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Victima de Gorilas

by Gabriel


Todo empezó cuando tenía esa edad entre los doce y trece años, cuando se está abandonando la niñez y se entra en la pubertad. Cuando comienzan a brotar los vellos púbicos, se cambia la voz y se experimentan sentimientos y sensaciones desconocidas. Hijo único de padres con posición económica holgada, estudiante aventajado en uno de los más exclusivos colegios privados de mi ciudad, tenía a mi alcance todo lo que pudiese desear. Era un chico feliz rodeado de compañeros que me apreciaban y con los que compartía juegos y travesuras. Con tres de ellos era especialmente unido, asistíamos juntos al cine, a fiestas y a eventos deportivos; compartíamos nuestras inquietudes e intimidades. Eramos en cierta forma inseparables. Una mañana uno de mis amigos nos contó que un primo suyo, algo mayor que él, lo había llevado a un cine porno, y que al ver las escenas de la película su pene se había puesto duro. Extrañado con lo que por primera ves le sucedía, se lo había comentado al primo, quien riéndose le había dicho: “Eso es para que te hagas la paja”. Como mi amigo no entendía, el primo sacándose su pene, comenzó a masturbarse, diciéndole: “Hazte así”. Al seguir las indicaciones sintió una sensación sumamente agradable que culminó cuando brotó de su pene un líquido pegajoso. Mientras nuestro amigo narraba su experiencia, los tres restantes escuchábamos atónitos y deseosos de experimentar esa nueva sensación. Así que decidimos inventar a nuestros padres una excusa e irnos los cuatro esa noche al cine porno. Yo nunca había estado en esa zona de la ciudad. Había varios jóvenes parados en las aceras como esperando a alguien, a veces se detenían autos junto a ellos y conversaban. Unas veces algunos subían a los autos y otras no. Al llegar al cine, el portero no nos permitió el acceso por ser menores. Decidimos esperar en la plaza de la esquina que hubiese un grupo de público entrando para ver si lográbamos acceder mezclados con ellos. Mi amigo recordó que su primo había dado un billete al portero al entrar, nos dijo voy a intentar pasar con uno de ustedes dando un billete al portero para que nos deje entrar. Los otros dos esperan afuera a ver si el truco funciona, si ven que no regresamos hagan ustedes lo mismo y nos encontramos adentro. Luis Manuel y yo nos quedamos a la espera. Un auto se detuvo frente a nosotros, el conductor nos invitó insistentemente a dar una vuelta, a lo que le contestamos en forma negativa. Nos dijo que nunca nos había visto por allí y nos preguntó que hacíamos allí. Luis Manuel le dijo que esperábamos para entrar al cine. Nos dijo que no podíamos hacerlo por ser menores de edad. Pero que él podía ayudarnos, pues un amigo suyo era familiar del administrador. Si esperábamos que él lo buscara del cine, haría que nos permitieran entrar. No tardó ni cinco minutos, regresó acompañado de dos hombres que bajaron del auto, mientras nos decía: “Mis amigos los llevarán al cine”. Yo me acerqué a la ventanilla para darle las gracias, cuando alcancé a ver que Luis Manuel era introducido al auto por uno de los hombres con un paño sobre la nariz. En ese momento sentí que el otro hombre me agarraba por el cuello con una llave de lucha libre y colocaba sobre mi nariz una estopa impregnada en un líquido de olor penetrante que me hizo caer en un sueño profundo. No sé cuanto tiempo dormí, al despertar ya era de día. Me encontraba amordazado y atado al asiento de una avioneta que volaba con rumbo desconocido. A mi lado Luis Manuel, igualmente atado dormía tranquilamente. Adelante iban el piloto y un acompañante a quienes nunca había visto. Completaban el pasaje dos muchachos igualmente atados que ocupaban los asientos frente a nosotros. El acompañante comentó al piloto “Ÿa comienzan a despertar los cachorros”. El piloto le contestó: “Siempre sucede así, despiertan media hora antes de que lleguen a su nuevo hogar”. Poco tiempo después la avioneta tocaba tierra en una pista en una zona despoblada según lo que logré ver desde el aire. No tenía idea alguna donde estabamos, ni cuanto tiempo habíamos volado, debía ser cerca del medio día por la posición del sol en el firmamento. Un camión cisterna se aproximó a la avioneta para reabastecerla de combustible. Por un momento creí que aún no llegábamos a nuestro destino, lo que añoraba para verme libre de las ataduras que me entumecían los músculos. No era así, una camioneta pickup llegó, nos liberaron las ataduras y nos hicieron subir a la parte trasera del vehículo. El piloto comentó mientras contaba los billetes que le acababan de entregar: “Les traje cuatro cachorros, dos son callejeros y dos de raza fina a juzgar por la ropa que cargan, esos deberían valer más por el riesgo que significan”. El que nos recibía le entregó unos billetes adicionales, diciéndole: “Toma y cierra esa boca”. El piloto le comento: “Mi boca está siempre cerrada, lo mío es