Gay Erotic Stories

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Los Amantes, 1

by Absalon


Desde que se vieron, los dos hombres supieron que caerëan en los brazos (y la polla) del otro. El muchacho deambulaba por Chueca una noche más, una noche en la que de nuevo acusarëa el paso del tiempo por sus inmaculados 21 aïos, 21 aïos de carne blanca y tersa buscando un espejo para gozarse, ya que cuanto más arrastraba la Parca el velo de la noche más sentëa él su cuerpo consumirse sin macho que le holgara. La puerta del Ricks se abriñ estrepitosamente bajo el ëmpetu del joven. Leyñ los carteles que le avisaban de que no podëa consumir drogas y sonriñ por la candidez de la policëa que pensaba que de esta manera podëa concienciar a los sanos ciudadanos… ¿habrëa alguien tan estþpido como para jincharse allë mismo, delante de todos? Algunas veces, en sus fantasëas más pajilleras, habëa anhelado que aquellos machos maduros del Ricks, aquellos cincuentones de cabellos albos y barbas recortadas, de experimentadas pollas y vellos canosos le levantaran en alzas hasta la barra y le desnudaran, le desgarraran la ropa, le escupieran para penetrarle con más ganas, con ansias agarrarëa sus pollas y se meterëa hasta tres en la boca (proeza lograda en el Querelle con dos senegaleses y un moro) mientras Braulio, el osazo cuarentñn que le fiaba los cubatas le lubricaba con Jack Daniels y se la metëa de un empellñn hasta que incluso sus orejas le dolieran. Bueno, también soïaba con José, el abuelito que le follñ cuando tenëa 15 aïos (si todos los abuelos tuvieran el cipote de éste, Heidi no se habrëa liado con Pedro) o con Omar (el muchacho profesaba debilidad hacia esos sementales árabes de pechos velludos en los que puedes perder las manos mientras enroscas tus dedos entre sus rizos) o incluso Juan, un sensual cincuentñn, de barriguita sexy y de contornos redondeados que no se privaba jamás de ningþn placer que sus caderas pudieran darle. Nunca se cansaba de recibir o dar por culo.

Pero hoy el muchacho sabëa, intuëa que no acabarëa follando con ellos, o lo que es peor, con ninguno de ellos. ¿Pero quién es el chico? El joven es un estudiante de buena familia, ninguno de sus parientes de Santiago de Compostela podrëa sospechar que la chupa mejor que cualquiera de las mujeres de la familia. Su cuerpo es admirado por el resto de sus compaïeros, ya que es de perfil griego, los mþsculos eran muy perfilados, la complexiñn es robusta pero al mismo tiempo muy elegante, el cuerpo pálido como el mármol, pero sin vetas vellosas; de natural lampiïo, la depilaciñn hacëa el resto, de manera que sñlo hay vellos en su sexo, describiendo un delicioso e ëntimo triángulo hacia su ombligo, ÿqué delicia habrëa sido verlo luchando desnudo contra otros jñvenes! Asë destacarëa, esplendente por el aceite, su piel tersa y deliciosa, sus nalgas, bien paradas, un culo para alzar en vilo al mundo, respingñn y amplio, fuerte, musculazo, un culo que dice: "cñmeme", unos marcados pectorales culminados en unos puntiagudos pezones ambarinos, muslos fuertes y amplios, carnales, de éstos que aprietas cuando follas con ganas y responden tersándose y cachondeándote, unos brazos hercþleos, fruto de su pasiñn por la gimnasia artëstica, y, por supuesto, una gran polla que colgaba (cuando no estaba levantada, lo cual era raro) encima de rebosantes huevos, que recordaban con el vello que les rodeaba el fruto del pecado original. Pero la joya sin duda alguna, era el rostro. Ojival, como un ñpalo blanco, de labios carnosos mas no excesivos, de ojos almendrados y tentadores que más de uno habëa confundido con topacio, por lo dorado de su color, y el pelo crespo negro que le confirmaba como una efigie griega, como un nuevo Hermes, un muchacho juguetñn que compartëa la misma aficiñn a meterse en lëos… y a meterse pollas.

