Era algo extraño, la presencia de aquel hombre en los comedores universitarios. Para empezar no tenia en absoluto edad ni aspecto de estudiante. Probablemente tenía más de cincuenta años, alto, fuerte, desaliñado, con barbas de varios días, y cubierto con una vieja gabardina, algo raro teniendo en cuenta que ya había comenzado la primavera. Pero lo mas extraño de aquel ser inquietante era que era ciego, bajaba del autobús y ayudado de su bastón, tanteaba el camino hasta la entrada de los comedores. Casi siempre había un estudiante que se ofrecía a llevarle la bandeja de la comida hasta una mesa. Si no era así, él lo pedía con un tono malhumorado y lo que no hacia nunca era dar las gracias. De modo que no resultara nada extraño que un ser tan hosco estuviera siempre solo. En una ocasión en la que coincidí en la cola detrás de el, le lleve la bandeja hasta una mesa vacía. Después recogí mi bandeja, y aunque no me había dado las gracias, me senté enfrente de él en la misma mesa, no sé muy bien que me impulso a ello, probablemente una mezcla de compasión, curiosidad y a la vez temor, por aquel hombre extraño y mal educado. Mientras comía y pensando que él no me podía observar, le miraba intentando adivinar como seria su vida, así que me sobresalte, cuando me pregunto de repente -¿Qué piensas de mi? A pesar de que no le conteste, el insistió. -¿No eres tu quien me ha traído la bandeja, y te llamas Alfredo? - Si-le conteste asombrado- ¿y cómo es que usted sabe mi nombre? -Bueno, yo se muchas cosas de ti, una de las ventajas que tenemos los ciegos, es que tenemos un oído muy fino, y he oído tu voz algunas veces, cuando junto alguno de tus compañeros comíais en alguna mesa próxima a la mía. Por eso se que te llamas Alfredo, se lo que estudias, y que te gusta Nietzsche, que eres un poco anarquista, que vives en una casa de pupilos, no lejos de donde yo vivo, incluso he oído alguno de tus comentarios sobre mí mismo. Por eso pienso que eres un chico inteligente y sensible, muy diferente de tus palurdos y aborregados compañeros. - Siento que haya oído alguno de mis comentarios, nunca pensé que los pudiera llegar a oír, siento si le he podido molestar con los mismos. - No te preocupes muchacho, estoy acostumbrado a eso y a cosas mucho peores. - La verdad es que no sé nada de usted, y tengo curiosidad. - Mira, me llamo Miguel, y no siempre he sido ciego. También a mi me ha interesado durante mucho tiempo Nietzsche, he sido concertista de piano y compositor, mira mis manos, grandes y toscas ¿a que no parecen las manos de un pianista? He viajado por todo el mundo, he vivido muchas vidas, pero después de un desgraciado accidente, junto con mi mal carácter y mi dependencia de la bebida, he acabado siendo esto que ves frente a ti. Pero no sientas pena de mi, todo lo que me ha pasado me lo he merecido, además no estoy arrepentido de nada, y me siento fuerte mental y físicamente, y no envidio a nadie. Salvo quizás alguien como tú, inteligente, sensible y con toda la vida por delante. Pero dejemos esta historia y hablemos de Nietzsche, te he oído comentar tu fascinación por él, el gran embaucador, y a la vez que había algo en el que te repelía,…. Hablamos durante un buen rato, luego me pidió que le acompañara hasta el autobús. Su fuerte mano apretó mi brazo, este primer contacto físico, hizo que un fuerte escalofrió recorriera todo mi cuerpo, y él lo debió de notar, porque aflojo un poco. -Lo siento quizás he apretado demasiado fuerte mi mano, he perdido un poco el control de mi fuerza. Fue en aquel momento cuando me asuste, intuía que no sería fácil librarme de su fuerte mano, y pensé en dar un fuerte tirón y echarme a correr. El pareció notar mi temor, aflojo un poco mas y bajo su mano a través de mi brazo, pero sin soltarlo en ningún momento. Note entonces una contracción en mi pene y luego como poco a poco comenzaba a llenarse de sangre. Completamente aturdido no entendía lo que me pasaba. No estaba acostumbrado al contacto físico, quizás era la primera vez que estaba en contacto físico con alguien de forma permanente. Después de subir al