simplemente transportar la carga, no tengo nada que ver como los consiguen, ni que hacen después con ellos”. Aparte del hombre que había entregado el dinero estaban cuatro hombres de contextura atlética que vestían solamente un pantalón corto y portaban al cinto un pequeño látigo conformado por un mango fijado a una correa de suela bifurcada desde la mitad hasta el otro extremo. Uno de ellos se colocó en el puesto del conductor y los tres restantes se subieron con nosotros atrás. Uno de ellos, sin que mediara motivo alguno, accionó su látigo contra el techo del vehículo. Imagino que a mis tres compañeros sintieron el mismo miedo que yo, al oír como tronaba el metal debido al impacto recibido. En la camioneta recorrimos un buen trecho a través de pastizales donde se veía ganado vacuno. Llegamos a un patio en medio de dos construcciones, un galpón alargado de paredes altas con ventanas enrejadas en su parte superior y una casa grande de hacienda. Allí nos esperaban otras cuatro personas igualmente vestidas. Al bajarnos de la camioneta el jefe ordenó que nos colocáramos en fila. Uno de los chicos que habían traído junto con nosotros le grito: “Primero me dice:¿Donde coño estámos, y qué carajo nos van a hacer?” El jefe se le acercó, le propinó una bofetada a la par que le decía: “Están en un centro de entrenamiento, aquí aprenderán a comportarse, y sobre todo a obedecer y a cumplir las ordenes que se les den. Cualquier desacato será severamente castigado. Estos que están son sus instructores y lo que ellos les ordenen tendrán que hacerlo de inmediato, sin chistar. Sólo podrán hablar para contestar lo que se les pregunte o cuando se les de permiso para ellos. Ahora desnúdense completamente que los vamos a revisar.” El mismo chico fue azotado por resistirse a la orden. Luis Manuel recibió un latigazo por pretender quedarse en interiores. Yo me desnudé sin oponer resistencia. Al estar todos desnudos, nos dijo que quería ver nuestras vergas paradas. Yo no sabía que hacer, Luis Manuel tampoco. Uno de los guardias nos descargó un correazo en nuestras nalgas, a la vez que decía: “Les dieron una orden, a cumplirla”. Vimos lo que hacían los dos mayores y decidimos imitarlos. Era lo que pensábamos hacer en el cine, era nuestra primera paja. La sensación me resultaba agradable, y debería haber sido más agradable si no hubiese estado bajo la tensión emocional de no saber donde estaba, ni que nos iba a pasar. De tanto frotarme el pene logré que este tuviera una erección, pero era un pene de niño, me parecía más grande que el de Luis Manuel que luchaba por lograr su erección, pero incomparablemente más pequeño que los de los otros chicos que aparte de superarnos en edad, nos superaban en envergadura. Al vernos el jefe ordenó que llevaran a los mayores al galpón y a nosotros a la casa. Uno de los subalternos extrañado le preguntó: “¿A la casa?. El jefe le contestó: “Si a la casa, no quiero que una de esa bestias los malogre, y les haga perder valor? “Estos chicos son oro en polvo”. Luis Manuel me lanzó una mirada de interrogación, a la que correspondí con un gesto demostrativo de que no entendía a que se referían. Antes de llevarnos a nuestros destinos, los cuatro fuimos provistos de lo que sería nuestra vestimenta por los próximos meses: bandas de cuero ajustadas a nuestro cuello, tobillos y muñecas por medio de pequeños candados y con ganchos para adaptar cadenas metálicas que limitaban nuestros movimientos. A los chicos mayores nunca más los volvimos a ver. Luis Manuel y yo fuimos conducidos a la casa, allí el jefe personalmente comenzó a llenar conjuntamente con un supuesto médico nuestra ficha de ingreso, preguntándonos todo tipo de datos personales, enfermedades padecidas, tomando medidas de todo nuestro cuerpo e indagando sobre nuestra experiencia sexual. Como no sabía que contestar, me quedé callado; lo que inmediatamente determinó que mis nalgas recibieran un par de correazos propinados por uno de los guardias. Contesté que no tenía ninguna experiencia. Los ojos del jefe brillaron, a la vez que decía: “Era lo que me imaginaba, a estos tendremos que moldearlos para sacarles el mayor provecho”, “Nos llegan pocos como ustedes por aquí”. El médico comentó que convenía estimular nuestro desarrollo físico y sexual, extendiendo un récipe para que nos proporcionasen algunos medicamentos. Nos condujeron a lo que sería nuestro hogar por varios meses, un corredor grande que bordeaba a un pequeño patio interior de la casa, equipado con un banco de pesas, algunas máquinas de ejercicios, dos colchonetas y dos burros de ejercicios gimnásticos ajustables en altura y provistas de huecos, anillos y correas de las que no tardamos en conocer su uso. Completaba nuestro hogar un pequeño baño. Nos dejaron allí, diciéndonos que dentro de un rato volverían para comenzar nuestro entrenamiento. Luis Manuel y yo decidimos darnos una ducha para relajarnos un poco, mientras comentábamos en voz baja lo que nos