Pues bien, el joven supo que no iba a acabar en manos de ninguno de los maduritos ya mencionados, cuando nada más saludar a Braulio y pedir el usual cubata alcanzñ a divisar la figura hermosa de un hombre que no habëa visto antes en el Ricks, que él recordara. Como si algþn caprichoso hado le hubiera leëdo el pensamiento, sonñ en aquel momento la canciñn Creep, del mëtico grupo Radiohead:

"When you were here before, couldn't look you in the eye. You're just like an angel, Your skin makes me cry"

-Joder, ¿y ése quién es?- preguntñ a Braulio. -Es un antiguo amigo mëo. Venëa por aquë antes de que te conociéramos. -¿Cñmo se llama? ¿Quién es? Está buenësimo. -Pregþntaselo. Es un tëo cojonudo, si no ha cambiado. No creo que sea uno de esos gilipollas sabelotodo que se rëe de los chicos guapos. -Pero tëo, joder, dime cñmo le entro…- Braulio quedñ pensativo y respondiñ: -Ofrécete ante él como un filete y luego le preguntas que si te ha imaginado desnudo. Ya verás como es un tëo que te cagas.

El muchacho se dirigiñ como un leopardo hasta su presa. Cuando lo vio mejor, casi se echñ a llorar de admiraciñn. ¿Cñmo podrëa haber un hombre tan hermoso y tan… follable? Së, sentëa esa emociñn que todos sentimos cuando vemos a un gachñ que está tan bueno que te gustarëa violarlo, abrirlo en canal con tu polla…

El sexy maduro también bebëa. Para él era una noche más desde que habëa vuelto a Madrid. Habëa estado trabajando 5 aïos como un prestigioso intensivista en el Michigan General's Hospital y ahora habëa vuelto a la Clënica Puerta de Hierro… La morriïa le habëa llevado de nuevo a la tierra que amñ y donde fue amado por tantos hombres, pero ahora se aburrëa. Después de retozar con la phenciclidina,la soledad y sordidez de los aledaïos de Hortaleza * le resultaban tediosas. El hombre, a pesar de los extraïos horarios de trabajo que le imponëa su profesiñn, estaba bien cuidado. Sus más de cuarenta aïos de sangre se traducëan en unas carnes prietësimas y bien velludas, repletas de mþsculos (sin llegar a parecer una muïequita de gimnasio) y vello negro, rizado y sérico. Sus carnosos muslos, sus deliciosas pantorrillas eran también más ágiles que las de muchos jñvenes que le miraban con envidia, pero deseosos también de ser follados por ese daddy, un daddy rubio, si el joven era una estatua griega, el hombre, con toda su sabidurëa parecëa más bien uno de aquellos tñtems que realizaban los salvajes europeos, un figura noruega, alto, de anchas espaldas y sorprendentes bëceps, de nervudas y amplias manos, que tanto curaban como hacëan llegar al orgasmo, de un pecho amplio y velludo, con morenos pezones que se erectaban como pequeïas vergas, y por supuesto con ese hermoso rostro, surcado de arrugas, pero no arrugado, como una madera preciada que sin sus vetas no serëa tan valiosa, rubio (natural, o sea, en un espaïol, un rubio oscuro, y con su edad, con canas) y unos acerados ojos azules, pero no ese azul celeste que sñlo queda bien a las mujeres sino un azul profundo, como la sima de un océano. Esos ojos miraron ahora a un recién llegado… ¿quién serëa aquel joven? Seguramente serëa un criajo cuando se marchñ a los Estados Podridos de América, pero ahora era un hombre joven, que también le miraba. Cuántas cosas habëa cambiado desde que se fue de Espaïa. Algunas, para mejor, por lo que parecëa.

Desde que se vieron, los dos hombres supieron que caerëan en los brazos (y la polla) del otro. El joven sintiñ su boca seca y bebiñ un sorbo de su ron. Poco a poco se fue adelantando hasta el hombre, esquivando a los ositos que miraban a tan atractivo chaser. El corazñn le palpitaba (como no), y se preguntaba si serëa tan estþpido como para hacer caso a Braulio. El calor es sofocante y empieza a sudar ante el enorme calor desprendido por las lámparas. Comienza a preguntarse qué pensará de él el atractivo hombre que también le mira, que se levanta y se dirige hacia él, ÿhorror!, o bien, porque el joven le mira aliviado porque su sonrisa es franca y deja ver una mata de claveles blancos entre la rubia y canosa barba cuando por fin se ha dado cuenta de que el muchacho dubita demasiado y en cambio a él la voluntad le falla poco.

