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Mi Querido Masajista

by Jotauve


SEXO TIERNO Llevaba ya una temporada, que se me antojaba larga, sin gozar del placer del sexo, al menos sin tener una buena polla en la boca. Y aquel fin de semana se me hacía largo, demasiado largo, en una ciudad extraña y sin conocidos. En un arranque de rabia me fui a una sauna. Esperaba encontrar allí entretenimiento, satisfacer mi apetito y calmar mi soledad. En la sauna me encontré con gente de lo más variopinto. En la sala de vapor todos estaban cubiertos por sus toallas y en silencio. Era un aburrimiento, aunque aproveché para sudar y relajarme. Luego me hizo bien el contraste con el agua fría de la piscina. Me divertía ver por las salas a jóvenes preciosos, la mayoría de ellos putos en busca de dinero más que de placer. Lo cierto es que eran machos muy hermosos. Uno de ellos, de piel trigueña, dejaba ver una polla fláccida, pero descomunal; otro, un ejemplar negro deslumbrante por sus casi dos metros de altura y su simpatía, bromeaba con un casi adolescente que se magreaba sin recato su polla, dura y larga (hubiera hecho feliz a cualquiera, pero el cabrón pedía una cantidad desorbitada). Me divertía también que, con buen humor, estos putos se metieran conmigo, me tocaran las tetillas o el culo (algunos más atrevidos llegaban a palparme la polla), me insinuaran sus vergas, o con seriedad me propusieran pasar un rato juntos. Uno, muy joven, en la piscina, se me plantó delante, rozó su pecho contra el mío, me quiso calentar un poco, y ante su poco éxito se echó al agua; al salir tenía su polla escondida entre las piernas como si fuera una fulana y se echó a reír: querías vérmela, eh?, me dijo. El tío tenía su atractivo, pero me resultaba demasiado grueso, y sobre todo yo no estaba dispuesto a pagar por follar. Al pasar por las taquillas me crucé con un muchacho. Nuestras miradas se encontraron e instintivamente nos sonreímos. No le quise dar más importancia; pensé que sería un puto más. Fui a por mis cigarrillos y me senté en una butaca frente a la sala de masaje. Mi sorpresa fue grande cuando le vi entrar en ella y salir al poco rato con un short, en lugar de ir enrrollado con una toalla como los demás. Era el masajista. Vino a sentarse a mi lado e inmediatamente me dio conversación y me resultó atractiva su personalidad e interesante su vida. El chico era extranjero, pero dominaba bastante bien el español; había recorrido mucho mundo y había ejercido muchas profesiones a pesar de tener sólo 24 años. Su físico no me resultaba particularmente atractivo, aunque no me desagradaba. Era alto, lo que siempre me gusta, de finos labios y nariz muy recta, su pecho no tenía apenas vello, pero sus piernas, muy delgadas (prefiero unos buenos muslos), eran muy peludas. Su sonrisa era cautivadora. Le miré con simpatía y acabé sintiendo afecto por él. Se mezclaban en mí dos sentimientos: por un lado deseaba intimar con él, ser su amigo y ayudarle; por otro me apetecía besarle, abrazarle, llevarle a la cama y joder sin parar. Los roces esporádicos que teníamos no parecían provocar nada en él y yo me contenía; no quería forzar la situación. Nuestra conversación derivó hacia su profesión y el sexo. Le gustaba follar con hombres y con chicas. Me confesó que cuando daba masajes, si se lo pedían y le apetecía, llegaba a más. Su mirada me animó a preguntarle si querría pasar un rato conmigo. No necesité ninguna respuesta. Sus ojos y su sonrisa eran elocuentes. Se levantó y entramos en una cabina. Sin más preámbulos, me abrazó y nos besamos. Su lengua penetró con seguridad en mi boca y la recorrió sin descanso. Acariciaba su cuerpo, de piel suavísima. Teníamos nuestras pollas ya excitadas. Se separó un poco de mí y me quitó la toalla y se bajó sus calzones. Desnudos completamente, volvimos a abrazarnos. Me gustó tomar en mi mano su polla y sus huevos y sobarlos; comprobé que se había afeitado hacía poco tiempo los pelos del pubis y de los cojones. Comenzó a besarme el cuello y yo le chupé la oreja y su lóbulo. Fue bajando hasta mis tetillas, y prosiguió hasta mi ombligo. Al llegar al vientre me dieron unos espasmos de placer. Yo no podía más que acariciar su cabeza y mesar sus cabellos. Noté como metía mi verga en su boca y mamaba delicadamente. Me crecía la polla dentro de su boca sin poderlo remediar; no era capaz de contener mis gemidos. Lo alcé para besarle de nuevo en la boca. Mordía sus labios, chupaba su lengua, metía la mía hasta la mayor profundidad posible. Lo tenía agarrado por el culo, y me gustaba sobarle sus nalgas, pequeñitas, redondas, medio peludas. Era tan delgado que me daba la impresión de una gran fragilidad, tan cariñoso que estaba para comerlo vivo y entero. Lo tumbé en la cama y me eché sobre él. Recorrí todo su cuerpo llenándolo de besos, lamiéndolo con la lengua, saboreando su dulzura. Cuando llegué a su pene observé que estaba sin circuncidar y nada excitado. Bajé el pellejo de su prepucio y lo metí en la boca. Creo que nunca había sentido el placer de experimentar cómo aquella masa de carne iba creciendo y endureciéndose dentro de mi boca. Con la lengua fue recorriendo en círculos su glande; tenía ya un tamaño considerable, y empecé a subir y bajar la cabeza para frotar con mis labios aquel buen tronco. Se agarraba a la cama y retenía sus gemidos, pero me excitaba verle gozar. Le eché las piernas sobre su cuerpo para tener ante mí, sin obstáculo ninguno, el pene, las bolas y el ano. Todo se lo comí; notaba sus espasmos cuando le tenía los cojones en mi boca y cuando mi lengua acariciaba su ano y trataba de penetrar por su agujero. Estaba ya tan ensalivado que empecé a meterle un dedo por el culo mientras lo masturbaba y le besaba y le mordía la parte interior de sus muslos. Me gustaba hundir mi cara en su ingle, sentir el roce de su polla en mis mejillas... Paseé mi lengua por aquellas peludas piernas, delgaditas, pero hermosas. Llegué hasta su pie e hice lo que nunca había hecho antes: meterme sus dedos en la boca. Noté que eso le excitaba mucho, porque se revolvía sin parar y a mí me gustaba saborearlo de cabeza a pies. Me tumbé nuevamente sobre él para besarle en la boca y abrazarle con cariño. Echados uno junto al otro nos mirábamos con ternura. Pero también con pasión. Cambié la posición para hacernos un 69, y nos empleamos a fondo en nuestros penes. Pufff. Era demasiado para los dos. Yo estaba deseando probar el sabor de su leche en mi boca, regarle y regalarle mi semen. Pero justo en ese momento le llamaron para un servicio de masaje. Nos costó separarnos. Un cálido beso fue nuestra despedida hasta la próxima ocasión. jotauve@hotmail.com

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