estaba sucediendo. No sabíamos en manos de quien estabamos, ni que pretendían hacer con nosotros. No parecía ser un secuestro normal para pedir rescate, ya que para ello, no hubiese sido menester el médico. Tampoco nos parecía que pudiesen obtener rescate por los chicos que habían traído con nosotros en el avión. Algo raro nos estaba sucediendo. Pensábamos en nuestras familias, en lo que estarían sufriendo. Nuestros comentarios y pensamientos tuvieron que cesar, dos guardianes llegaron para iniciar nuestro entrenamiento. Nunca podré olvidar aquella primera sesión, su recuerdo siempre permanecerá en mi memoria, y mi cuerpo siempre llevará dos huellas indelebles de la misma. Cada uno de nosotros fue llevado a uno de los burros gimnásticos. Fuimos colocados con el abdomen sobre la superficie y nuestras extremidades colgando. Nos ataron las manos y piernas a las patas del burro, asegurándose que las piernas nos quedasen bien abiertas, las nalgas en todo lo alto con limpio acceso a nuestro ano. Atados en esa forma se nos dijo que la sesión de esa tarde era una simple demostración de algunos de los castigos que podríamos recibir si no acatábamos las instrucciones que se nos dieran. Era una simple sesión de advertencia. Comenzaron propiciándonos una serie de nalgadas para que fuéramos entrando en calor. Luego con vaselina lubricaron nuestros anos para introducirnos en ellos unos dildos especiales, que permitían ser inflados para que no se saliesen, tenían un canal con válvula que les permitían introducir líquido y poseían, además, un mecanismo vibratorio accionado externamente. Mi culo, que sólo había sido penetrado por un termómetro rectal infantil que mi madre utilizara en una ocasión, trató de oponer resistencia a esa invasión, ello fue motivo para que me introdujeran el dildo, a la fuerza, provocándome intenso dolor. Como mi organismo trataba de expulsar al invasor, bombearon aire en su interior hasta que por el volumen alcanzado no podía ser expulsado. Cuando mi esfinter anal ya se había acostumbrado al diámetro del invasor regresaron con unos dispositivos para aplicar enemas y unos envases llenos de un líquido amarillento. Conectaron las mangueras al dildo y comenzaron a llenar nuestros intestinos con dichos líquidos. En la medida que trasegaban los envases al dispositivo aplicador de enema, los guardianes hacían apuestas de cual de nosotros era capaz de recibir más cantidad de líquido, amenazándonos con castigo adicional al que perdiese. Sentía mis tripas llenas a punto de explotar, la velocidad de llenado había descendido, mi guardián no quería perder su apuesta así que trataba de obligarme a recibir más líquido con correazos en mis adoloridas nalgas, o tirándome de las bolas. Entonces me dijo que sabía como íbamos a ganar, conectó el dispositivo vibrador del dildo que comenzó a vibrar en mi culo propagando la onda de vibraciones a través del agua que llenaba mi intestino. Mi sufrimiento fue espantoso pero efectivo a sus intereses, logró introducirme más de un litro adicional. Al darse cuenta el guardián a cargo de Luis Manuel, de la treta hizo lo propio con el pobre muchacho, que gritaba de dolor. No se si fueron o no los gritos, los que hicieron que el jefe se acercase al sitio donde estabamos y dar instrucciones a los guardianes de acelerar el proceso. Estos desconectaron los dispositivos de enema, cerraron las válvulas del dildo para que el líquido no saliese. Dejaron en funcionamiento el dispositivo vibrador que nos provocaba un intenso dolor interior y se fueron a buscar los siguientes elementos de suplicio: unos hierros al rojo vivo, como los usados para marcar ganado, pero de reducidas dimensiones. Nos estamparon marcas en un hombro y en la parte superior de una nalga. El dolor de las quemadas se vino a unir al dolor intestinal producido por los enemas. Pero aún faltaba más, una tanda de correazos proporcionados con sus látigos cubrieron toda las nalgas con la sola excepción del sitio de nuestro herraje y luego una pomada que aplicaron a nuestras nalgas nos hizo saltar las lágrimas del dolor por el ardor que en nosotros despertó. Nos dijeron que habíamos terminado por ese día, el alivio que me produjo tal anunció se desvaneció cuando mi guardián me dijo que como castigo por haberle hecho perder la apuesta yo tendría que esperar hasta que Luis Manuel vaciara sus intestinos, ya que había una sola poceta. Nunca había imaginado que alguien pudiera tardar tanto en vaciar sus intestinos. ¡Cómo podía tardar tanto Luis Manuel en cagar!. Esa noche prácticamente no pudimos dormir, el castigo a nuestras nalgas nos impedía sentarnos o acostarnos en posición cómoda, sólo podíamos estar de pie o acostados boca abajo. Además se nos presentaban urgencias intestinales que nos obligaban a correr al sanitario a evacuar en cuclillas rezagos del líquido que nos habían introducido. Pero, sobre todo nos afectaba el dolor espiritual de vernos privados de la libertad, marcados