"You float like a feather, in a beautiful world. I wish I was special, You're so fucking special"

-¿Has encontrado algo especial?- pregunta con voz grave el hombre. -No, de momento…- responde confuso el joven; ya está bajo su dominio. -Pues es una pena, porque yo te he encontrado a ti- el joven sonrëe, por fin. -Genial, porque desde que he entrado y te he visto, no he pensado más que en follart… digo, en hablarte- se sonroja a pesar de que es un chico acostumbrado a situaciones mucho más sñrdidas que ésta. -Yo no he pensado en follarte- la madeja del maduro se hace más densa. -¿Ah, no? Pues no está de más, porque estudios cientëficos demuestran que practicar sexo es bueno para la salud, pero, sabes, yo respeto a todo el mundo- sonrëe; la sonrisa de los jñvenes es la perdiciñn de los hombres hechos y derechos. -…Yo no quiero follarte, yo quiero hacer el amor contigo. -Pero si es lo mismo. -No. ¿Sabes cuál era una de las formas más elevadas de amor en la antigua Grecia? -No me jodas que la efebofilia. -Pues no. Tþ ya no eres ningþn efebo (gracias a dios), sino el amor entre dos guerreros, entre dos "amigos", entre dos iguales, la iniciaciñn entre dos amantes a sus cuerpos. -Ah, ya sé, eso es lo que se dio en la guerra de Troya cuando Héctor matñ… -Al "amigo" de Aquiles. ¿No querëas follarme? -Pues ahora lo que quiero es hacerte el amor, ¿no es lo mismo? -Ahora verás que no.

Los dos se besaron. Hay muchos (demasiados) hombres que no saben besar. O te dan un besito de buenas noches, o creyendo darte un morreo casi te provocan el vñmito, por no hablar de esos que han visto muchas pelëculas y se creen que besar consiste en deslizar su lengua por toda tu cara, como si fueran tu perro. Pero, obviamente, ellos no eran asë. Sostienen entre alta tensiñn ambos rostros y los estrellan furiosamente, pero con dulzura, los labios se besan, se muerden, las lenguas se aparean hþmedamente, todo es hþmedo ante el entrechocar de dientes, los cuellos giran levemente, las lenguas excitan los alvéolos dentarios, las bocas pasan a recorren el cuello del joven, saborean entre mordiscos la barba del hombre hasta llegar a su oëdo, donde muerde con ternura el excitado lñbulo, las bocas tienen un leve deje a alcohol, pero sobre todo a hombre, las dos carnes, la joven y la vieja se juntan creando el peculiar collage que se forma siempre que un joven y un maduro se follan, las manos no se quedan atrás y más de uno piensa que no llegarán a tiempo al cuarto oscuro, las del joven investigan las caderas del maduro, el maduro tantea con dureza las nalgas del muchacho… por fin se separan y la tensiñn entre ambas miradas es tal que no hay nada más entre ambos, como si la pasiñn de la que hablaban, la pasiñn que en apenas un segundo te puede llevar a abandonar todo cuanto tienes para enfrentarte a la muerte, les embargara ahora. Ahora más que nunca, nada existe para ellos además de ellos. Con férrea voluntad, el hombre le dice: -Ven- y el muchacho responde: -Adonde tþ quieras.

Ambos sonrientes salen del local, y ante la estupefacta mirada de Braulio y los demás salen abrazados camino de la casa del hombre. Acaban de besarse por vez primera, pero cualquiera dirëa que se conocen desde hace aïos. O quizás asë es…

Los magreos se hicieron más evidentes a medida que llegaban a la casa del hombre. Las manos ansiaban conquistar lo que las ropas sñlo cubren, y pronto ambas entrepiernas estaban endurecidas por las manos que las cubrëan intensamente. El hombre contemplaba admirado en los breves instantes en que no se besaban la enorme porra del joven, asombrado de su dureza y su rectitud. Pero el más asombrado era el muchacho. Sabëa que su polla era grande como pocas, nunca se la habëa medido, porque creëa que aquello era de poco hombre, pero nunca se habëa imaginado que pudiera existir un cipote como el del hombre. Si el sexo del joven era una lanza rosada, enhiesta y vigorosa, el hombre poseëa un misil entre sus piernas. Por fin llegaron. Abriñ el hombre a duras penas. Entraron.