autobús, soltó mi brazo, respire aliviado, apoyo su mano en mi hombro, no me atreví a decirle nada, me volví a sentir incomodo, sin embargo note como mi erección aumentaba, formando ya un bulto en mi pantalón, disimuladamente me coloque el pene verticalmente. -¿Te encuentras bien? -Si, si. Estaba convencido que él lo sabía todo, mi miedo, mi deseo de escapar, la erección de mi pene, incluso que me lo acababa de recolocar. -¿Te gusta la música clásica? -Beethoven, Bach, Mozart -Déjame adivinar, el segundo movimiento de la séptima sinfonía. -¿Cómo lo puede saber? -Te conozco mucho mejor de lo que tú puedes imaginar. La mano que descansaba sobre mi hombro, resbalo por mi espalda hasta la cintura, y volvió al hombro. Si hubiera bajado más abajo no hubiera hecho nada por evitarlo. En un frenazo del autobús, mi culo se empotro contra su cuerpo, note algo duro, me sujeto fuerte, y tarde en despegarme. Sin duda el estaba erecto como yo, otra inesperada sorpresa que me halago. Me relaje. El rozo con su mano mi cuello, mire para los lados, pero no había nadie en el autobús, no me había dado cuenta que la gente se había ido bajando. Lo mire, me sacaba media cabeza, sus ojos azules y ciegos, su rostro impenetrable. Me acaricio las mejillas. -Es para conocer tu cara. La frente, los pómulos, los labios. Cerré los ojos, las piernas me temblaban. Me apoye contra su pecho, el corazón me latía con fuerza. -Tranquilízate. Apoyo la mano sobre mi pecho, y lentamente me fui tranquilizando. Me tuvo que decir que habíamos llegado, bajamos del autobús, y sujetando mi brazo me indico el camino hacia su casa. Me pidió que subiera a su casa para que le leyera una carta que le había llegado el día anterior. Sabía que era un pretexto, que me tenía sujeto por el brazo y que nunca me soltaría. Iría con él y aceptaría todo lo que me propusiera, seguía teniendo miedo, pero no podía hacer nada por evitarlo. La erección había disminuido, pero una sensación lánguida y placentera envolvía todo mi cuerpo. Subimos las escaleras, abrió la puerta, y me empujo suavemente dentro, esta vez con su mano directamente sobre mi culo, no proteste. No encendió ninguna luz, supongo que nunca lo hacía, por las amplias ventanas entraba luz de la iluminación de la calle. Me sentía mejor así en la penumbra, también me sentía cansado, muy cansado, con ganas de echarme sobre el sofá y dormir. El salón era grande, bien amueblado, aunque muy desordenado, una mesa con botellas de licor y vasos usados. Al fondo un piano de cola, me ofreció una limonada, y él se sirvió una copa de coñac. Nervioso por no saber lo que vendría a continuación, le pedí que tocase algo al piano. Mientras me tomaba la limonada, empezaron a sonar las notas de la sonata número 14 de Beethoven, de nuevo había adivinado mis gustos. Estaba maravillado de como aquel hombre aparentemente tan hosco y mal vestido podía tocar algo tan sensible y maravilloso. Me sentía flotando y ligeramente mareado, nervioso por no poder controlar la situación. Cuando acabo de tocar vino a sentarse a mi lado. Yo cerré los ojos. Note como se inclinaba sobre mí, acaricio mis parpados cerrados, luego el borde de mis labios, desabotono mi camisa, yo ya estaba completamente entregado. Su mano grande y fuerte acaricio mi pecho, mis pezones se pusieron erectos, los acaricio, pellizco y jugó con ellos, hasta que yo gemí de placer. Entonces note su labios sobre los míos, y su lengua buscando mi entrada, me abrí para él. Deje que chupara mi lengua y cuando yo chupe la suya el también gimió de placer en mi boca. Me deje desnudar completamente. Luego note que él también se desnudaba. Entonces abrí los ojos, y en la penumbra vi su cuerpo grande y fuerte, y su pene semi-erecto. Me pareció muy hermoso. Sabia que había abierto los ojos y le miraba. -¿Te gusta mi cuerpo, mi chico guapo? Cogió mi mano y con ella rodeo su pene, creció en mi mano, duro y a la vez suave. -Ven mi pequeño, siéntate en mi regazo. Veras que feliz te voy hacer. Me senté sobre sus piernas, y apoye mi mejilla en su pecho fuerte y velludo, y entonces comenzaron las caricias mas