como animales, propiedad de quien sabe quien, y sin saber siquiera donde nos encontrábamos. Los días, las semanas y los meses fueron pasando. Sometidos a una disciplina permanente de ejercicios para moldear determinados músculos del cuerpo, los muslos y glúteos principalmente. Nos establecían metas de medidas que debíamos alcanzar, so pena de castigo en caso de no lograrlas. Nos obligaban a ver día tras día videos de hombres en actividades homosexuales. Recibíamos inyecciones diarias de hormonas estimulantes del crecimiento y desarrollo de órganos genitales, que pronto comenzaron a tener efecto en nosotros. Luis Manuel se desarrolló antes que yo, su verga y sus bolas tomaron un gran tamaño, también su cuerpo comenzó a poblarse de vellos. Yo en cambio seguía siendo lampiño y mis genitales si bien habían crecido mucho no alcanzaban las dimensiones logradas por Luis Manuel. El médico ordenó suspender el tratamiento hormonal y el jefe ordenó colocarnos unos anillos metálicos que aprisionaban nuestros genitales y que por estar provistos de un transistor permitían que a distancia nos aplicasen una corriente eléctrica capaz de provocar una erección. Desde ese momento comenzamos a vivir en un estado permanente de erección parcial. A pesar de estar en edificaciones próximas, nunca nos fue permitido ver que sucedía dentro del galpón, sólo escuchábamos lo gritos que se producían cada vez que ingresaba un nuevo cargamento, cada dos o tres días, y del cual nos enterábamos por el ruido de la avioneta al aterrizar y despegar. Semanalmente llegaba una camioneta tipo panel de reparto de mercancías, en la cual cargaban a un grupo de chicos que sacaban del galpón. Un día oí a dos guardianes comentando entre sí, que se habían llevado a un chico que había costado mucho amansar, pero que había que ver lo corderillo en que se había convertido a fuerza de recibir palo. El comprador había pagado un dineral por él, pues era todo un semental. Imagine que se refería a nuestro compañero de viaje. El jefe en una de las inspecciones semanales que nos hacía ordenó que a Luis Manuel le aplicaran cremas depilatorias, que debilitaban los vellos haciéndolos caer. No conforme con eso un día lo llevaron a un sitio donde le hicieron una depilación total de los vellos del cuerpo dejándole vellos en el pubis y en las axilas. Al regresar llorando me contó que en el vehículo donde lo llevaban había un diario donde aparecía un aviso publicado por sus padres ofreciendo recompensa a quien informara de su paradero. Era un edición de hacía unos meses y el diario no era de nuestra patria. El jefe al percatarse que Luis Manuel lo había leído le informó que a raíz de esa publicación estuvieron estudiando si pedían un rescate por nosotros, ya que nuestras familias podían pagarlo; pero que habían decidido olvidarse de ello pues podría traerles problema con su negocio, de esclavizar chicos para venderlos a traficantes para ser usados en burdeles o a gays que pagaban muy bien por un chico dócil y bien entrenado. Al día siguiente un fotógrafo profesional vino a tomarnos una serie de fotografías que serían distribuidas en el mercado para comenzar nuestra promoción de venta. Allí nos enteramos que el mercado prefería los chicos jóvenes lampiños. La depilación de Luis Manuel era una simple estrategia de mercadotecnia. No éramos que una simple mercancía a comercializar en un negocio que les proporcionaba millones. Mientras no estabamos acompañados por nuestros guardianes, éramos encadenados de forma que no pudiésemos tocarnos el uno al otro. Temían que alguna práctica sexual entre nosotros destruyese la virginidad de alguno haciendo perder valor comercial. Se aseguraban de vendernos vírgenes de culo. Se nos obligaba a practicar entre nosotros la masturbación, igualmente debíamos mamarnos mutuamente siguiendo técnicas ilustradas en los videos. Como nuestros penes eran de reducida dimensión, se nos obligaba a practicar con plátanos que introducían hasta nuestra garganta, debíamos quitarles con la lengua cualquier sustncia que hubieran puesto en ellos pero sin dejar en ellos ningún rastro de algún diente. De haberlo la azotaina no se hacía esperar. Un día nos llevaron con los ojos vendados a la oficina del jefe. Por las voces que escuchábamos que se trataba de algunos extranjeros y sus respectivos interpretes. Palparon nuestros cuerpos, tocaron nuestros genitales e introdujeron dedos en nuestros culos. Fuimos devueltos a nuestros dominios. Pocos minutos después un guardia entregó a Luis Manuel un mono gimnástico y unas sandalias de goma para que se las pusiera ya que había sido vendido. Nos abrazamos y despedimos llorando. Antes de una semana estaba de vuelta, lo traía el jefe halándolo por una cadena fija a su collar. Luis Manuel se había resistido a perder su virginidad con su comprador, llegándolo a golpear fuertemente. El comprador había exigido la devolución de lo pagado y una indemnización por gastos. Decidieron darnos un