Las manos del chico empezaron a desnudar al hombre. Primero, el abrigo, ÿfuera! La ropa sñlo sirve para molestar. Más tarde, arrancñ el chaleco y destrozñ la rica camisa, estrechando los pezones morenos, que sobresalëan entre el negro vello, que a bandadas crecëa hasta el abdomen, donde culminaba en la pirámide del ombligo. El chico besñ aquellos pezones y lamiñ el ombligo obscuro. ÿAquello ya era demasiado! El hombre envarñ al muchacho, le arrancñ también la cazadora, y de un tirñn le bajñ los jeans, desprendiñse el muchacho de sus zapatos, y con otro tirñn se desembarazñ el hombre del tanga negro, molesta prenda, para contemplar extasiado las nalgas redondas, el culo sin pelos del chico. Agradecido, le mordiñ el culo, y pasñ una mano entre sus testëculos, por fin, descubriéndolos. El muchacho aprovechñ su debilidad y desatñ el cinturñn de los pantalones del maduro. Con el cinturñn en mano exigiñ a voces: -Quëtate las botas y bájate los pantalones. El hombre jugueteñ con las botas mientras se las quitaba, y lentamente se quitñ los pantalones. El muchacho prosiguiñ el juego: -Con eso no me basta. Necesito ver algo más. Obedeciendo al chico que le miraba con su miembro erecto y hþmedo, el hombre empezñ a liberarse de los boxers negros. El bulto de su polla era evidente y una gran cabeza roja sobresalëa. El muchacho admirñ cñmo el vello abdominal confluëa en el pubis formando una nubecilla negra. El hombre no siguiñ bajando los boxers: -Quëtate la camisa- ordenñ al joven. -¿Quién manda aquë?- bromeñ el chico restallando el cinturñn. -Nosotros. Ante esta respuesta, el muchacho se quitñ la camisa y el hombre pudo gozar con la visiñn de la polla rosada, hinchada, que seguëa la vertical, como el cuerno de un fauno y los huevos que caëan como un racimo de uvas. Satisfecho, el hombre dejñ caer el boxer, y el chico dejñ caer el cinturñn. No sñlo era la picha más grande. Era la más hermosa. Una pura porra, dura, bien tiesa, morena, casi negra, como los huevos, del tamaïo casi de unas mandarinas. La polla, casi negra, terminaba en una enorme cabeza, roja como un rubë, la joya de la corona, que destilaba gotas de dulce precum. -¿Todo eso te cabe en los boxers? -Y más- el macho se dio la vuelta y dejñ ver un culo apretado, pequeïo y deliciosamente pellizcable, redondito, duro, un tëpico culo de hombre bien puesto y exquisitamente servido. También el culo participaba del vello del resto del cuerpo, pero aquë era más fino e insinuante hacia su entrada. El hombre comenzñ a bailar, meneando su culo y el joven se acercñ por detrás, pegándole una cachetada mientras su polla a punto de estallar se refregaba contra las apretadas nalgas. -ÿQué culito tienes! -El tuyo es mejor- el hombre se dio la vuelta, asë que las pollas se frotaron intensamente, conociéndose por fin. Apretñ con sus manos las esplendorosas nalgas del joven, blancas, y la carne blanca de uno creñ un poderoso contraste con la carne morena del otro. -Papito, qué pedazo de polla tienes, quiero tragarme toda tu lechecita, mi hombre- el hombre le acallñ con un morreo. Cuando las lenguas dejaron de estar ocupadas, contestñ: -A ver, mi muchacho guarro, veamos que me enseïas ahora- fueron a su cama.