exquisitas que un chico puede recibir, y que solo un hombre ciego y apasionado, puede prodigar con el tacto especial con el que suple su falta de visión. Las manos, los brazos, el pecho la espalda, los pies, las piernas, todo menos mi pene duro y goteante. También jugaba con mis testículos, y a veces rozaba mi pene, estaba claro que no quería que me corriese. -Por favor, suplique, no puedo mas. Me hizo poner de pies entre sus piernas, acaricio mi culo, y un dedo se insinuó en mi rajita. Luego metió sus dedos en mi boca, adivine porque lo hacia, y los llene de saliva. Me penetro despacio con uno de ellos y apenas si me dolió, luego acaricio mi pene con su lengua, y luego se lo trago entero. Acaricio con su dedo mi pequeña próstata, y yo me corrí gimiendo en su boca. Después me derrumbe en sus brazos. -Mi dulce niño guapo, cuantas veces he soñado con estos momentos. Me beso apasionadamente en la boca, y luego me llevo en sus brazos hasta el dormitorio, depositándome sobre la cama abierta. Me quede medio dormido, al poco volvió y me hizo tomar otra limonada, esto te hará sentirte mejor- me dijo, sabía que me estaba drogando pero yo lo aceptaba con gusto, porque también sabia que de esa forma aumentaría mi placer y también el suyo. Me puso boca abajo abrió con sus fuertes manos mis nalgas y con su lengua comenzó a lamerme la rajita del culo, y luego poco a poco fue penetrándome con ella. ahora sonaba El romance de Nadir de Les Pêcheurs de Perles, de Bizet, un momento perfecto de felicidad. Entonces fue cuando comenzó a llorar. -No llores mi pequeño, que dentro de muy poco vas a vivir el momento más hermoso de tu vida. Lubrico con crema mi culito, me penetro con un dedo, luego dos, luego tres. Desee con toda mi alma, que me penetrara con su gran pene, que me hiciera daño, darle placer. Estaba loco de lujuria. -Por favor, hágamelo, lo necesito más que nada en el mundo. Coloco su lubricado pene en la entrada, y apretó, yo me mordí los labios, pensé que me iba a desgarrar en dos, que me iba a morir, pero quería que llegara hasta el final. Cuando estaba a punto de desmallarme, note el vello de su pubis en mis suaves y blancas nalgas. Había entrado todo, y yo seguía vivo. Se mantuvo así unos minutos, volvió a pellizcarme las tetitas, hasta que me hizo olvidar el agudo dolor, luego me fui relajando, a la vez que iba desapareciendo el dolor, mi pene se puso duro de nuevo. Note como se movía lentamente dentro de mí. Me sentí querido, me sentí hermoso, efectivamente este era el momento más feliz de mi vida, y desee que no se acabara nunca. El y yo éramos ahora un solo ser, unidos en la comunión más profunda, donde la vida y la muerte se rozan. Ahora entraba y salía de mí, me estaba haciendo el amor, el acto más maravilloso que se puede dar entre dos seres vivos. Los efectos de la droga ya se dejaban sentir. Olas y olas de placer recorrían mi cuerpo de arriba abajo, y ahora yo era como un niño que por primera vez se mece en las olas del mar, iba al encuentro de las olas, me hundía en ellas, y dejaba que me arrastrasen. Pensé que la vida valía la pena vivirla, aunque solo fuera por vivir unos momentos como estos. Comencé a gemir y a gritarle mi amor. -Así mi chico guapo, esa es la voz que yo desee oír la primera vez que te oí hablar en los comedores universitarios, se feliz mi amor. Sentía dolor y placer mezclados, mi mente desvariaba, por mi cabeza pasaban rápidamente imágenes de mi infancia, de mi adolescencia, me veía a mi mismo desde fuera, desnudo y hermoso retorciéndome de placer, bajo una lluvia de envestidas, a veces rápidas y violentas, y otras lentas e infinitamente dulces. Se alternaban las sensaciones de frio, que me hacia tiritar, y de calor, que me sofocaba. Oía sus palabras graves y lejanas, palabras de amor y pasión que apenas entendía, también me oía a mí mismo, gritando palabras arrebatadas que nunca hubiera pensado que podrían salir de mí. No sé cuánto tiempo pude pasar en ese estado de trance, En mi locura creo que le pedí que se derramara en mis entrañas, y que de su esperma de amor, engendraría un hijo suyo, el