escarmiento, a Luis Manuel por lo ocurrido y a mi para que no me atreviese a actual de igual forma. Fuimos colocados sobre una mesa, atando nuestras extremidades a a las patas, nos introdujeron por la uretra un electrodo muy fino, otro de mayor calibre por el recto, nos colocaron electrodos en sus bolas, orejas , lengua y tetillas que conectaron a un aparato que lanzaba descargas eléctricas. Cada descarga recibida hacía vibrar nuestro cuerpo produciéndonos dolores indescriptibles. Afortunadamente para mi sólo me aplicaron descargas a baja densidad. Con Luis Manuel se ensañaron con descargas que le hicieron perder el conocimiento. Tres días después volvió el jefe a nuestro sitio, preguntando si queríamos recibir otra sesión de escarmiento. Luis Manuel rápidamente contestó que se dejaría hacer cualquier cosa antes de volver a tener esa experiencia eléctrica. Yo dije estar igualmente dispuesto a hacer cualquier cosa pero que no me aplicaran las descargas. El jefe nos informó que de inmediato seríamos objeto de practicas sexuales por personal del centro, y luego seríamos vendidos como vírgenes. Si alguno de fuera se llegaba a enterar de nuestra condición sería por cuenta nuestra y ya conocíamos el castigo. Nuestra virginidad terminó ese día. Una semana más tarde fuimos llevados nuevamente con los ojos vendados a ser inspeccionados. Esta vez los dos fuimos vendidos al mismo postor. Creíamos que seguiríamos juntos pero estabamos equivocados. Nuestro comprador había actuado como simple intermediario en el caso de Luis Manuel, su verdadero adquiriente era el oriental que lo había comprado previamente, se había encaprichado con el chico y usaba el intermediario debido al problema surgido cuando la devolución. Yo en cambio aún no tenía destino definitivo, mi comprador acostumbraba comprar chicos y venderlos luego en subasta, sacando buen provecho económico. Había ido por Luis Manuel pero al verlo consideró que podría ser buen negocio vender un chico, casi un niño dentro del mercado norteamericano. Sabía que miles de gays y pederastas americanos viajaban todos los años a Thailandia y Filipinas con el sólo propósito de tener sexo con niños. Yo en una subasta debía proporcionarle buena utilidad. Con unas fotografías me sacaron un pasaporte falso de la Comunidad Europea, con ese pasaporte entre a los Estados Unidos. Fuimos directo a Chicago, me llevaron a una casa en las afueras donde se estaba realizando la subasta. Cda chico era subido a desfilar en una pasarela para que los asistentes pudieran apreciar mercancía. Un locutor anunciaba las características y medidas y pedía ofertas. Nadie ofreció el precio base exigido por mi dueño. Ninguno quería correr el riesgo legal de mantener un chico extranjero, que no hablaba el idioma junto a ellos. Preferían seguir viajando para tener sexo con menores. El fracaso le hizo cambiar de estrategia, optó por comercializarme en forma diferente, logró hacerse de listados de gays y pederastas en diferentes ciudades americanas. A los posibles clientes les enviaba mi foto y una carta ofreciéndome como un chico virgen a la vez que les sugería la posibilidad de cada uno de ellos fuese mi iniciador. La táctica le dio extraordinario resultado. Reunía las respuestas positivas de una ciudad y planificaba en detalles las citas de forma que todos y cada uno de los clientes estuviera conmigo y se llevara el convencimiento de haber estado con un chico virgen latinoamericano. Yo cooperaba activamente en el show, ofreciendo relativa resistencia y demostrando dolor y lágrimas cada vez que era iniciado. Siempre quise contactar a mi familia, al principio nunca se me permitió tener dinero alguno, era requisado cada vez que se iba un cliente para quitarme cualquier dinero que me hubiese dado de propina. Un día logré ocultar la propina y con ella en la mano baje a pedir a la recepcionista latina del hotel que llamase al número telefónico de mi casa. Respondió una señora que confirmó la dirección de la casa pero me indicó que mis padres ya no vivían en esa casa. Pedí hacer otra llamada a la central telefónica de mi ciudad y solicitar el número telefónico asignado a mi padre. La información fue categóricamente negativa: los nombres de mis padres no aparecían en el registro de la telefónica como suscriptores activos. Recordé el número de uno de mis amigos y logré hablar con su madre. La pobre señora entre sollozos me informó que tanto mi amigo como padre habían sido sacados por la policía una noche de la casa y desde entonces no había podido dar con su paradero. Habían pasado a engrosar las estadísticas de los desaparecidos. Ese día un sentimiento de soledad invadió mi espiritu. Un día que me tocó un cliente latino, le pedí ayuda para escaparme, pero éste me atemorizó diciéndome que yo había entrado fraudulentamente a los Estados Unidos lo que constituía un delito federal severamente castigado. Sería llevado a la cárcel donde las bandas internas de negros me violarían