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Ritual Irrenunciable, Parte 2

by Rodolfo de Orduña


Segunda parte Después de haberse encontrado tan excitantemente aquel viernes por la noche, alumno y profesor mantuvieron una relación constante durante la que intercambiaban satisfactorias experiencias. Frecuentemente Juan Carlos se veía sorprendido por la gran habilidad con que Eduardo lo llevaba a orgásmos celestiales. El cada vez más desenvuelto alumno compensaba su juventud con la intuición de quien responde sin tapujos a un deseo sexual casi salvaje. Juan Carlos no podía menos que estar fascinado por las experiencias con aquel vibrante y brillante potranco. Este se convirtió en el alumno más responsable, no faltaba a ninguna sesión y siempre acudía a la oficina de Juan Carlos a "resolver dudas". La gran duda que tenía el hermoso joven era por qué no había iniciado su relación antes, cómo se había perdido de disfrutar el exquisito cuerpo de aquel profesor que tanto le estaba enseñando. Cada nueva posición que descubrían era explotada al máximo, el escritorio de Juan Carlos se había convertido en un objeto maravilloso para el disfrute máximo, ya que tenía la altura ideal para que recostado de espaldas sobre él, Eduardo pudiera penetrar al maestro a su antojo. Aunque efectivamente la intensa y arriesgada actividad en la oficina aumentaban la excitación de los encuentro, Eduardo propuso a su maestro que el siguiente viernes aceptara una invitación a su departamento. Podrían aprovechar la oportunidad para preparar los exámenes de la semana siguiente. Juan Carlos aceptó y acordaron verse después del seminario de ese viernes. Los días que faltaban para el encuentró parecían largísimos. Cuando por fin se encontraba tocando a la puerta del departamento, la emoción de Juan Carlos era evidente. Eduardo acudió casi de inmediato y se saludaron como ya habían aprendido, con aquellos besos profundos. Juan Carlos disimuló su sorpresa cuando al avanzar al interior se encontró con la agradable mirada de Alberto, otro alumno del grupo, --- espero que no tengas inconveniente-- dijo Eduardo con un tono y una mirada tan pícara que casi derrite a Juan Carlos. Alberto ha tenido algunos problemas con los estudios y le ofrecí que tu podrías ayudarlo también. El maestro no cabía de felicidad, se anunciaba un fin de semana delicioso. Alberto era nada menos que la estrella en casi todos los deportes de la Universidad, Juan Carlos había fantaseado frecuentemente con aquel muchacho, aunque nunca se había hecho ilusiones pues siempre estaba rodeado de chicas. Pero si lo que se percibía en el juego de miradas y en el ambiente era verdad, le iban a faltar manos, labios, culo y tal vez tiempo y energía para no ser rebasado por aquel par de ejemplares. Estos se daban el tiempo para disfrutar la situación, aquellas lecciones iniciales de Juan Carlos habían sido muy bien aprovechadas por Eduardo quien promovía todo tipo de situaciones para que en cualquier movimiento el maestro alcanzara a rozar al atlético joven. El maestro entendió perfecto las jugadas y poco a poco se apoderó del territorio, se acercaba descaradamente a la cara de Alberto para ampliar alguna explicación y éste mantenía la posición y la mirada, era obvio que se trataba de un muchaco tímido. Esto aumentó la excitación y el deseo de Juan Carlos quién con gran elegencia iba llevando al nuevo pupilo a niveles de excitación muy evidentes. Eduardo disfrutaba como nunca, parecía estar orgulloso, tal vez había prometido a su compañero que no se arrepentiría de ir a estudiar con ellos, y Juan Carlos no los estaba defraudando, además propuso con gran tino que descansaran un poco. Tal vez por lo emocionante del juego se habían concentrado ya varias horas en el estudio. Cuando Alberto se quejó de cierto cansancio, el experimentado maestro entendió que era la señal esperada, se acercó por detrás de la silla y comenzó a darle un masaje firme en la base del cuello, el muchacho quizo parecer sorprendido pero quien le tenía las manos bien puestas sabía también como combatir aquella aparente timidez inicial. Rapidamente desabotonó la camisa y acarició con efectividad el pecho y el estómago de Alberto. El ejercicio había cincelado maravillosamente el cuerpo de éste chaval y Juan Carlos no cabía de felicidad, tanto por la excitación que le provocaba estar estrechando aquel cuerpo de textura angelical, como por haber franqueado con éxito la supuesta timidez del muchacho. Ya sin dificultad bajó las manos para alcanzar lugares más sugerentes. Por fin Alberto volteó y levantó su cabeza y con la mirada suplicó uno de aquellos besos que seguramente Eduardo había presumido en sus pláticas. Al besarlo el profesor aprovechó la oportunidad para empezar la urgente apertura del pantalón, el bulto que había estado masajendo por encima de la ropa se anunciaba descomunal. Al tiempo que recorría la silla, el fuerte deportista jaló hacia su entrepierna, ya sin inhibición, a Juan Carlos, esté obedeció docilmente y chupó sobre el calzoncillo el delicioso tronco de Alberto. Cuando la humedad de la saliva transparentaba el rígido miembro, el maestro sacó deseperado aquel pene sólido y de geometría impecable, adivinó que también sería implacable. Eduardo mientras tanto no había perdido el tiempo, había desalojado la mesa donde minutos antes habían trabajando y estaba desnudándose con excitación. Era claro que quería practicar esas posiciones que tanto lo deleitaban en la oficina, sobre el escritorio de Juan Carlos. Este accedió a las señales de Eduardo, que con hermosas sonrisas compartía la emoción y la excitación, se trataba de un lenguaje no verbal ya muy desrrollado entre ellos. El profesor terminó de desnudar lentamente a la estrella de la noche, recorría al mismo tiempo cada centímetro del escultural cuerpo con besos y lenguetazos desesperados. Por fin Alberto se animó, cargó al profesor y lo colocó encima de la mesa le sacó toda la ropa como mago y lo dejó boca arriba. Juan Carlos lo tomó por la delgada y fuerte cintura, jaló firmemente y se introdujo el descomunal cilindro casi de un sola embestida. Para Eduardo fue difícil distinguir de quien habían sido los gemidos y gritos de placer/dolor, el sonido se había fusionado al igual que los cuerpos. Para evitar reclamos Juan Carlos llamó a su alumno consentido al otro lado de la mesa, se arqueó sensualmente hacia atrás y empezó a chupar con gran complacencia la exquisita verga, lo hizo con rapidez para no desperdiciar las brillantes gotas que ya salían impetuosamente. Era un momento de infinita sensualidad, Juan Carlos lo disfruto locamente, se empleaba al máximo con boca y culo para estar a la altura del par de bribones que gemían deliciosamente, el esfuerzo era recompensado y luchaba por hacer eterno el electrizante encuentro. Los alumnos explotaban de placer y hacían gala de su juventud y vigor, se enlazaban en apasionados besos por encima del maestro mientras atacaban con sus leños los orificios que se abrían al máximo en un intento por devorarlos furiosamente. Juan Carlos advirtió que los jóvenes se enfrascaron en una competencia de poder a poder, en ese intento por demostrar quien era el más capaz, llevabaron a su feliz maestro a territorios poco explorados, entraron en una fase de movimientos de gran armonía, un trío super coordinado donde se perdieron las nociones de tiempo y espacio. Alberto fue el primero en llegar al climax, y con una corrida extraordinaria, salpicó las entrañas de quién le había estado entregando con tanta pasión ese delicioso culo. Eduardo no se quedó atrás y comenzó la expulsión con los tiernos rugidos y gemidos que Juan Carlos ya conocía, se apuró a recibir con atención el tibio semen, procurando que no se le escapara ni una gota ya que luego lo compartiría con ambos amantes en deliciosos besos. Este juego se alargó pues los muchachos literalmente se peleaban por los labios de Juan Carlos, éste se desvivía por complacerlos y cuando la lucha aminoró, observó retadoramente a los chavales y sin darles tregua los retó preguntando: ¿qué esperan para intercambiar lugares? La evaluación apenas empieza. Si quieres envíame tus comentarios a rodeordu@hotmail.com

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