cual se volcaría de amor por él, asi le ofrecí la metamorfosis de mi alma. Debí de perder la consciencia en el momento que me corrí, y que su semen caliente se desbordo en mis entrañas. Me desperté con un fuerte dolor de cabeza, fui al baño y me tome un vaso agua, el dormía plácidamente bocarriba en medio de la cama, la luz del día ya penetraba por la ventana. Pero yo no quería que se hiciera de día, cerré las cortinas, y la habitación quedo en completa oscuridad. Ahora ya estábamos dos en las mismas circunstancias, no podíamos ver absolutamente nada. Tanteando me acerque a la cama, me recosté a su lado, tenía un poco de frio, deseaba ardientemente que se despertase, y me volviese de nuevo loco con sus caricias, solo así podría olvidar el fuerte dolor de cabeza de la resaca. Mi piel y mi alma necesitaban sus manos recorriendo todos los rincones de mi cuerpo. Acaricie suavemente el bello de su pecho, su cintura, sus fuertes, piernas, sus enormes y peludos testículos, con la punta de mis dedos recorrí los contornos de su sexo, bese con mis labios sus mejillas, luego con la punta de mi lengua recorrí el borde de sus labios. Por la respiración note que comenzaba a despertar, su sexo ya se erguía imperioso bajo mi caricia. Suavemente aparto mi mano de su sexo. Ahora era él, el que se inclinaba sobre mi cuerpo, sus manos grandes y fuertes empezaron a tomar posesión de mí. Me gire dándole la espalda, mordisqueo mi cuello, mientras acariciaba y pellizcaba mis pequeños pezones erectos, comencé a gemir. -Pequeño te daré todo lo que necesitas. Temblaba como una hoja cuando su mano bajaba por mi espalda, acaricio mis nalgas, me puse boca abajo, puso una de mis manos debajo de mi, entre mis piernas, acariciándome la cara interior de los muslos, yo me abrí a la caricia, la otra mano se insinuó en mi rajita, me volví buscando sus labios, y apasionadamente introduje mi lengua en su boca. -Tranquilo pequeño, que todo llegara a su tiempo. Metió dos dedos en mi boca, y yo los lubrique con mi saliva, sabiendo su destino. El dedo ensalivado comenzó a penetrarme, una mano acariciaba mu perineo, levante mi grupa, buscando una penetración más profunda y que mi pene super-excitado no se irritase con el roce de la sabana. Busque su lengua y la chupe con avidez, entonces su dedo toco mi próstata y yo me corrí temblando. -Perdóname. -Mejor será así mi chico guapo, así podrás gozar más tiempo, cuando me hunda en tu dulce culito. Me penetro de nuevo, esta vez cara a cara, y no me dolio tanto como la primera, además sabia que después el dolor cambiaria por placer. En esta postura, podíamos besarnos, y yo acariciar, su fuerte pecho, mi pene contra su vientre, me sentía mas femenino, mas abierto, mas entregado, rodee su cuerpo con mis piernas, mis brazos alrededor de su cuello, el musitaba en mi oído. -Mi chico guapo se esta comportando como una ardiente jovencita, en su primera noche de bodas. Me ruborize en la oscuridad, y busque con mi boca la suya. Me follo lentamente y durante mucho tiempo, yo descubri que me podía correr por dentro, una especie de orgasmo hacia dentro, después de cada uno de esos orgasmos el descansaba un poco, y luego continuaba, aprendi a controlar los musculos de mi recto, para comprimir su pene, para darle mas placer. Al final lo consegui, y a pesar de su esfuerzo por retardar su orgasmo, se corrió cuando yo quise y como yo quise. -Eres una putita y has aprendido muy rápido como dar placer a un macho. Me dormi con el dentro de mi, y con todo su peso encima. Cuando me desperté, el ya no estaba a mi lado, me levante corri las cortinas, mire el reloj, era mediodía, em no estaba en la casa, sobre una mesa, una carta procedía de Estados Unidos, la abri, era de su hija, le invitaba a irse a vivir con ella, según parecía ella tambien era música. Tambien le enviaba una fotografía, tocando el violin en un concierto, era una chica muy hermosa. De algunas frases de la carta se podía deducir que padre e hija habían sido amantes. Pense que quizás el mientras me foyaba estaba pensando en su hija. Me sentí a la vez lleno de envidia y de celos.