repetidamente, sin contemplación alguna, haciendo que luego les sirviera de mujer por el resto de la vida. Me aconsejó que siguiera como estaba, ya que al menos estaba siendo bien tratado. Llevábamos más de un año recorriendo ciudades americanas y canadienses. Estaba por vencerse el plazo de estadía que nos habían dado al entrar la última vez al país. Mi dueño se notaba preocupado, los clientes habían disminuido. Las solicitudes que tenía venían de sitios alejados entre sí, lo que disminuía mi rentabilidad. Esto hizo que un día me llamara telefónicamente para indicarme ordenarme que terminara con el cliente que atendía en ese momento, y bajara de inmediato a la recepción donde me esperaba. Saldríamos de inmediato a Nueva York. Al llegar al aeropuerto nos esperaba un hombre joven, de porte atlético, le entregó un sobre con dinero. El contó los billetes le indicó su conformidad y le dijo este es el chico. Acababa de ser vendido y en menos de hora estaba volando a Amsterdam. No tenía ahora un dueño, pertenecía a un club de doce amigos que se habían reunido para tener chicos con los cuales practicar sexo sin riesgo de contraer Sida. Fui llevado a una casa sencilla, en las afueras de Amsterdam, protegida por un muro que impedía verla desde el exterior. Allí viviría con siete chicos de diferentes procedencias y características físicas y con un Administrador, amante de prácticas sadomasoquistas. Yo sólo podía entenderme con el administrador que hablaba varios idiomas, con un chico del Africa Española y con un mulato brasilero, siempre que éste me hablara despacio. Con los otros a veces lograba hacerme entender por señas o con las pocas palabras de inglés que había aprendido. No todos éramos propiedad del club, pero estabamos atados a él de una u otra forma. Unos habían sido entregados por sus padres en pago de deudas, otros para garantizar préstamos recibidos y que pagarían con trabajo y dos que habían accedido a formar parte con la oferta de una buena suma de dinero al final del tiempo del contrato. La realidad es que todos éramos esclavos, no podíamos salir, estabamos sometidos a sus o deseos caprichos y recibíamos castigos corporales cada lunes por cualquier cosa que a alguno de los socios no le gustase, o simplemente por hacernos sufrir. Como era el chico nuevo, todos los socios quisieron probarme de inmediato, durante las primeras semanas fui la atracción del club, luego llegó otro chico de Rusia y mi popularidad comenzó a declinar. El primer lunes que correspondía recibir los castigos estos fueron suspendidos por ser un feriado y haber los socios planeado una fiesta por todo el fin de semana, que en realidad fue una orgía. Unos socios se empeñaron en ver como el mulato brasilero introducía su enorme verga en mi culito. Me cogió en seis posiciones distintas, de pie, sentado sobre su verga, como el perrito, acostado boca abajo con el culo levantado por unos cojines, de lado y acostado boca arriba con las piernas en el aire. Por más que el mulato trataba de no hacerme daño, me untaba de lubricante y trataba de dilatar el esfínter con sus dedos su monstruosa verga era demasiado para un culito quinceañero. Los castigos fueron acumulados para el lunes siguiente. Los aplicaba el administrador quien gozaba excitándose en la medida que nos hacía sufrir. A mi por razones que nunca entendí me obligo a permanecer durante una hora haciendo equilibrio sobre un listón de madera que se clavaba en los pies desnudos. El menor movimiento que yo hiciera abría una compuerta superior permitiendo la caída libre de una pesa de 50 Kgs. que estaba atada a una cuerda que luego de pasar por una serie de poleas terminaba atada a mis bolas, que en definitiva constituían el freno de la pesa en su caída libre. La inmovilidad total a que se me obligaba se veía comprometida por descargas eléctricas a control remoto que me transmitía un dildo introducido en el recto. Al terminar mi castigo los chicos me felicitaron la pesa solamente cayó cinco veces en una hora, a ellos se les había caído más veces. Quizás impuse dos records ese día, ese de menos veces y el de estiramiento de mi escroto. Al salir sentía que mis bolas me llegaban a los pies. Los caprichos de los socios llegaban hasta el realizar comprobaciones o experimentos con nosotros. En una ocasión uno de ellos dijo haber leído que se podía lograr que un hombre eyaculara mediante nalgadas o azotes en los glúteos. Cuatro de ellos decidieron verificar esa teoría castigando al brasilero. Comenzaron haciendo que se posase desnudo sobre las piernas de ellos, y tal como a un niño pequeño le daban nalgadas. Como no lograban su propósito siguieron aplicando los golpes en igual posición con una raqueta de ping pong. Cada uno de ellos le golpeaba hasta cansarse. Como notaron cierta erección del pene del brasilero decidieron proseguir haciéndole doblar sobre el espaldar de un sillón, manteniendo sus nalgas en lo alto. Posicionado en esa forma descargaron