Allë, el joven comenzñ a hacerle una paja mientras le mordëa los pezones. El hombre suspiraba y gemëa, mientras con sus manos acariciaba la cabeza del joven y repasaba la silueta de las nalgas. Empujñ al joven más abajo y entonces éste besñ su ombligo, lo lamiñ, y por fin llegñ al pubis, a la enorme polla que lo esperaba. El hombre suspirñ cuando los purpþreos labios del muchacho chuparon su glande, jaspeándolo de saliva. La boca del joven descendiñ a lo largo del cipote del maduro, su boca no llegaba hasta los pelos de los huevos debido al enorme tamaïo de la polla, pero él se empeïaba en seguir, más y más, dilatñ los mþsculos de la garganta, se ahogaba, pero no le importaba, era el sabor de aquella polla tan rico, tan gustoso era el escozor que le provocaba el precum al resbalar por su garganta, que se afanaba en engullir la mayor cantidad de miembro posible. Mientras le chupaba la picha, intentñ mirar al hombre, que reposaba con los ojos en blanco, fruto de la sabia mamada que le estaban arreando. El muchacho se sonriñ por el placer lëquido que le estaba dando a su compaïero, y por el placer que sentëa él al chupar tan digna polla. Asë, con una de sus manos siguiñ pellizcando los pezones y surcando los mares de vello del tenso abdomen, mientras que con la otra le acariciaba y le apretaba los cojones, parñ la chupada y pasñ a éstos, los lamëa, chupaba uno y luego el otro, los besaba, mientras se esforzaba en masturbar la enorme picha con las dos manos. Lamiñ todo, se comiñ todo, no dejñ nada en el pubis que no hubiera lamido, tal era su gusto por la enorme polla morena que se estaba chupando, ÿqué bien olëa!, ÿqué bien sabëa! Alzñ los testëculos y allë le esperaba el periné, apenas empezñ a lamer tan delicada zona y a mordisquear la lënea que seguëa hasta el culo del hombre, cuando éste le parñ: -Ahora te toca a ti. Se besaron una vez más y el hombre comenzñ a besar el cuello del joven, lo chupaba, le mordëa, descendiñ a los pezones y los mordiñ, los torturaba, el joven se deshacëa en gozo, sobre todo cuando el hombre comenzñ a hacerle una paja y le sobaba los huevos. El chico bajñ la cabeza del hombre hasta su sexo y allë comenzñ el festën del madurito: la barba le hacëa cosquillas al muchacho mientras se frotaba contra la rosada polla y los depilados huevos, hasta que el hombre se sintiñ ebrio del perfume de su polla y se la comiñ de un bocado hasta la base, donde sintiñ el cosquilleo de los pelos del pubis. Chupaba con gran intensidad, como una máquina, el chico no habëa sentido nada igual, el hombre pasñ a chuparle sñlo el capullo mientras le acariciaba con maestrëa los testëculos. Después los succionñ alternativamente, provocando oleadas de placer y cierto dolor en el joven. Cuando de nuevo volviñ a la joven polla, instñ al muchacho, que deliraba en abscesos de placer, a tumbarse encima de él, en la posiciñn del 69. Asë, el hombre separñ las piernas del joven, y alto como era, no le costñ llegar al ano rosado, sin vello alrededor que se ofrecëa abierto y hþmedo a la lengua delectuosa del hombre. Penetrñ el delicioso agujerito con su lengua y saboreñ el interior, mmmh, qué bien sabe este muchacho. Por su parte, el joven siguiñ mamando el rico cipote del hombre hasta que sintiñ aquella caricia en su centro más ëntimo, ante la cual no le quedñ más remedio que separar también las atléticas velludas piernas del hombre y, apartando con trabajo las enormes pelotas, comenzñ a lamer la lënea vertical que le llevarëa hasta el ano maduro. Asë fue. Se abriñ paso a través de la maleza velluda hasta que llegñ a un bello agujero oscuro rodeado de rico vello negro y comenzñ a beber de él a través de su ávida lengua. Ambos se retorcëan de gusto; sudor manaba desde los cuerpos ardientes y enardecëa aþn más el gusto que se estaban dando. Fuera de së, el hombre enjuagñ uno de sus dedos y se lo metiñ por el rosado ojete al joven mientras le chupaba con gran fuerza la picha; éste procediñ igual: chupñ su ëndice derecho, y mientras abrëa el ojal del madurito con la zurda le endiïñ el dedazo mientras se la mamaba con todas las ganas, siguieron mamándose, mamándose, hasta que el joven chillñ y de su polla comenzñ a manar la lechecita tibia hacia la boca del hombre, que bebëa cuanto podëa, pero la leche era un verdadero torrente ardiente y se escapaba por las comisuras de la boca, manchando la barba, desparramándose por toda la cara, llegando a cubrir toda la faz del hombre. Ñam, ïam. El hombre, al beber la leche, sintiñ el placer que todos conocemos, ese placer al saborear algo tan rico que el hombre jamás ha podido inventar, y asë se afanaba en conseguir la mayor cantidad del blanco néctar que el joven le pudiera dar; exprimëa sus huevos, estrujaba sus cojones, dedeaba su culo, le chupaba la polla hasta que quedñ limpia, y entonces, lamiñ la leche seca que aþn quedaba en su rostro, y que se apelmazaba en su barba. Con la lengua dolorida quedñ en éxtasis por tal rica bebida, que en su garganta escocëa, y se estirñ, quedando rëgido como una tabla ante los esfuerzos renovados del joven, que tras el orgasmo habëa vuelto a chuparle, con más ganas, le taladraba el culo con más ahënco, y le retorcëa los huevos, cada vez más fuerte, la polla ya cabëa por completo en su garganta, nunca el hombre estuvo metido en un paraje más acogedor, nunca el muchacho se habëa corrido tanto, chupaba, chupaba, mmmh, qué bien sabes papito, piensa y dirëa si pudiera hablar, chupa, chupa, musita el hombre, y ÿsplash!, el hombre explota, siente que su polla estalla dentro del joven, su maduro ano aprisiona tenazmente el dedo del chico y la leche comienza a manar como una de esas fuentes milagrosas que se desbordan, se desbordan sus cauces, se corre a lo grande, el muchacho intenta tragar toda la leche, mas es imposible tragar corrida como ésta, la retira para no ahogarse con la corrida y asë probar el semen, jamás probñ manjar parecido, tan caliente, tan viscoso, tan vicioso, sigue chupando y la polla sigue manando, qué caudal, qué milagro, el hombre gime y besa la polla del chico, al chico se le mancha todo el rostro y exprime al maduro, éste oprime la cara del muchacho contra la enorme polla y el chico se la limpia, agradecido por el extraordinario zumo de macho que le ha proporcionado, saca el dedo del culo del maduro y se tiende junto a él, mientras se limpia la faz de leche con los dedos llevándosela a la boca. Ambos se miran, sudorosos, calientes, tiernos, los miembros ya tumescentes, se besan, más tiernos que antes, se refugian bajo las sábanas, bajo las mantas. Queda mucho por hablar ahora, mientras se acarician los rostros pegajosos, aunque más limpios que antes con la receta de leche. -Oye, ¿cñmo te llamas?- preguntñ el chico-. Todavëa no me lo has dicho. -Dicen los árabes que sñlo se tiene un nombre, y ése es el que el amor nos impone. ¿Cñmo me llamo? -Te dejo a ti que me lo digas tþ. -Soy Fernando. -¿Y yo quién soy? -Eres libre: te dejo ser quien el amor haya decidido que seas en su absoluta libertad. -Me llamo Gabriel. El chico dejñ reposar su cabeza sobre el masculino pecho mientras el hombre acariciñ los bucles negros del pelo. El joven oëa el latir del maduro y se preguntaba cñmo podëa ser tanto milagro. El hombre reposñ su brazo sobre los cabellos y se cuestionaba cñmo podëa existir tanta belleza…

Continuará…

*Si Chueca es el barrio de ambiente homosexual de Madrid, y su hipocentro se halla en la plaza homñnima, una de las calles que pertenecen a dicho barrio, Hortaleza, es bien conocida porque alrededor suyo se alinean una serie de calles en las que se puede encontrar la zona más guarra de Madrid y locales de ambiente leather, Chubby, daddys, y por supuesto, los guapos osos.

Autor: Absalñn. Paz, amor+sexo. mabarakin@yahoo.es Esperando vuestros comentarios, sugerencias y guarradas varias, sobre todo si sois maduros.


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