta a traición... ¡Nooo...! ¡Joaquín...! Salí al salón (o sea, al salón-comedor-cocina-balcón-entrada... ¡todo eso en 40 metros cuadrados o menos!) y allí estaba él, a medio vestir con las ropas húmedas y forcejeando para meterse los zapatos sin desatarles las agujetas y sin haberse puesto los calcetines... -"Joaquín... ¿Qué haces?... ¿Te gusta hacerlo vestido con ropa mojada? ¿Ese es tu fetiche...?" -"¡No, mi amigo...! Aquello en la cama, pues... no está bien... Un hombre que tenga lo que hay que tener no debe prestarse a tales cosas... ¡No señor! ¡Para eso están y siempre han estado las mujeres! ¡Búsquese una...!" -"Pero y entonces... ¿Qué hubo con Curro?" -"¿Ese puto?... ¡Mal rayo le parta donde quiera que esté! Al darnos de baja me dio calabazas y se ligó con el corneta. Nunca más le vi. Afortunadamente me casé a tiempo y formé una familia... ¡Y me dejé de todas esas mariconadas! Así que no insista." Tomó su caja de herramientas, las revolvió y sacó varias de allí hasta encontrar las copias de las llaves del departamento, las cuales lanzó certeramente sobre el mesón que separa la cocina (¡perdón...! la "kitchenette") del comedor-salón-balcón-entrada-etc... -"¡Si habla hoy con el propietario, dígale que ya terminé aquí y que la semana próxima iré allá a cobrarle!". Y salió dando un portazo. Me quedé de una pieza, perplejo, sosteniendo en mis manos el tubo de lubricante, tan semejante a la verga de Joaquín en tamaño, forma y proporciones. El refrán dice que al mejor cazador se le escapa la liebre, pero yo sentía que se me había escapado el mismísimo Conejo de Pascua, con todo y su gran cesta de huevos... ¡Qué carajo! ¡Vergas hay billones en el mundo...! Aunque pocas como esa, es verdad. Lo extrañaría, y no sólo por la cesta de huevos... Me había acostumbrado a Joaquín, me simpatizaba mucho, de veras... ¡En fin! A veces se gana, a veces se pierde, mañana será otro día... Volví a hacerme consciente de mi dolor de cabeza y demás achaques post etílicos y el resto del día lo pasé leyendo, durmiendo... A eso de las ocho de la noche, alguien tocó a la puerta. Me puse una bata y me dirigí a abrir, murmurando para mí mismo en el trayecto: -"Seguramente es otro vecino que viene a protestar por el ruido durante la semana... ¡Cómo que se ponen de acuerdo, no me jodan! Apuesto a que éste o ésta también viene a decirme que soy un desconsiderado, un mal vecino escandaloso, un abusador, un antisocial, un sociópata, un... ¡Joaquín!" Ahí estaba él, con una gran sonrisa que le hubiese valido el perdón de todos sus pecados. Era evidente que había aprovechado bien la tarde; se había hecho recortar el cabello y rasurar la hirsuta barba de una semana, lucía ropas nuevas y emitía tal olor a licor en un radio de dos metros, que hacía innecesario preguntarle dónde había estado luego. Seguro que vendría a buscar las herramientas que había dejado tiradas en su precipitada fuga en la mañana y al menos no traía cara de perro bravo. -"¡'Señor' Joaquín! ¿Olvidó algo?" -"Al contrario, mi joven amigo, recordé algo... ¡Recordé y entendí tantas cosas...! Aquí traigo unas fotos del Curro para que las veas. Se me antoja que tú te le pareces algo, al menos, eso creo yo". Tomé el manojo de fotos y me dirigí al mesón de la cocina, buscando la intensa luz de los "spots", mientras que Joaquín se metía al baño, a mear, según me dijo y allí tropezaba estrepitosamente con las 10.000 cosas regadas por el piso que yo aún no recogía. ¡Guapísimo, el cabrón del Curro! Pero... ¿Quién no es guapo a los 20 años? Más aún con un uniforme militar de gala... "A mí, todos los que están en la flor de la edad me parecen más o menos bellos" decía uno de los grandes filósofos griegos de la antigüedad, que si sabían lo que era bueno, aunque luego terminasen bebiendo cocteles de cicuta. Ahora, en cuanto a que yo me pareciese a Curro o él a mí... ¡Vamos...! Tal vez fumándose una lumpia o algo así... Sentí que Joaquín había salido del baño y voltee para preguntarle dónde había sido tomada una foto en particular... Estaba detrás de mí, completamente desnudo, manipulándose la verga erecta con una mano y las bolas con la otra. -"A ver, amigo mío... ¿Dónde fue que nos quedamos esta mañana?" -"Pues... ¡Eso no tiene ninguna importancia! ¡Estoy dispuesto a comenzar todo de nuevo, desde el principio!" le respondí al tiempo que soltaba las fotos y tendía lentamente mis brazos hacia él en actitud de "¡Ven acá!"

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