sobre el golpes con correas de barbero, paletas de madera y cuanto instrumento contundente se les ocurría utilizar. El pobre muchacho pasó más de una semana sin poderse sentar y teniendo que dormir boca abajo por el intenso dolor derivado de la golpiza. Yo todas las notas le aplicaba una crema calmante desinflamatoria en sus nalgas, friccionándola hasta que la piel la absorbiera. Cada vez que le untaba la crema y friccionaba sus nalgas, sentía una erección, pero me contenía por miedo al castigo que recibiría al estar prohibidas las relaciones entre nosotros, a menos que fuesen ordenadas por un socio y porque sabía que le causaría dolor. El que me expresó no sentir dolor, no me pude contener y descargue todos mis deseos reprimidas propinándole una cogida como pocas veces había hecho. No me importaron los azotes que me dieron el siguiente lunes. Lo ocurrido con el brasilero causó disgusto y división entre los socios. El era el favorito de los que buscaban sentir una verga grande dentro de sí, y el capricho de otros los privaba de satisfacer sus deseos. De allí comenzaron las disputas entre socios, no había acuerdo en aceptar nuevos miembros y algunos comenzaron a dejar de pagar sus cotizaciones. Como las finanzas del club comenzaban a decaer, optaron por alquilarnos a varias House of Boys, burdeles de chicos a los cuales acceden libremente cualquier persona que quiera tener sexo, y que han dado a Amsterdam fama mundial. Allí el trabajo era continuo, la casa no cierra, está permanentemente abierta, hay clientes a toda hora y de cualquier raza o edad. Me tocó atender desde ancianos incapaces de lograr una erección, hasta escolares que acudían para tener su primera experiencia gay. Allí aprendí a fingir placer, a usar cremas retardadoras, a inhalar poppers que relajaran mi esfínter ante vergas que pudiesen lesionarme. Me convertí en un profesional. Mis dueños recibían un pago por mis servicios pero yo retenía para mi las propinas de los clientes. Los clientes que exigían un servicio en el hotel normalmente eran más generosos especialmente si eran árabes de países petroleros. En Holanda estuve casi cuatro años, traté desde allí ubicar a mis padres. Muchas de las cartas que envié fueron devueltas, bien por direcciones incompletas o por no corresponder al destinatario. Sólo logré respuesta de una tía de mi madre que me indicaba haber recibido una tarjeta de Navidad ella enviada desde Venezuela. No me atrevía a comunicarme con nadie más pues tendría que dar explicaciones sobre lo que estaba haciendo, sería tildado de mariquita y la verdad es que el único momento que realmente había tenido un instinto homosexual había sido cuando me cogí al mulato brasilero. En los demás actuaba como un autómata, sin sentir placer. Estuve en House of Boys hasta un día en que se presentó a buscarme uno de los socios de club junto con un señor que yo no conocía. Me dijo que el señor me necesitaba acompañantes para unos viajes a Colombia y como mi pasaporte era de la Comunidad Europea yo y un chico español éramos los candidatos ideales, por dominar el idioma. En Bogotá se nos mantuvo encerrados en un hotel sometidos a una dieta especial y tomando pastillas inhibidoras de la secreción de ácidos gástricos. Luego nos dieron a tomar vasos de aceite y a tragar dediles de goma rellenos. Yo alcancé a tragar 50 dediles y otros tantos mi compañero. Al terminar de tragar los dediles salimos a tomar el avión. Nos sentamos en forma separada y la instrucción recibida era que por ningún motivo debíamos aparentar que nos conocíamos. Al llegar a Amsterdam nos dieron a beber un líquido aceitoso que actuaba como laxante. Debíamos evacuar en un recipiente de donde rescataban los dediles, llevando una estricta contabilidad de los dediles ingeridos y los evacuados y debiendo beber dicho líquido aceitoso hasta evacuar la totalidad de los dediles ingeridos. Se me dijo que haría dos viajes más y luego quedaría libre. El club estaba al cerrar y para los traficantes dejaría ser útil pues un chico que mi edad que realizase viajes frecuentes a Colombia despertaría sospechas policiales. En el segundo viaje el destino europeo fue Madrid, allí nos estaban esperando y todo funcionó perfectamente. La tercera vez que yo veía como mi liberación sucedió algo imprevisto. El chico español se comenzó a sentir mal durante el vuelo a Amsterdam, los sobrecargos lo tomaron, lo llevaron al baño y luego lo pasaron hacia la cabina de primera clase. Por los altavoces preguntaron si había algún médico a bordo, varios galenos se prestaron ante la emergencia. Una señora que estaba sentada a mi lado preguntó uno de los médicos que pasaba, y el médico indicó que le había explotado un dedil con droga y estaba a punto de morir. Oir yo esto y comenzar a temblar de miedo fue lo mismo. Me fui al baño y comencé a pujar, expulsé unos cuantos dediles que no alcancé a contar bien. Volví a mi asiento y me coloqué la frazada tapándome hasta la cabeza simulando dormir en ese vuelo nocturno. Era la forma que se me ocurrió para ocultar mi nerviosismo. Al salir de la aduana en Amsterdam vi como se llevaban detenida a la persona que nos había esperado la vez anterior. No sabía como actuar, resolví comprar en la farmacia del aeropuerto dos frascos del laxante que más se me pareció al que nos habían dado a tomar. Me los bebí, y me dirigí a uno de los baños del aeropuerto, me encerré a tratar de expulsar los dediles. Mi nerviosismo me impedía saber si los había expulsado todos o aún tenía alguno adentro. El pánico me embargaba. No podía controlar el temblor de mi cuerpo. En mi mente imaginaba que era efecto de un dedil que me había explotado y se me aproximaba la muerte. Decidí buscar ayuda. En la enfermería del aeropuerto me practicaron una radiografía. No se apreciaba ningún dedil, pero debía estar en observación por si alguno me hubiese explotado. La policía intervino y les suministre la escasa información que disponía de los traficantes, por mi colaboración y dado que no se me había encontrado droga alguna, me dejaron en libertad, entregándome al Cónsul de mi país, a quien yo había conocido como cliente en una ocasión. Este que inicialmente no me prestaba atención cambió radicalmente cuando hice referencia a nuestro anterior encuentro. Me pidió no delatarlo, me extendió un pasaporte verdadero y me dio un boleto para el avión. Regresé a mi país después de seis años fuera. Mi único objetivo era localizar a mis padres. Indagué con todas las personas que creía podían brindarme una pista. Traté de conjugar las informaciones que tenía: la tarjeta de Navidad enviada por mi madre desde Venezuela, un amigo que se había encontrado a mi padre en Brasil, otro que me aseguró que mi padre trabajaba con una multinacional de detergentes, alguien me mencionó jabones mexicanos. Al indagar en las embajadas de los paises mencionados encontré que en todos ellos operaba una empresa misma norteamericana, una lideres en ese campo a nivel internacional. Me dirigí a las oficinas de esa empresa en mi ciudad, pedí hablar con el Presidente. Lógicamente la que me atendió fue su secretaria, le expliqué que quería averiguar si mi padre trabajaba con esa empresa en alguna parte del mundo. Debo haber transmitido muy bien mi inquietud, pues me dijo que me ayudaría. Anotó en un papel el nombre de mi padre y entró a la oficina de su jefe. Después de un rato salió acompañada por el propio Presidente de la compañía que poniendo su mano sobre mi hombro me dijo, mañana tendré una información ti muchacho. Al día siguiente la secretaria me indicó que su jefe quería hablar directamente conmigo para informarme lo que sucedía. Me hizo pasar al despacho de su jefe y que éste al vernos le reclamó una llamada que le había pedido hacer al Perú. Noté que trataba de hacer tiempo antes de brindarme la información que tenía. Me ofrecía un refresco o un café, hacía una llamada a algún funcionario o atendía alguna llamada entrante. Comencé a creer que sabía algo que no se atrevía decirme. Estando atendiendo él una llamada telefónica se escucho por el altavoz que tenía la llamada al Perú en la línea 2. Me miró y simplemente me dijo: “Atiende esa llamada es tu padre”. Sólo atiné a decirle: “Papá, soy yo, tu hijo” . Un nudo en la garganta me impedía articular palabra. Las lágrimas brotaban de mis ojos, no podía creer lo que me estaba pasando. Trataba de responder a esa voz de mi padre que repetía insistente mi nombre y me preguntaba, ¿que pasa? y ¿dónde estás?. El Presidente de la compañía viendo la situación en que encontraba tomó el teléfono y explicó a mi padre lo que ocurría. El no tenía idea de quien llamaba, ni de dónde. La secretaria al no conseguirlo en la oficina de la empresa en el Perú había obtenido el teléfono del hotel donde se hospedaba había realizado la llamada. Solamente le había dicho: “Un momento, que le van a hablar”. Mis padres estaban viviendo en los Estados Unidos, mi padre trabajaba con el departamento internacional y por eso viajaba a distintos países. Dos días después recibí a mi padre en el aeropuerto, quería reunirme con mi madre pero no disponía de visa americana. Recordé mi pasaporte falso de la Comunidad Europea dije a mi padre me voy contigo, ya habrá tiempo para regularizar mi situación. Han pasado algunos años, vivo en los Estados Unidos, trabajo con mi padre en una empresa de export-import. He logrado sobreponerme a la experiencia vivida. He tratado, sin éxito, de contactar a Luis Manuel. Espero que si está en algún lugar del Oriente y llega a leer este relato sepa que lo quiero, que lo aprecio y que espero que algún día establezca contacto conmigo. gabbol@hotmail.com Due to international translation technology this story may contain spelling or grammatical errors. To the best of our knowledge it meets our guidelines. If there are any concerns please e-mail us at: CustomerService@MenontheNet

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